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salir, pero no me he dado ni cuenta. Recogemos a toda prisa y, cuando salgo de allí, me encuentro con Clara esperando al otro lado de la puerta, rodeada de un corrillo de niños algo mayores que los míos que parecen completamente enamorados de ella. ¿Cómo es posible que haya conseguido hacerse con ellos tan pronto?

      —¡Hola! —me saluda con una sonrisa—. ¿Cómo ha ido tu primer día?

      Me esfuerzo por devolverle la sonrisa mientras reúno a mis niños en una fila. Si ya es difícil con los cinco que tengo yo, no me quiero ni imaginar cómo será tener que lidiar con los catorce o quince que tiene ella.

      —Bueno, ha estado bien. ¿Tú qué tal?

      —Pues bien, tengo a los mismos niños del año pasado, así que ya los conozco. ¿Los tuyos qué tal? —pregunta, echándoles un vistazo mientras nos ponemos en marcha—. ¿Son buenos?

      —Sí, sí, parecen buenos críos —respondo distraído—. Oye… ¿Sabes dónde están los profesores?

      —¿Los demás monitores, dices? Pues tenemos que ir todos al patio para esperar a los padres. ¿Necesitas algo?

      —No, no —me apresuro a responder—. Era solo curiosidad.

      Mierda. Tendría que haberlo supuesto. Rubén es un profesor de verdad, no un simple monitor de extraescolares como yo. Él se habrá ido después de entregarme a mis niños; probablemente esté ya en su casa. Su casa… Recuerdo esas veces que fui a su otra casa, esa en la que vivía cuando los dos éramos adolescentes. Recuerdo mi nerviosismo al entrar y la tensión que sentía cada vez que estaba a solas con él, en su habitación, una tensión que iba creciendo a lo largo de las semanas. Recuerdo exactamente todo lo que hacíamos en ella. Estoy seguro de que, si cerrara los ojos, podría recordar cada detalle de esa habitación.

      Los siguientes diez minutos transcurren como rodeados de una neblina que lo difumina todo a mi alrededor. Salimos al patio, que está convertido en un caos de niños, monitores y padres recogiendo a sus hijos. Por suerte, Clara me indica dónde tengo que esperar, así que apenas tardo unos pocos minutos en entregar a todos los niños. No sé si debería quedarme a esperar a Clara o si tendría que hablar con Martina, así que miro a mi alrededor durante unos instantes, un tanto confuso. Pero no veo a nadie que conozca y tampoco me habían dicho que tuviera que quedarme, así que me voy.

      Al sacar el móvil, veo que tengo un mensaje de Natalia. Después de quince años, continúa siendo mi mejor amiga, y es ella quien me ha proporcionado todo el apoyo moral que necesitaba antes de comenzar en el trabajo.

      Natalia:

      Eriiic!

      Qué tal el primer día?

      Todo bien?

      Yo:

      Bueno, bien

      Tía, te acuerdas de Rubén?

      Natalia y yo nos conocemos desde el mismo 3.º de la ESO, que lo conocí a él, así que en su día se tuvo que comer todos mis dramas con Rubén.

      Natalia:

      Qué Rubén?

      Espera

      El del cole??? Tu Rubén???

      Yo:

      Sí, tía

      Adivina quién es el profe de mis niños

      Natalia:

      No jodas!!!!

      Es coña, no?

      Yo:

      Qué va

      Me he quedado flipando

      Natalia:

      Y qué tal??

      Qué te ha dicho?

      Yo:

      Pues nada, la verdad

      No me ha reconocido, tía xd

      Natalia:

      No jodas

      Estás seguro?

      En realidad, no lo estoy. O, al menos, no del todo. Recuerdo esa expresión que me pareció ver en su rostro cuando le dije mi nombre. ¿De verdad fue solo mi imaginación, o realmente le cambió la cara al oír mi nombre? Y recuerdo también la pausa que hizo antes de pronunciar mi nombre en voz alta. ¿De verdad no me había reconocido? Sí, ya han pasado casi quince años, pero los amigos del instituto no se olvidan. Porque eso es todo lo que fuimos después de todo, ¿no? Amigos. Aunque yo habría querido ser más que eso. Mucho más que eso.

      Yo:

      No lo sé

      No me dijo nada

      Natalia:

      Y tú tampoco??

      Yo:

      No, la verdad es que no

      Me quedé muy bloqueado

      Natalia:

      Y no crees que a él le pudo pasar lo mismo??

      Erais muy buenos amigos, seguro que se acuerda

      Tampoco me resulta una opción descabellada. Después de todo, si a mí me chocó verlo, ¿por qué no iba a pasarle lo mismo a él? Uno no ve todos los días a su mejor amigo de hace quince años, aunque la cosa durara poco. Igual no estaba seguro de que fuera yo, o igual pensaba que era yo quien no se acordaba de él. Natalia tiene razón: éramos muy buenos amigos por mucho que después nos distanciáramos, así que es imposible que se haya olvidado de mí.

      ¿Verdad?

      Antes

      Lunes, 10 de enero de 2005

      Necesitaba ayuda.

      Y el único que podía ayudarme en aquella situación era mi hermano.

      —Luis —resollé sin aliento en cuanto llegué a casa, irrumpiendo en su habitación—. Te necesito.

      —¿Qué quieres, pesado?

      Estaba tirado en la cama, en calzoncillos, leyendo un cómic mientras se rascaba el paquete con aire distraído. Un espectáculo que hubiera preferido ahorrarme, pero tendría que aguantar si quería conseguir mi objetivo. Por lo general, solía evitar su habitación siempre que podía. Estuviera él dentro o no, siempre había tres constantes en ella: mal olor, calzoncillos por el suelo y pósteres. Muchos pósteres. Y la mitad eran de Star Wars, lo cual significaba que era la persona perfecta para sacarme de mi ignorancia.

      —¿Vemos Star Wars?

      Se quedó tan sorprendido que se le cayó el cómic de entre las manos. Me miró durante unos instantes, boquiabierto, antes de ser capaz de contestar.

      —Estás de coña, ¿no?

      Llevaba como mínimo diez de mis quince años recién cumplidos tratando de convencerme para que viera las películas con él, pero jamás lo había conseguido. Lo más cerca que estuvo fue una vez, cuando yo tenía seis o siete años, en la que me senté con él en el sofá mientras veía una de las películas. Todo iba bien hasta que, de repente, apareció una especie de babosa gorda y gigantesca que me hizo salir corriendo de allí, aterrorizado. Siempre pensé que esa escena me había creado un trauma y por eso jamás había vuelto a ver ninguna de las películas, porque desde ese momento me había negado en rotundo cada vez que me había propuesto ver alguna.

      —Tenemos que hacer un trabajo de Inglés sobre alguna película y mi compañero ha escogido Star Wars, así que… tengo que verlas.

      Podía ver un brillo de puro entusiasmo en sus ojos grises, los mismos que habíamos heredado los dos de nuestro padre.

      —Vale. Esta tarde empezamos el maratón —decidió—. ¿Prefieres el orden cronológico o el de

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