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en ese trabajo. Ya no me sentía tan libre cuando me tocaba hacer el turno con él; estaba constantemente controlando mi voz y mis gestos para no delatarme.

      Poco después, por suerte, comencé a escribir sobre música para una revista de cultura que me permite trabajar desde casa. El ambiente dentro del grupo de trabajo no podría ser más amigable y más abierto, y casi me da pena que no haya una redacción física donde pueda tener un contacto más directo con mis compañeros. Luego pienso que eso es precisamente lo que me permite no madrugar y se me pasa, claro.

      Pero hoy comienzo a trabajar en un colegio. No como profesor de verdad, sino como monitor de inglés en las actividades extraescolares. Las cosas no van tan bien como antes en la revista y no son buenos tiempos para ser autónomo, así que necesitaba urgentemente unos ingresos extra después de unos meses bastante complicados. Y, al recordar mi etapa universitaria dando clases, me ha parecido la opción perfecta. Después de todo, uno de mis intereses siempre fue la enseñanza, aunque al final acabara ganando mi pasión por el periodismo.

      Al ser el primer día, tenemos que estar en el colegio a las dos en punto, una hora antes de la que empezaremos normalmente. He venido bien peinado, vestido con mi mejor camisa y unos pantalones que he planchado por primera vez en mi vida, y con todos mis nervios bajo el brazo. No nos contrata el propio colegio, sino una empresa externa, y nos han citado a una reunión para explicarnos todo lo que necesitamos saber antes de empezar. La plataforma informática donde encontraremos todo el material, las listas de asistencia que tendremos que rellenar cada día, las normas que hay que seguir… Es demasiada información, pero me esfuerzo al máximo por absorberlo todo.

      Tras la reunión, todos los monitores de inglés nos reunimos con la coordinadora, una chica morena que se llama Martina. Es joven; tal vez un par de años mayor que yo. Pero está seria, muy seria, y su expresión me deja claro que no se va a convertir en una amiga en ningún futuro cercano. De hecho, me basta un primer vistazo para saber que es un poco borde.

      —Hay que llegar al cole todos los días a las tres menos cinco como muy tarde. Tenéis que estar en vuestras aulas a las tres en punto para recoger a los niños. La profe no se puede quedar esperando, así que no tardéis. —Nos lanza una seria mirada de advertencia a cada uno antes de continuar—: Y tened en cuenta que en cada clase hay niños que van a actividades distintas, así que os tenéis que asegurar de que tengáis a todos los vuestros. La profe suele entregar cada niño a su monitor, pero siempre se puede despistar y tenéis que estar atentos. ¿Habéis entrado ya en la plataforma online para descargar la lista de matriculados?

      Todas asienten con la cabeza. Todas menos yo, claro.

      —Eh… No sabía que había que descargar la lista.

      Martina me mira con el ceño fruncido. No llevo ni cinco minutos y ya la he cagado.

      —Pues muy mal —responde tajante, dejándome descolocado por un momento—. Ábrela ya en el móvil, que la profe no tiene por qué adivinar cuáles son los que te tocan a ti.

      Enrojezco hasta la raíz del pelo mientras saco el móvil de mi bolsillo para entrar en la plataforma online. Sí, sin duda, me ha tocado una coordinadora borde. Y, tal como suele ser esta gente, no me extrañaría que me haya cruzado ya. Por suerte, no tardo más que unos segundos en encontrar la lista. Cuando levanto la mirada, mis ojos se cruzan con los de otra de las monitoras… Porque, sí, aquí son todas chicas menos yo. Pero no hay hostilidad en su mirada y, cuando ve que la estoy mirando, me dirige una sonrisa de ánimo.

      —Eric —dice Martina, sobresaltándome un poco—. Tú eres el nuevo, así que todavía no conoces el cole. —Mira a la chica que me ha sonreído—. Que Clara te acompañe y así ves cómo se llega, yo no tengo tiempo de ir contigo.

      —Va… Vale —balbuceo.

      —Y apréndete bien el camino, que el jueves vas a tener que ir tú solo.

      ¿En serio es necesario que sea tan borde?

      —Vale —repito, sintiéndome cada vez más estúpido.

      A continuación, Martina da por terminada la charla y todas se van cada una por su lado. Yo me quedo ahí plantado, con Clara, deseando que me trague la tierra. Está claro que mi primer día no podía haber empezado peor, pero al menos ya me he enfrentado a lo más duro. Al menos, eso es lo que creo, porque todavía no he conocido a los niños. Aunque dudo que sean peores que Martina.

      —Eric, ¿verdad? —me pregunta con una sonrisa, y yo asiento con la cabeza—. No le hagas mucho caso a Martina; está un poco amargada. Siempre es así de borde al principio, pero ya la irás conociendo.

      Me echo a reír sin poder evitarlo. Al menos, sus palabras alivian un poco la tensión que siento.

      —Bueno, al menos tú pareces maja.

      —Eso dicen —contesta entre risas, y se pasa el pelo rubio por detrás de los hombros—. ¿Cuál es tu clase?

      —Primero… —Saco el móvil para asegurarme—. Primero B.

      —¡Ah, es la clase de Rubén! Vente, es por aquí —Echa a caminar hacia un pasillo hacia mi izquierda—. Es muy majo, yo tenía a sus niños del curso pasado.

      —Pues mira, al menos ya van dos personas majas en este colegio.

      Vuelve a reír.

      —Sí, de los profes de primaria él es el más simpático. Y también es el más guapo, aunque me imagino que eso a ti no te importa.

      Ay, si tú supieras…

      Compruebo de nuevo la lista de mis niños. Solo tengo cinco, así que supongo que no será difícil aprenderme sus nombres. Y, con suerte, tampoco perderé a ninguno. Repaso los nombres en mi cabeza: Gabriel, Nora, Marta, Fayna y Elías. Tres niñas y dos niños. No debería ser demasiado difícil, ¿verdad? Espero no tardar mucho en aprendérmelos, aunque asociarlos a sus caras igual ya me cuesta un poco más.

      —Bueno, pues aquí es —dice Clara, deteniéndose frente a una puerta llena de recortes de cartulina y dibujos mal pintados que me hacen sonreír. A continuación, señala otra aula al fondo del pasillo—. Y ahí es donde tienes que ir a dar la clase después de recoger a tus niños.

      —¡Vale! Gracias por acompañarme —respondo con absoluta sinceridad.

      —¿Quieres que venga a por ti cuando terminemos? Me pilla de camino.

      —Eh… Sí, claro.

      —¡Genial! Pues me voy ya a mi clase que no llego, ¿vale? Luego nos vemos.

      Me quedo mirando la puerta sin saber muy bien qué hacer. ¿Debería llamar? ¿O esperar a que salga el profesor? Después de todo, todavía no ha sonado el timbre siquiera. ¿No me habré equivocado de clase? Compruebo el móvil una vez más y veo que no: todos mis niños son de Primero B. Estoy a punto de llamar a la puerta cuando escucho una voz detrás de mí.

      —Es tu primer día, ¿verdad? —Me doy la vuelta y veo a una chica atlética en chándal, probablemente la monitora de alguna actividad deportiva. Asiento tímidamente con la cabeza. En serio, ¿de verdad se me nota tanto que soy el nuevo? Es como volver al instituto otra vez—. No te preocupes, Rubén abrirá la puerta cuando acabe.

      —Va… Vale, gracias.

      Estoy enrojeciendo de nuevo, así que me alejo de la puerta y me apoyo contra la pared. Cierro los ojos y suelto un suspiro. Espero que la cosa mejore, porque si no esto va a ser un verdadero desastre. Y lo peor es que todavía no ha hecho más que empezar.

      La puerta se abre apenas un minuto después. La monitora entra en la clase, así que espero mientras la oigo hablar desde fuera y saludar a los niños con entusiasmo.

      —¡Te toca! —dice con una sonrisa al salir unos momentos después. Se despide de mí con la mano, seguida de una docena de niños eufóricos. Está claro que el inglés no es la actividad más popular, precisamente, porque yo no tengo ni la mitad—. Que vaya bien.

      —¡Gracias! —respondo,

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