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novio.

      Es como si algo en ella hubiese explotado.

      Entonces recordé por qué llegué donde ellos. Él iba a golpearla. El maldito hijo de puta cobarde iba a golpearla frente a todo el mundo.

      Fue eso. Eso la terminó de quebrar.

      Me dio un poco de lástima. Pero no era de esos hombres que tienen lástima por cosas así.

      Me enfadaba pensar y hacerme la pregunta de qué mierda hacía ella con un tipo como ese.

      La dejé en la cama de huéspedes y me fui a mi despacho.

      Debía arreglar otro tipo de mierdas más importantes.

      T R E S

      Saskia

      Abrí los ojos y tenía frío. Mucho frío. En mi apartamento nunca sentía frío y era porque mi aire acondicionado estaba dañado. Me había dicho que lo reportaría, pero siempre me olvidaba de ello y continuaba el día a día.

      Me quedé haciendo memoria de lo que había pasado.

      Marcus.

      Comencé a llorar y me asusté por no saber dónde estaba. Me incorporé con fuerza de la cama y me di cuenta que solamente estaba en mi ropa interior.

      —La he puesto en la lavadora—dijo una voz ronca—bueno, yo no, tengo gente para eso.

      Demasiado ronca. Varonil y penetrante.

      Joder, no sabía que una voz podía hacer eso.

      Busqué entre la oscuridad de dónde provenía esa voz y lo vi.

      Al extraño que me defendió de Marcus. ¿Pero por qué estaba ahí?

      Me cubrí rápidamente con la suave sábana que ya cubría mi cuerpo antes. Imaginarme que había sido él quien me desvistió me hacía sentir extraña.

      —¿Qué estoy haciendo aquí?—pregunté asustada.

      Estaba sentado en un sofá pequeño en la oscuridad frente a mí, tenía una pierna sobre la otra y se veía que había estado ahí observándome mientras dormía.

      ¿Pero qué mierda…?

      —Agradéceme que te he salvado la vida.

      ¿A qué se refería?

      —¿Disculpe?

      Se levantó lentamente y caminó hacia mí, me sentí pequeña y no sabía por qué me sentía nerviosa también. No es ese tipo de nervios de cuando no conoces a alguien, es de otro modo, me intimidaba con su mirada acercándose lentamente como si quisiera comerme viva.

      Aún lleva el mismo traje de tres piezas inmaculado. Sus rasgos eran duros y al mismo tiempo suaves cuando hablaba, pero destilaba seguridad y autoridad.

      Daba miedo, pero sabías que no te haría daño, al contrario, se miraba protector, era hermoso pero al mismo tiempo, algo escondía esa mirada gélida llena de deseo, sí, él en verdad me iba a comer.

      Y ansiaba por ello.

      Sus ojos eran más azules que el océano, y su cuerpo, se veían que debajo de ese traje había un cuerpo perfectamente esculpido, sus músculos sobresalían por encima de su traje y su barba…

      Dios ese hombre transpiraba sensualidad y algo más.

      Peligro.

      Mierda, sentí mis mejillas arder. ¿Pero qué me pasaba? Mi ex novio acababa de engañarme, además, intentó golpearme y… me iba a arrojar un auto.

      Es por eso que estaba aquí. Él también me ha salvado de eso.

      —Ahora recuerdo—le hice saber de forma tímida, no sé por qué no lo recordaba.—Gracias.

      Él no dijo nada.

      —¿Cuál es su nombre?—pregunté, a sabiendas de que quizá no quería que lo supiera.

      —¿Cuál es tu nombre?—me regresó la pregunta.

      Tímidamente respondí, no porque se lo mereciera, me daba cuenta que era un vil capullo con aires de grandeza, pero aun así, estaba agradecida por haberme salvado dos veces en un día.

      —Saskia.

      Me dedicó una mirada de autoridad como si decirle mi nombre no fuese suficiente.

      —Es Saskia. No te diré más. Apenas te conozco.

      El hombre me sonrió de forma burlona y a la vez fría. Estaba en su casa, semidesnuda, no creía que quisiera más de mí que eso. Mi nombre. Y por lo que podía ver a mi alrededor era un hombre que tenía mucho dinero.

      Y me daba temor el no saber quién era o a qué se dedicaba.

      ¿Lo había enviado mi padre?

      Se sentó sobre la cama al final de mis pies. Estábamos bastante cerca pero a la vez lejos. Ese comportamiento me dejaba perpleja y confundida.

      ¿Acaso él me conocía de algún lugar? ¿O conocía a mi padre?

      No lo creía, de haberme querido hacer daño no me hubiese protegido de Atlas y mucho menos salvado de ser atropellada.

      Eran locuras mías.

      —Por favor, no me hagas daño—le rogué al punto de llorar. Tenía que funcionar. Mostrarme débil, vulnerable, pero era solo una fachada porque no sabía quién era yo. Si mostraba mi carácter o personalidad real, como la sangre que corría en mis venas de una persona fuerte más no asesina como mi padre o hermano. Quizá me dejaría ir.

      —¿Tienes hambre?—me hizo la pregunta viendo la punta de sus pies.

      Eso era nuevo.

      —La verdad es que sí—admití rápidamente y me sentí avergonzada por ello.

      El extraño me sonrió fugazmente.

      Volvió a levantarse de la cama y caminó hasta la puerta para salir de la habitación, no sin antes decir:

      —Vístete, te espero abajo.

      Tenía mi ropa tendida al otro extremo de la cama, estaba limpia y doblada. Hasta podría decir que olía mejor que mi lavadora y detergente.

      Me vestí en cuanto salió de la puerta y bajé como me lo había ordenado.

      Le gustaba dar órdenes. Lo podía ver.

      Me encontraba caminando a hurtadillas, bajando las escaleras y llegando a su recibidor. Frente a mí podía ver su gran sala principal. Como diseñadora pude darme cuenta que tenía un gustó bastante fino y caro, sombrío y fuerte en cuanto a la decoración de su casa.

      Nunca había visto este tipo de decoración en persona, solamente en las revistas o programas de diseño en los que solía trabajar.

      La intensa alfombra blanca fina que cubría la entrada hasta su sala, los cuadros de arte italiano que cubrían las paredes o las pieles claras y oscuras de sus diferentes sofás.

      El piso, debía ser traído de Italia también. Era porcelana cara, lo podía sentir por debajo de mis pies y que daba pena pasar por ellos.

      Era hermoso.

      No veía nada familiar, no había fotos ni un asomo de que este hombre traía a personas a su casa. O tuviera una vida.

      Y los paneles inmensos desde el techo que te hacían ver toda la ciudad de Manhattan, era una broma demasiado cara para imaginársela.

      Por Dios, tenía que respirar dinero este hombre.

      ¿Qué demonios hacía en la calle? Podría tener miles de autos o choferes, hasta su propio avión, para no pisar las sucias calles de la ciudad y no haberse topado conmigo.

      Lo que me recordaba que me había salvado de ser atropellada, tuvo que haber caído al suelo conmigo.

      ¿Se habría

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