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de una habitación, pero la vista era hermosa, además solo era para mí, así que no necesitaba tanto espacio. Había vivido toda mi vida en mansiones ridículamente grandes, con miles de sirvientes. Ahora podía hacerme mi propia comida, aun así fuese recalentada en el microondas, para mí eso era la vida. Literal.

      —Te acompaño a casa, Saskia—dijo Atlas, alcanzándome en el elevador.

      Atlas era el segundo al mando en Polaris Studio, la empresa de diseño de interiores en la que ambos trabajábamos. De él había aprendido muchas cosas que en la universidad de diseño no te enseñaban, había sido un buen amigo todo ese tiempo y un gran líder en la oficina.

      Era soltero, bastante guapo, un chico de cabello rubio, cuerpo esbelto, pero no era mi tipo, jamás habíamos tenido esa conversación sobre nosotros.

      ¿Mencioné que era mujeriego?

      Además de eso, era más que suficiente para no tocar ese tema y como amigos, nos manejábamos mejor.

      Soy muy afortunada de haberlo conocido, era como el hermano perdido que en otra vida tuve. Porque el real, mejor ni hablar.

      —Estás muy pensativa hoy—entramos juntos al elevador y marcó el sótano. Estábamos a siete pisos arriba, no podía evadir mi extraño comportamiento de esa mañana.

      —Tengo problemas para dormir últimamente—no era del todo mentira, pero mi insomnio tenía nombre y apellido, además de llevar la misma sangre.

      Mi padre.

      Había estado pensando mucho en él. Desde que me fui de casa habíamos perdido contacto, pero muchas veces me había sorprendido con depósitos bastante generosos de su parte en mi cuenta bancaria. Y eso era un truco, sabía que antes era una chica de lujos, me gustaba vivir bien, pero mi humilde vida sin lujos de ahora era mejor que la vida que llevaba con él.

      Siempre intentaba devolverlos, pero me rebotaba el doble después. Así que dejé de hacerlo y simplemente había decidido ignorar.

      Me rendí y mejor lo depositaba en fundaciones e Iglesias de forma anónima diciendo que trabajaba para alguien bastante generoso.

      Me sentía mal en las noches, porque sabía que era dinero sucio, pero al menos, ese dinero ayudaba quien en verdad lo necesitaba.

      Salvatore Di Maggio.

      Ese también era mi verdadero apellido, pero me lo cambié falsamente a Saskia Humphrey. Antes era Salma Di Maggio, ella murió junto con todo lo que era.

      —Tierra llamando a Saskia—se burló Atlas de mí.

      Sonreí falsamente. También había dejado de hacer eso, sonreír de verdad. Disfrutar de las cosas, sin tener que pensar que mi padre me tenía quizá vigilada. El amor había pasado a un plano inalcanzable, estaba segura que mi padre y hermano harían lo que fuese para que yo tuviera una vida miserable. No me importaba ser una persona con falsa identidad, con tal de estar lejos de ellos.

      —¿Estás pensando en tu padre?—me preguntó, cruzando sus brazos por encima de su pecho.

      Atlas sabía que tenía un padre difícil. Le había mentido diciendo que, mi padre era demasiado duro conmigo, frío y cosas así, nada que se acercara a la mitad de lo que realmente era.

      Un mafioso.

      Eso lo había omitido. También su nombre verdadero.

      Me agarró una noche de copas bloqueando su número. Y tuve que decirle muchas mentiras y algunas verdades. No me mal entiendas, confiaba en él, sabía mucho de su vida y se había mostrado a la altura de ser un verdadero ser humano conmigo, pero lo estaba protegiendo.

      —Me has descubierto. Pero no pasa nada, son cosas que van y vienen.

      —Ya. Pero, siempre sabes dónde encontrarle. Si lo extrañas o una mierda parecida. Sabes que puedes contármelo.

      —Lo sé, pero no te preocupes. No es nada de eso. No es nada emocional, es más que todo, un presentimiento. No de muerte, sino que algo me dice que sabré de él muy pronto.

      —¿Y eso es algo malo?

      —No. Es aburrido.

      Ambos reímos y el elevador se detuvo en el sótano donde estaban nuestros autos.

      Atlas siempre me acompañaba hacia él, el sótano era oscuro, a pesar de que todavía era de día, no importa la hora, siempre ahí estaba oscuro y solitario.

      Debía de optar por el metro o caminar, pero no era lo mío. No me daba ese gusto de actuar como una persona normal, no me sentía normal y temía que siempre mi pasado me encontrara. Tenía ese toc estúpido de controlar mis movimientos y mi tiempo y la forma en como me manejaba por la ciudad. Debía cruzar el maldito puente todos los días.

      Estados Unidos. Sí, ahora estaba en Estados Unidos y no mi natal Italia. Mi madre era americana, así que mi inglés siempre fue perfecto y no se me notaba el acento. Nadie podía saber de dónde venía.

      Ni siquiera mi mejor amigo.

      —Vamos, no me hagas meter tu trasero en mi auto—se quejó Atlas al momento en que subí a mi auto.

      Coloqué la llave para encender y escuché un clic.

      Mierda.

      Gasolina, lleno.

      No recordaba cuando había sido la última vez que había llevado ese pedazo de chatarra a revisar, pero al menos el combustible no le había faltado nunca.

      —¿Estás bromeando?—me quejé conmigo misma.

      Lo intenté de nuevo, al momento en que pisé el freno de manos, hasta rabiar y nada. La maldita cosa de lata no encendía.

      —Detente, vas a ahogarlo, o algo peor, fundirlo—me ordenó Atlas. Y me detuve.

      —No entiendo qué le pasa, tiene combustible.

      —No solo eso necesita un coche, Saskia—me regañó. A veces creía que hacía el papel de hermano mayor que no le pedí que fuese—Abre.

      Caminó hasta enfrente del auto y abrió la maldita puerta, ni siquiera sabía cómo se llamaba esa parte del auto. Al menos sabía que el baúl quedaba atrás.

      Entonces eso era el capó.

      Me sentía tan estúpida con todo esto, sabía que el día no sería nada bonito, cometí varios errores en una remodelación a última hora y Atlas había salvado mi trasero, y no solo metafóricamente hablando.

      Bajé del auto y fui donde mi amigo, tenía metido la mitad de su cuerpo dentro.

      —Esto es un desastre, Saskia—me advirtió— se ve que no le has dado mantenimiento adecuado al coche, lo has ahogado, no tiene aceite, ni agua, el pobre ha dado lo que pudo por lo que veo.

      —¿Significa que no podré ir a casa?

      Mi amigo me vio divertido y negó con la cabeza.

      —Te irás porque yo te llevaré.

      —Gracias, eso no me hace sentir mejor. ¿Estás seguro que no tiene arreglo?

      —Lo tiene pero deberás remolcarlo, y no creo que puedas hacerlo sola. ¿Sabes el número del seguro?

      —No tiene seguro.

      Perfecto.

      —Bien, entonces te ayudaré a que lo lleves al taller y estoy seguro que no tienes ni puta idea de dónde queda uno. Tendrá que ser hasta mañana, estoy cansado y tengo una cita, mueve tu culo hacia mi auto, te llevaré.

      Saqué mi bolso del auto y cerré la puerta de mala gana, no tenía pensado nada de esto y odiaba tener que arruinarle la noche a mi amigo. Más o menos.

      Pensándolo bien yo también podría tener mi propia cita esa noche, pensé.

      Caminamos juntos hasta su auto y no esperé que abriera la puerta para mí, se rio por la forma en la que actué y dio marcha

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