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crónicas cristianas de Indias prácticamente hasta mediados del siglo XVI. Solo con Las Casas, y gracias al doble rigor de su denuncia de la violencia conquistadora, y de su documentación analítica del proceso de destrucción colonial, se da real comienzo al sentido moderno de la crónica como reconstrucción empírica, rigurosa y crítica de un acontecimiento real. Solo con Garcilaso la crónica de Indias abandonó una intención testimonial, para abrazar el nuevo significado de una restauración hermenéutica de la cultura destruida en el proceso colonial.

      El concepto de caballero andante y héroe medieval no se contradice con el retrato humanista y moderno que Cortés trato de encarnar. Esta dimensión renacentista y humanista forma parte de la propia mitología que el héroe esgrimió en sus cartas. El Cortés-César es un mito clásico, ciertamente. Pertenece a la cosmogonía renacentista del héroe militar como conciencia virtuosa. Los tratados de Castiglione y Maquiavelli, o la escultura de Donatello, son notorios ejemplos de este culto al héroe. Todo eso encuentra también cabida en esas Cartas de Relación y en la mitología historiográfica del héroe ejemplar del sueño español de América. Existen también reformulaciones contemporáneas de este topos literario. Es el caso Todorov. Los franceses aman las poderosas escenas arcaizantes del pasado español, para estilizar sobre su oscuro fondo los espectáculos edificantes de su guillotina como verdadero comienzo de la modernidad.

      Esta dimensión humanista, tan real e indiscutible por lo demás, no solamente se confunde con aquel principio arcaico del heroísmo cristiano de caballeros y cruzados, la concepción beligerante de la guerra española de Reconquista y el mito de Santiago Matamoros. También se funde con el relato de la crueldad que abre el concepto de guerra justa contra indios. Las encarnizadas masacres que se prolongan a lo largo de la conquista de Nueva España mantienen precisamente el crescendo de una prodigiosa tensión emocional en las crónicas ejemplares, como la de Bernal Díaz del Castillo, hasta llegar a las últimas escenas de la destrucción de Tenochtitlán, donde, en un postrer éxtasis de sangre y fuego, las muertes ya no pueden contarse. Los relatos de torturas, violaciones, sacrificios, profanaciones del orden corporal del conquistado, desacralizaciones del poder en nombre de la cruz y el nuevo ritual de sacrificios hispanos que atestan las maravillosas páginas de la Verdadera historia de la conquista de Nueva España son un momento tan relevante desde el punto de vista de la interpretación simbólica de la colonización americana, como el significado cristológico y la virtud clásica del héroe hispánico.

      El salvaje satánico

      La argumentación de Ginés de Sepúlveda comprendía por consiguiente tres postulados teológico-políticos. Primero fundaba, con arreglo a la ética de Aristóteles, el derecho natural a la guerra contra el indio en virtud de su carácter de naturaleza y de inferioridad moral o su precario rango humano. En segundo lugar, legitimaba la guerra contra indios como guerra santa de conversión, siguiendo en ello la tradición agustiniana de guerra contra gentiles y la tradición de las cruzadas contra el islam en la península ibérica. Pero además de la argumentación aristotélica del sometimiento de los bárbaros a la esclavitud y del principio agustiniano de su subordinación a la fe cristiana, Ginés de Sepúlveda introdujo un ulterior argumento propagandístico en favor de la guerra contra indios como guerra de salvación. «Sometiéndolos primero a nuestro dominio […] creo que los bárbaros pueden ser conquistados con el mismo derecho con que pueden ser compelidos a oír el Evangelio», escribía a este respecto, para añadir acto seguido el profundo significado teológico de esa guerra de conquista:

      El oro puro de la salvación por el oro contaminado de la gentilidad americana, y la cruz como el principio sacrificial de purificación que bendecía el oro generado por el trabajo esclavo de las minas a cambio del oro simbólico de la conversión.

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