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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_b6fcb781-ea67-572f-842d-a8019e943cd2">100 Tampoco puede concluirse a partir de estas palabras que este poeta asumiera absolutamente su depresión final ensalzada por los misioneros como su nueva condición existencial de culpa, pecado y servidumbre.

      Frente a la concepción heroica de la conquista americana como cruzada, gloriosa de un inefable exterminio y destrucción, los testimonios de los llamados vencidos encierran un importante secreto. Allí donde la muerte rompió efectiva e indistintamente todo vínculo social y donde la derrota impuso el silencio, allí también dio comienzo el reino de la palabra extraña. Palabras nuevas que nunca antes se habían escuchado y que, al comienzo, resultaban completamente incomprensibles para el habitante de América. Pero palabras también que, aun antes de que el vencido pudiera distinguir sus articulados sonidos, y aun antes de ser comprendido su significado, y de experimentar en la propia carne la crueldad que las inscribía en su existencia, se declaraban como verdaderas. La palabra exterior, la que no podía comprenderse, la que representaba formas de vida extrañas, era al mismo tiempo la palabra absoluta y la única verdad.

      El real ingreso al reino de la historia de América Latina coincide con el advenimiento de este reino del silencio: con la muerte y el dolor como trauma fundacional atravesado por el discurso emergente de la cristianización, el discurso de la conversión del cual emerge la identidad cristiana, moderna y occidental de América Latina.

      Vosotros dijísteis

      que nosotros no conocíamos al Dueño del cerca y el junto,

      aquél de quien son el cielo, la tierra.

      Habéis dicho

      que no son verdaderos dioses los nuestros […]

      Pronunciaron los sacerdotes-filósofos a los frailes españoles, y añadieron:

      Nueva palabra es esta,

      la que habláis

      y por ella estamos perturbados, por ella estamos espantados.

      Porque nuestros progenitores,

      los que vinieron a ser, a vivir en la tierra, no hablaban así.

      En verdad ellos nos dieron su norma de vida […]

      Y decían nuestros ancestros

      que ellos, los dioses, nos dan

      nuestro sustento, nuestro alimento,

      todo cuanto se bebe, se come,

      lo que es nuestra carne, el maíz, el frijol,

      los bledos, la chía.

      Ellos son a quienes pedimos

      el agua, la lluvia,

      La «nueva palabra» era la que clausuraba la memoria y la comunidad bajo el estigma de la «perturbación» y el «espanto». Era también la palabra que nombraba de nuevo todas las cosas y que muchas veces lo hacía hasta volverlas irreconocibles. También era la palabra que transformaba radicalmente la relación del humano con el cosmos y la comunidad. Esa era la palabra verdadera que bajo los signos de la espada y el bautismo instauraba un nuevo orden natural y sobrenatural falso.

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