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está el término egoísmo racional, desarrollado también por Ayn Rand, que apoyaba la tesis según la cual la búsqueda del propio interés en las acciones de los individuos es siempre una opción racional más que una predisposición emocional, asociada tanto al egoísmo ético como al psicológico. Esto nos permite visualizar la existencia de un nuevo y tercer egoísmo, el psicológico, de forma que en tanto que el egoísmo psicológico se conectaría con procesos cognitivos y emocionales que derivarían en motivación, el egoísmo ético se asociaría con el acto moral; y el egoísmo racional, como su nombre indica, se asociaría con el acto racional individual. El término egoísmo psicológico fue acuñado en el siglo XVII por el filósofo británico Thomas Hobbes, quien defendía la teoría según la cual todos actuamos por interés propio y no de otra manera, aunque disimulemos nuestros comportamientos como acciones de ayuda a otros o rodeados de un altruismo ficticio. Esta teoría sigue en vigor hoy día y ha suscitado numerosos estudios que dejan el tema abierto a la controversia, con defensores y detractores.

      Los estudios sobre las personas afectadas de egoísmo psicológico suelen reunir ciertas características: actuar sobre todo en aquello que les interesa; buscar el bienestar propio, su óptimo beneficio y su felicidad; expresar una cierta indiferencia por los demás o, si se trata de elegir, preocuparse más por el bien propio que por el de los demás. ¿Qué hay de inhumano en todo esto? La cuestión es que los egoísmos racionales, éticos y psicológicos suelen gozar de muy mala prensa, no solo por el rechazo que suscitan espontáneamente entre ciertas personas, sino por el propiciado por ciertas religiones o movimientos doctrinales declarados amantes del altruismo indiscriminado aunque oculten un alto grado de cinismo social.

      En su trabajo «El egoísmo», Kurt Baier expresó la siguiente opinión: «No es un descubrimiento sorprendente y desilusionador acerca de lo que la naturaleza humana pretende ser, sino una pretensión no probada de que no habremos encontrado la explicación verdadera de la conducta de alguien hasta que hayamos desenmascarado la motivación egoísta correspondiente». Hay otras opiniones dignas de ser reproducidas y bastante magnánimas con este tipo de egoísmo, como la de Rachels: «El mero hecho de que actúes siguiendo tus propios deseos no significa que estés actuando egoístamente, sino que depende de qué es lo que deseas. Si solo te preocupas por tu bienestar y no piensas en otros, eres egoísta; pero si también quieres que otros sean felices y actúas siguiendo ese deseo, entonces no eres egoísta» (Rachels, 2009:116). La mejor forma de cerrar este apartado es recurriendo a la sentencia de Joseph Butler, quien concluyó: «Lo que hay que lamentar no es que los hombres se preocupen mucho por su propio bien o interés en el mundo actual, sino que no se preocupen lo suficiente» (Rachels, 2009:121).

      Los egoísmos, en cualquiera de sus versiones, deben ser entendidos como una prolongación conectada con los individualismos, alejadas de los colectivismos o socialismos. Tanto egoísmos como individualismos movilizan una serie de acepciones convergentes ya sea desde la perspectiva ética, filosófica, política o psicológica, aunque observamos una falta de consenso a propósito de qué se entiende por el término individualismo psicológico, que es el objeto de nuestro trabajo.

      Más próxima a nuestro interés sobre este último término, y altamente esclarecedora, es la aportación del catedrático de la Universidad de Valencia Sánchez-Cánovas (1994:6) que, en su libro Psicología diferencial: diversidad e individualidad humanas, dejaba bien demarcada la diferencia entre igualdad e individualidad cuando escribía: «Igualdad y equidad son, ante todo, conceptos éticos jurídicos, especialmente el primero. Diversidad o variabilidad e individualidad son conceptos psicológicos y biológicos […] que hemos de conservar y promover». Más adelante, y en esa misma publicación, el autor recogía una interesante definición de otro colega sobre el concepto individualidad. Para Valera, (1994:9), la individualidad se define por dos propiedades distintivas: autonomía y autoorganización. Psicológicamente hablando significa que la autonomía sería un rasgo diferencial del individuo que además se extendería a la organización biológica del sujeto a todos los niveles, comenzando desde la célula más básica. En relación con la autoorganización, implicaría la autoproducción o forma mínima de organización de los sistemas vivos. Concluye con una interesante definición de individualidad como la manifestación autónoma de un proyecto totalizante que se encuentra en las fuentes mismas del ser vivo, que sin duda nos conducen al individualismo psicológico.

      Son muchos los detractores que atacan al individualismo liberal desde diversos puntos de vista. Según Waterman (1984), los enemigos del individualismo psicológico ven en este término un elemento «alentador del comportamiento impulsado por el egoísmo, el egotismo salvaje. Los vicios atribuidos al individualismo por sus críticos incluyen el ensimismamiento, el narcisismo, la alienación, el atomismo, la competencia sin escrúpulos, la desviación, el relativismo y el nihilismo». Otros, como Sampson (1970), suponen que el individualismo extremo implica «no querer ni necesitar de nadie». Desvelan así una dimensión aún más tenebrosa según la cual no solo las personas individualistas no cooperan, sino que solo se guían por sus propios intereses, trabajando destructivamente contra otros y de forma poco limpia. En esta línea crítica, Alfie Kohn (1990:196), da un paso más, y cuestiona el individualismo y un concepto afín a este, el egoísmo ético, cuando afirma: «El egoísmo ético, en resumen, engendra el egoísmo psicológico, es decir, la creencia común de que debemos limitarnos a los intereses propios…». Los detractores de los individualistas les tildan de narcisistas, egoístas, hipercompetitivos, no cooperativos e insolidarios.

      La mayoría de los detractores del individualismo proceden de la izquierda, incluso del ámbito conservador, pero no todos son detractores en esta percepción del individualismo en cualquiera de sus versiones. Amén de los filósofos y políticos que le defienden, existen otros autores y estudios que avalan lo contrario y apuestan por el individualismo. Waterman (1984), citado anteriormente y autor de un interesante estudio en el que compara dos muestras de sujetos, unos clasificados como individualistas y otros como colectivistas, extrae importantes conclusiones positivas asociadas al individualismo. Por ejemplo, afirma que los individualistas no solo no son insanos, sino que sus actividades son socialmente fructíferas y psicológicamente saludables en la medida en que refuerzan la identidad de los sujetos, la racionalidad en sus análisis, potencian el locus de control interno y, por ende, su autorrealización. Otras conclusiones resumidas de este estudio favorables con el individualismo serían las siguientes:

      • Los individualistas parecen más capaces de compartir sus sentimientos personales, de servir de apoyo emocional y de comprometerse con las personas con las que forman relaciones.

      • Tienen mayor autoestima, son menos autodefensivos, poseen una menor tendencia a ver a las personas que piensan de forma diferente como gente que hay que excluir.

      • Sería inverosímil sostener que las cualidades personales individualistas son psicológicamente insanas y negativas para con los otros.

      • Las personas con cualidades individualistas tienden a participar en actividades mutuamente provechosas y están dispuestas a ayudar a los demás.

      En este contexto de egoísmos —el racional, el ético y el psicológico— es pertinente remarcar que las tres versiones de estos egoísmos están indefectiblemente ligadas al individualismo, que adquiere el cariz de individualismo psicológico. Pero no existe unanimidad a la hora de decidir qué se entiende por individualismo psicológico, por lo que, llegados a este punto y viendo la controversia planteada por este concepto, así como las connotaciones tanto positivas como negativas que conlleva esta acepción, procede definir qué entendemos por individualismo psicológico en este trabajo, base para un constructo de individualismo específico:

      El individualismo psicológico asume el carácter esencialmente psicológico de la singularidad humana, especialmente verificable a través de la autonomía, de la racionalidad, la motivación y la conducta humana, explicable desde la teoría y la praxis psicológica, al margen de otras consideraciones de tipo social, moral o doctrinales.

      Esta definición nos permitirá avanzar en el esclarecimiento, alcance e impacto que tiene el individualismo a nivel práctico en la vida

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