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grandes senos para alimentar a los bebés, todas las mujeres los tendrían voluminosos. La firmeza y el volumen de los senos sirven además como indicadores de juventud y, en consecuencia, como indicadores indirectos de la capacidad de recolección de alimentos. Estamos hablando en pretérito remoto, el tiempo apropiado cuando se habla de ventajas evolutivas. Cuando una mujer sufre una hambruna prolongada, la ovulación desaparece junto con la grasa, lo cual permite inferir que, en el pasado, una mujer con senos pequeños y flácidos, y nalgas sin grasa, no era fértil, con lo que perdía automáticamente su atractivo para los machos.

      Puesto que el cortejo está restringido a la época de la madurez sexual, cualquier rasgo que logre su plenitud en ese periodo es casi seguro que se debe a la selección sexual. Miller anota que las niñas preadolescentes no tienen pechos abultados pues ello sería fisiológicamente inútil y además cargoso. Solo se desarrollan cuando ya comienzan a ser fértiles, lo que le da un sentido sexual a su existencia, como imanes para atraer la atención de los varones. Más de un rasgo físico debe su desarrollo evolutivo a un efecto de selección sexual, apoyado en el placer que produce en la pareja. La belleza de un rostro, la armonía del conjunto, la limpieza de la piel y el vigor físico exhibido son señuelos que usa la evolución para lograr dos propósitos: por un lado, parejas de mejor calidad; por el otro —en especial para los machos—, mayor número de apareamientos y, en consecuencia, en aquellas épocas primitivas en que la reproducción estaba relacionada directamente con el apareamiento, un mayor número de herederos.

      En el mundo animal, gracias a las exigencias de las hembras y a la selección sexual, los penes vienen en todos los diseños pensables: tamaños variados, bifurcados algunos, con flagelos a veces, y variedad de ornamentos, con el fin de aparentar o de estimular los genitales femeninos. Anotemos que algunos primates poseen un hueso dentro del pene, llamado báculo, de tal modo que consiguen la erección principalmente por medio del control muscular. Envidiable báculo, dirá más de un humano. Como simple curiosidad, señalemos que los elefantes tienen penes que miden cerca de metro y medio de longitud, nada cuando se los compara con los de los machos de las ballenas azules y de las jorobadas, poseedores de penes de dos metros y medio de longitud y treinta centímetros de diámetro.

      Es posible que la vagina de una mujer se lubrique durante un acto sexual no deseado, con el fin de evitar daños, pero en tales casos es casi imposible llegar al orgasmo. Esto representa un argumento a favor del rol del orgasmo clitoral en la escogencia femenina. El clítoris conduce al orgasmo femenino solo cuando la mujer se siente atraída por la pareja: cuerpo, mente y personalidad, y cuando el varón demuestra su atención por medio de una correcta estimulación. El clítoris puede ser una adaptación para la escogencia sexual, lo que resolvería tan antiguo misterio. Anotemos que el orgasmo femenino parece muy mal diseñado como mecanismo para mantener unida a la pareja, como se ha argumentado tantas veces, pero está bien diseñado como sistema discriminatorio para separar a los hombres maduros de los jóvenes inexpertos.

      Una característica universal observada en todas las culturas estudiadas es que los varones participan con mayor frecuencia y mayor número que las mujeres en las competencias deportivas, y también son los varones los que llevan la iniciativa en este aspecto. Ahora bien, los deportes se rigen por reglas que determinan el ganador. Los jueces se nombran con el fin de poner orden en el juego y evitar las escaladas de violencia, no siempre con éxito. Algunas reglas parecen creadas con el propósito de amplificar las diferencias entre los competidores, y de esta manera la práctica deportiva se convierte en indicadora de adaptación, lo que explica su atractivo universal. Un deporte en que ganen con igual facilidad los hábiles y los torpes no tendría mayor atractivo. El reglamento de un deporte debe servir para discriminar a los bien dotados, a los talentosos. Por eso, quizá, se prohíben los estimulantes. Los resultados son bien conocidos: los astros del deporte se convierten con sus éxitos en parejas muy apetecibles.

      Para un evolucionista, los deportes son otra forma de competencia masculina ritualizada, en la cual los varones compiten para exhibir su coeficiente de adaptación, con el fin de impresionar a las mujeres por medio de la dotación física (Miller, 2001). El proceso evolutivo debe haber comenzado con la caza, que pudo convertirse en una competencia masculina para exhibir las dotes atléticas; en otras palabras, exhibir los coeficientes de adaptación ante las hembras. No en vano los varones gastan ingentes cantidades de energía en la práctica de deportes en apariencia inútiles. Actividades que hacen sudar o se traducen en lesiones.

      Algunos evolucionistas defienden un principio llamado “del handicap”, que enfatiza en que los ornamentos sexuales deben ser costosos biológicamente para que sean indicadores confiables de la buena adaptación. Para que sean confiables deben ser generosos —“principio del derroche conspicuo de Veblen” (1944)—, como lo son las grandes fiestas de los millonarios (con las cuales estos aumentan su atractivo sexual frente a las damas) o los regalos absurdos por el alto costo, o, ya en los animales, el derroche de cantos de un ave en temporada de reproducción, el canto desmesurado de hasta media hora por canción de una ballena enamorada, las elaboradas danzas de galanteo de tantas aves o los nidos decorados con gran arte de los pájaros glorietas. Las familias ricas exhiben la supuesta buena adaptación de sus miembros por medio de mansiones ostentosas, haciendas de ensueño, automóviles fabricados a la medida y capricho, fiestas de despilfarro para celebrar cumpleaños de costos imposibles de competir para la mayoría de los mortales, celebraciones suntuosas al llegar las niñas a edades claves...

      Desde el punto de vista de indicadores de adaptación, el consumo vistoso y vicioso es bastante eficiente y confiable para descubrir la “buena” adaptación de la pareja. El escritor Julio Ramón Ribeyro, en “Dichos de Luder” (2004), lo corrobora: “Nunca alcanzarás a los ricos —le dice Luder a un amigo, un dandi arribista—; cuando te mandes hacer tus ternos en Londres, ellos ya se los hacen en Milán. Siempre te llevarán un sastre de ventaja”. Cuando las parejas potenciales se encuentran por primera vez, es común que se exhiban las virtudes, las

      posesiones, los títulos, la ropa, las joyas, las habilidades y los conocimientos,

      las aventuras vividas y exitosas; mientras se esconden los defectos, las derrotas, las

      fallas, los fracasos y las miserias. Por eso, donde quiera que se vea derroche en la naturaleza —dice Miller—, la escogencia sexual está en acción.

      Guerra espermática

      En cierto sentido —afirma el biólogo Robert Trivers—, toda la competencia masculina se reduce a “competencia espermática”. Pues bien, uno de los descubrimientos recientes más importantes del enfoque evolutivo sobre la reproducción humana explica las dificultades enormes que encuentran los espermatozoides para lograr la fertilización del óvulo. Uno estaría dispuesto a aceptar, por sentido común, que el proceso de selección debe haber privilegiado todas aquellas transformaciones anatómicas, fisiológicas y sicológicas encaminadas a facilitar la fecundación: error elemental de nuestro falible sentido común o intuición. Pues aunque a la hembra le conviene que sus huevos sean fecundados, no le resulta adaptativo que esto ocurra con demasiada facilidad ni con el primer postor. Es más, existen razones biológicas para que sea ventajoso “mostrarse difícil” y poner trabas a la fecundación, de las cuales se deriva la competencia espermática, fenómeno que conduce a una selección genética por medio de la selección del semen. La selección del mejor postor.

      Conjeturan algunos que los ruidos que las hembras hacen durante el apareamiento, sobre todo en el momento del orgasmo, es una antigua estrategia para llamar la atención de otros machos y así promover la competencia espermática. Porque cuando se dispone de varios machos, es buen negocio que la fecundación no sea fácil, pues la competencia espermática es una manera de escoger, de entre muchos candidatos, aquellos capaces de superar las dificultades. Los ganadores serán, por lo regular, los mejores, en el sentido biológico (estamos hablando en pasado remoto). David Barash y Judith Lipton (2001) escriben: “Los huevos deben ser difíciles de alcanzar, como la bella durmiente, cuidados por dragones, zarzas espinosas y otras barreras amenazantes. El príncipe encantado debe ser no solamente encantador, sino perseverante y capaz de producir esperma que también posea dichas características”.

      La primera dificultad que se advierte es el simple acceso a las hembras que están en estro, fenómeno que se

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