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      —¿Cree que será perjudicial para ellos que me marche? ¿Es demasiado pronto?

      Anna dejó los cubiertos para mirarle abiertamente.

      —En algún momento habrá de marcharse, milord.

      Tenía razón. Aquellas semanas había disfrutado de una sensación de paz que no conocía. Con Anna se sentía dueño por completo de sí, fiel a sí mismo como en ningún otro lugar.

      La conversación terminó en aquel punto, aunque Anna siguió haciéndole preguntas sobre su inminente viaje a Londres y él no dejó de contestar hasta que se acabó la cena.

      Pero no pudo hablarle de su compromiso. Cuando estaba con ella le parecía tan irreal que le era imposible mencionarlo. Además, sus emociones estaban demasiado a flor de piel aún.

      —¿Cuándo se marchará? —le preguntó cuando ya se habían retirado los platos y le habían servido a él su copa de coñac.

      —Supongo que dentro de un par de días.

      Miró el licor castaño de la copa y la recordó en la biblioteca. Casi desnuda. El pelo cayéndole a la espalda.

      Anna se levantó.

      —Bueno… os deseo buenas noches, milord.

      Él se levantó también.

      —Buenas noches, Anna.

      Iba a salir ya cuando sintió un irrefrenable deseo de llamarla.

      —¡Anna, espere!

      Ella se volvió.

      —Venga conmigo.

      Las mejillas se le tiñeron de grana.

      —Usted y los niños… podrían venir conmigo a Londres —¿cómo no se le habría ocurrido antes?—. Serán solo unas semanas, y hay tanto que enseñarles a Cal y a Dory allí.

      Ella parecía dudar.

      —No sé…

      —Podríamos llevarlos a muchos sitios: a Astley, por ejemplo. A Dory le encantaría ver las carreras de caballos. Podemos encargarles ropa nueva, que les hace falta. Sería una buena experiencia para ellos.

      Contuvo el aliento esperando a su respuesta.

      —Muy bien, milord. Iremos a Londres.

      Unos días después, viajaron a Londres. Lord Brentmore iba en su caballo y Anna y los niños en el carruaje con Eppy.

      Resultó ser un viaje difícil. Cal y Dory nunca habían llegado tan lejos y los dos estaban muy nerviosos, además de que notaron los rigores de todo un día encerrados en un coche. Para animarlos, su padre los llevaba a ratos montados en Luchar con él, pero eso los entretenía solo brevemente. Cuando el coche llegó frente a la casa de la ciudad de lord Brentmore, los niños y Anna también estaban exhaustos.

      La puerta se abrió y Anna reconoció el vestíbulo en el que diera su primeros pasos a una nueva vida. Poco se imaginaba entonces hasta qué punto se estarían cerrando los de la anterior.

      Brentmore entró el primero, pero se quedó junto a la puerta esperándola, ya que ella llevaba a los niños de la mano.

      El señor Parker se adelantó. Obviamente aguardaba su llegada.

      —Milord —lo saludó, inclinándose—. Me alegro de tenerle de vuelta. Me he tomado la libertad de pedir que nos preparen una comida ya que, con su permiso, hemos de hablar de asuntos que requieren urgentemente su atención.

      Lord Brentwood miró a Anna y se volvió a su secretario con una mirada severa.

      —¿Es que has perdido los modales desde la última vez que te vi, Parker?

      El hombre se quedó sorprendido, y tardó un momento en darse cuenta de lo que su señor le quería decir.

      —Ah, discúlpeme, por favor —dijo, dirigiéndose en realidad a lord Brentmore. Luego se volvió a Anna—. Buenas tardes, señorita Hill.

      —Buenas tardes —respondió ella, y se dio cuenta de que ni siquiera había mirado a los niños, que se habían escondido tras sus faldas nada más verlo.

      —No estoy preparado para hablar de asuntos de negocios en la cena, Parker. Vuelva mañana por la mañana.

      Al administrador se le cambió la cara.

      —Milord, hay un par de cosas que creo que no pueden esperar ni siquiera hasta mañana.

      Pero lord Brentmore no cedió.

      —Está bien: dado que se ha invitado usted a cenar, hablaremos de ello después de la cena, porque no tengo intención de aburrir a la señorita Hill con tediosos asuntos, después de pasarse el día entero metida en el carruaje con dos niños pequeños.

      —¿La señorita Hill?

      Parker alzó tanto las cejas que casi se le pegaron al cuero cabelludo.

      Estaba claro que jamás se le habría ocurrido pensar que fuera a cenar con el marqués.

      Y ella estaba demasiado cansada para tener que soportar aquella clase de bienvenida.

      —Milord, si no le parece mal, preferiría cenar con los niños. Están en un lugar nuevo para ellos y quiero asegurarme de que se sientan cómodos.

      Lord Brentmore arrugó el entrecejo.

      —¿Seguro?

      —Con su permiso.

      Entonces Brent se volvió hacia el señor Parker.

      —Bien, Parker. Se hará como desea.

      —¿Podrían indicarnos dónde están nuestras habitaciones?

      —Desde luego —lord Brentmore se volvió hacia el mayordomo, que acababa de entrar y estaba cerrando la puerta—. Davies, que alguien les enseñe sus habitaciones a la señorita Hill y a los niños.

      En ese instante una mujer corpulenta y de cabello gris apareció por la puerta de servicio.

      —¡Milord! Acabo de enterarme de su llegada.

      —Ah, señora Jones. Permítame presentarle a la señorita Hill, institutriz de los niños, y Eppy, su niñera. La señora Jones es el ama de llaves de la casa. Creo que no se conocían.

      —Así es —respondió Anna—. Es un verdadero placer conocerla, señora Jones.

      Su sonrisa era cálida, pero antes de contestar se inclinó hacia un lado intentando ver detrás de Anna.

      —¿Y quién hay ahí detrás?

      Anna empujó suavemente a los niños hacia delante.

      —Lord Calmount y su hermana, lady Dory.

      —Qué delicia tenerlos a todos aquí —contestó la señora Jones con los brazos en jarras—. Les hemos preparado unas habitaciones que espero que les gusten.

      Lord Brentmore se acercó a sus hijos.

      —Id con la señora Jones a ver vuestras habitaciones. Luego os subirán los baúles y la cena —miró al mayordomo—. ¿Verdad, Davies?

      —En este mismo momento están subiendo los baúles y la cocinera ha preparado una cena muy especial para los más jóvenes.

      —Excelente —Brentmore se volvió hacia Anna—. ¿Hay algo más que hayamos olvidado?

      —No creo, milord —respondió, aunque estaba demasiado cansada para pensar en nada más.

      —Entonces, arriba, chicos —dijo a sus hijos, y apretó cariñosamente el hombro de Cal.

      —¡Yo quiero que la señorita Hill y Eppy también vengan con nosotros! —protestó Dory.

      Lord Brentmore se agachó delante de ella.

      —Por

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