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      Ella lo miró y en sus hermosos ojos azules había comprensión.

      —Lo está usted haciendo muy bien, milord.

      Y le tocó el brazo. No fue más que un breve contacto, pero le llegó muy adentro.

      Cuánto desearía poder borrar también todo su sufrimiento, pero él mismo era causa de parte de la tristeza que le envolvía como un manto.

      El camarero de Gunter’s se inclinó y le ofreció la caja de dulces.

      —Si milord lo desea, pueden esperar en la plaza y yo les serviré los helados en cuanto estén listos.

      Anna tomó la caja.

      —Yo la llevaré, milord.

      Brent llamó a los niños.

      —Venid. Esperaremos fuera.

      Iban a salir cuando la puerta se abrió y entraron dos personas con las que Brent no habría deseado encontrarse aún: su primo y la señorita Rolfe.

      —¡Brent! —su primo le sonrió sorprendido—. ¡Estás aquí!

      —Llegamos anoche.

      Tenía intención de enviar un billete a Meter y a lord Rolfe aquella misma tarde—. Buenos días, señorita Rolfe.

      —Buenos días, lord Brentmore.

      Parecía reticente, lo cual no era de extrañar. Se había marchado de buenas a primeras y le había cargado a su primo la tarea de disculparse por él.

      Meter se agachó.

      —¡No irás a decirme que estos niños son Calmount y Dorotea! ¡Pero si están muy mayores!

      Dory parecía dispuesta a aceptar la atención de aquella persona desconocida, pero Cal dio un paso atrás.

      —Sí —contestó Brent, aliviado de poder desviar la atención de la señorita Rolfe—. Niños, este señor es mi primo, que os vio por última vez cuando erais bebés.

      —¡En su bautizo! Añadió Meter, sonriendo.

      ¿Por qué no le habría hablado a Anna de la señorita Rolfe?

      Sabía por qué: porque cuando estaba con Anna, le gustaba imaginarse que la señorita Rolfe no existía, que no tenía ningún compromiso.

      —Niños, decid «¿cómo está usted?» —les dijo Anna.

      A Brent se le estaba revolviendo el estómago.

      Dory hizo una pequeña reverencia y repitió como un lorito:

      —¿Cómo está usted?

      Cal inclinó la cabeza pero no dijo una palabra. Parecía haber percibido la incomodidad de su padre, al que no le quedó más remedio que seguir con las presentaciones:

      —Peter, señorita Rolfe, les presento a la señorita Hill, la institutriz de los niños —y, volviéndose hacia Anna, añadió—: él es mi primo, el señor Caine, y la señorita Rolfe… —hizo una pausa—, es mi prometida.

      Anna sintió que le faltaba el aire para respirar y que sus músculos actuaban por cuenta propia. Aun así se obligó a saludar.

      —Encantada, señor Cain. Señorita Rolfe —y volviéndose a los niños, añadió—: Venid, vamos a la plaza. Dejemos charlar a vuestro padre.

      Los niños no dudaron en acompañarla, y confió en que aquellas personas no se hubieran dado cuenta de su necesidad de escapar.

      Se sentaron en un banco frente a la tienda.

      —¿Qué es una prometida? —preguntó Dory, apretando su muñeca contra el pecho.

      Anna no quiso explicarles que su padre pretendía volver a casarse.

      —Ah, una amiga especial. Seguro que vuestro padre os lo explica mejor.

      Cal la miró sin pestañear, casi como si comprendiera su sufrimiento.

      —¿Qué os parece si echamos un vistazo a la caja por ver qué dulces nos ha empaquetado el dependiente? —les preguntó, tirando de una de las cintas que la cerraban.

      Por supuesto que el marqués debía volver a casarse. Los viudos solían hacerlo, sobre todo si tenían título y tenían solo un hijo al que legárselo. Además, no tenía por qué darle explicaciones a ella sobre su vida privada. Al fin y al cabo no era más que la institutriz.

      Pero ¿no podía haberle hablado de su prometida antes de que ella le revelase lo que ocultaba su corazón y su deseo?

      Levantó la mirada y le vio cruzar la calle. El dependiente con los helados, su primo y su prometida lo seguían. Brent la miró directamente a ella.

      Anna cerró la caja y volvió a hacer la lazada.

      —Vuestro padre viene con los helados.

      —Ahora ya no me apetece —dijo Dory.

      —Lady Dory, tu padre ha sido muy generoso hoy y nosotros vamos a ser muy educados y a comernos todo lo que nos ofrezca. ¿Estamos de acuerdo?

      Los dos asintieron.

      La mirada de lord Brentmore siguió clavada en ella hasta que estuvo a un par de metros de ellos y se obligó a sonreír en beneficio de los niños.

      —Aquí están vuestros helados.

      Los niños dejaron los juguetes en el banco y aceptaron los helados.

      —¡Está delicioso! —exclamó Dory tras probar el primer bocado, pero aquella exclamación tenía algo de exagerada.

      Cal asintió.

      La señorita Rolfe y el señor Caine se unieron a ellos, tomando cada uno un helado de los que el camarero llevaba en la bandeja.

      Anna se levantó.

      —La señorita Rolfe puede sentarse aquí —le dijo en voz baja a lord Brentmore.

      —Anna…

      Pero no le dio oportunidad de decir nada más porque se colocó detrás del banco, junto a un árbol, y la señorita Rolfe ocupó su lugar.

      Un lugar que verdaderamente nunca había sido suyo.

      Le pareció toda una eternidad el tiempo que el coche tardaba en volver. Dejó que el marqués animara a los niños a subir tras despedirse y se unió a ellos cuando los chiquillos ya estaban en el coche.

      El marqués le ofreció su mano para ayudarla y ella no lo miró.

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