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      —Sirvientes, un perro y un gato…

      La niña miró a su padre y le pareció ver en ella la viva imagen de su madre.

      Su alegría se resintió.

      —Inclúyalo todo —dijo, volviéndose para que Dory y Anna no pudieran ver su cambio de humor.

      Se volvió hacia Cal, que parecía estaqueado en el sitio, contemplándolo todo. El chiquillo no había visto nunca algo así, lo mismo que él.

      —¿Y tú, Cal? —le preguntó, poniéndole una mano en el hombro—. ¿Qué tiene para mi hijo?

      —Bueno… —el hombre se frotaba las manos entusiasmado—. Acabamos de recibir unos soldados de plomo hechos en Francia por Mignot. Los mejores que he visto nunca. Llevan los uniformes de Waterloo, milord.

      Brent y Cal temblaban de entusiasmo.

      —Veámoslo.

      —Están aún por desembalar, milord. Aguarden un momento.

      Brentmore miró a su hijo.

      —¿Quieres ver los soldados de Waterloo, Cal?

      El chiquillo asintió, y el padre se agachó delante de él.

      —¿Quieres decírmelo a mí al oído? —le pidió.

      —S… sí.

      Brent le apretó el hombro y miró a Anna, que los estaba observando.

      En otro tiempo le habría dedicado una sonrisa.

      —¿Qué más compramos? —le preguntó a ella.

      Anna miró a su alrededor.

      —Rompecabezas, peonzas…

      —Elija lo que le parezca mejor.

      Brent estaba dispuesto a comprar lo que le gustara costase lo que costase.

      La señora a la que estaba atendiendo el otro dependiente acabó sus compras y se marchó. Ellos eran los únicos clientes que quedaban.

      El dependiente se acercó también.

      —¿Puedo ayudarle, señor?

      —¿Podemos ver aquel arca de Noé, por favor? —preguntó Anna, señalando el arca más grande que había en una de las estanterías.

      —Es de excelente calidad. La pintura y la madera son magníficas.

      El arca había sido diseñada para que pudiera contener en su interior las parejas de animales del juego, unos cincuenta. También estaban Noé y su esposa.

      Dory se acercó.

      —¡Fíjate! ¡Es increíble!

      El dueño del establecimiento salió de la trastienda.

      —Aquí está parte del conjunto, milord.

      Dejó una caja sobre el mostrador y sacó de ella una réplica de un soldado francés y de un dragón británico. Cal lo tocó con un solo dedo.

      —Están muy bien hechos. Parecen reales —comentó su padre.

      —¿Estuvo usted en la batalla, milord? —preguntó el tendero.

      Brent le devolvió el soldadito.

      —No como soldado.

      Entonces trabajaba clandestinamente recopilando información para enviársela a Wellington.

      —¿Quieres que lo compremos, hijo?

      —Sí —el chiquillo respondió sin dudar—. Gra… gracias.

      —Envíenmelo junto con la casa de muñecas —le dijo al tendero.

      Luego añadieron un juego de mikado, dominó, bádminton, rompecabezas, peonzas, bolos y canicas, pequeñas piedras preciosas comparadas con las que Brent tanto había jugado.

      El dueño de la tienda parecía estar en éxtasis cuando hizo el total de lo adquirido.

      Dory le tiró de la chaqueta.

      —Papá, ¿podrías comprarme una muñeca?

      La forma en que se lo había pedido le hizo parecer, aunque aquella sola vez, distinta a su madre.

      —Pues claro que sí.

      Anna se acercó a la estantería con la niña para que eligiera, y sorprendentemente no escogió una de aquellas preciosidades de porcelana o de cera, sino una sencilla muñeca de madera, con el pelo pintado de amarillo, los ojos azules y un vestido muy simple con un delantal.

      —¿No te gustaría más una de las otras? —le preguntó su padre.

      Dory negó con la cabeza.

      —Esta muñeca me necesita —contestó, mirándolo—. Por favor, papá, quiero esta.

      Él asintió sin saber qué decir. A lo mejor no se parecía tanto a Eunice como él creía.

      Cal se acercó a su padre con una espada de juguete y le preguntó como su hermana:

      —Papá, ¿puedo…?

      La voz de Brent se cargó de emoción.

      —Sí, Cal. Claro que puedes. ¿Qué más necesitamos?

      —¿Bloques? —preguntó su hijo, mirándolo.

      El ayudante añadió una caja de bloques a la pila de compras y Brent les pidió que lo llevaran todo a Cavendish Sqaure aquella misma tarde. Dejó que Cal se llevara su espada de juguete y que Dory no se separara de su muñeca.

      Anna lo miró y Brent se preguntó si pensaría lo mismo que él: que sus hijos se merecían aquella indulgencia. Habían estado casi tan privados de todo como él hasta que ella llegó a sus vidas.

      —¿Le parece bien? —le preguntó.

      Su mirada era cálida.

      —Muy bien.

      Brent volvió a sentir esa atracción erótica que siempre estaba presente entre ellos, aun hallándose en una juguetería. Dios todopoderoso, necesitaba más distracciones.

      Cuando salieron de la tienda y montaron en el coche, le pidió al cochero que los llevara a Berkeley Square.

      —¿Os apetece tomar un helado? Yo siento una repentina necesidad de tomar algo dulce.

      Cal lo miró sorprendido y Dory preguntó:

      —¿Qué son helados?

      ¿Aquellos niños nunca habían probado los helados? El peso de la culpa volvió a agobiarle.

      —Son unos dulces fríos que están deliciosos —explicó Anna.

      Gunter’s Confectionery, en Berkeley Square, era uno de los pocos lugares a los que un caballero podía acompañar sin faltar al decoro a una mujer soltera, de modo que un marqués, sus hijos y su institutriz no llamarían la atención de nadie.

      Brent le pidió al cochero que los recogiera en media hora. Dory se llevó a su muñeca y Cal su espada, tras prometer ambos que no molestarían a nadie.

      En cuanto abrieron la puerta del establecimiento, un olor a azúcar, especias y fruta los envolvió. En los mostradores de la tienda había toda clase de mazapanes en forma de fruta.

      —¡Mirad! —exclamó Dory, viendo aquellas cajas—. ¿qué son?

      —Dulces —exlicó Anna.

      Dory miró a su padre.

      —¿Podemos comprar una? ¡Son tan bonitos!

      —Sí que podemos, pero son golosinas especiales que no se pueden comer a todas horas.

      La niña asintió.

      Brent miró a Anna y se preguntó si ella también habría tomado golosinas

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