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de los Estados Unidos de América.

      5. PRESENCIA DE LA MULTICULTURALIDAD

      1. La idea de multiculturalidad está sin duda presente en el actual orden democrático. Se la entiende no solo como un campo poblado por muchas culturas sino como un espacio de intercomunicación. Y las sociedades se hacen multiculturales independientemente de lo que opinen sus habitantes. Por cierto, es un tema conflictivo, aunque la ciudadanía actual suele aceptar las diferencias, siendo su límite que algún grupo cultural se arrogue el derecho de imponer sin titubeos sus preferencias sobre los demás. Saber vivir en democracia es saber vivir con diferencias que se manifiestan no solo en lo cultural sino también en las diferentes opciones electorales. Y el tema de las diferencias no puede separarse del de las minorías. No olvidamos que el ideal homogeneizador, que combate o busca olvidar las diferencias, ha estado presente entre nosotros con especial énfasis durante el siglo XIX, y aún no ha desaparecido del todo. Pero lo que busca imponerse en nuestra realidad es un radical pluralismo, pues sin duda conocemos mejor que en el pasado las diferencias culturales, la existencia de identidades abiertas y porosas.

      Como señala Fernando Mires, si:

      2. La cuestión es si disponemos en nuestras sociedades de una pedagogía del encuentro y del intercambio para superar los mundos cerrados de las creencias y costumbres. Creemos que ello es posible y necesario porque, finalmente, la tradición en los grupos se aproxima a una construcción social. La fragmentación cultural que vivimos hace inútil buscar una representación de la identidad como una totalidad sin disonancias, así como también creer que es posible un mosaico de culturas independientes. Tal como señala Innerarity:

      Y concluye afirmando que «toda pretensión de identidad pura es asfixiante e incestuosa». Además, por supuesto, de que esa valorización de la diversidad no nos impide tener preferencias: nadie nos puede obligar a abandonar nuestro propio interés u opinión, ni a preferir nuestro propio país; lo que no podemos es atribuirle un significado absoluto, excluyente.

      3. Hay que recordar que el menosprecio a otras culturas vivas dentro del territorio se sostuvo en aquella noción liberal del derecho según la cual ha de primar la autonomía individual sobre la de pueblos y culturas, aunque los teóricos actuales del liberalismo han buscado superar esa noción importante en el inicio de los procesos democráticos en Europa y en los Estados Unidos. Porque la protección de las culturas es en primer término la protección de las personas que las constituyen. Si bien el llamado «multiculturalismo» puede derivar en hacer difícil la convivencia en un mismo espacio social de personas que se identifican con culturas diversas, no es verdad absoluta que la existencia de muchas culturas sea fuente de conflictos; éstos se originan más bien cuando se busca imponer un proyecto estatal que elimine las diferencias en nombre de una nación única. Hoy día, al parecer, vamos a transitar por el camino de la asociación, siendo del todo ejemplar el iniciado por la Unión Europea.

      En Latinoamérica se han producido muchos intentos de homogeneización, especialmente vinculados a lo económico, y los resultados han sido hasta ahora pobres y limitados. Los enemigos de una más amplia integración, en territorios que comparten elementos culturales comunes, idiomas mayoritarios similares y costumbres parecidas, se han encontrado y se encuentran tanto dentro como fuera del espacio latinoamericano o, si se prefiere, sudamericano. Contra lo que podría pensarse en una primera instancia, el proceso de globalización y la supremacía de las empresas multinacionales, sumados a la vigencia en muchas élites del pensamiento neoliberal, han sido obstáculos que han frenado los intentos integracionistas, anunciados y promovidos en todos los países por sus intelectuales y políticos de mayor visión. Pero en muchos casos han ganado los pobres nacionalismos, enquistados en poderes subalternos y de corto plazo.

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