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sin grandes proyectos ni campañas, pero que van asentando sólidamente unas herramientas de trabajo y, sobre todo, la apelación a la educación y a la responsabilidad de las mujeres.

       La mujer y la Iglesia

      En realidad, es este un segundo tema en conexión directa con el anterior. Pilar fue madurando sus ideas sobre la mujer, expresadas en cursillos, conferencias y escritos, que eran criticados y matizados tanto por la práctica que desarrollaba en los centros que la Acción Católica iba creando, como por convicciones teóricas que se iban haciendo cada vez más maduras y firmes, al contacto con diversas instancias del más alto nivel académico. No es de extrañar pues, que cada vez fuera más evidente la contradicción que las teorías de la Iglesia mantenían con su práctica. Esa contradicción se manifestó públicamente en el concilio Vaticano II. Pilar estaba presente en el aula conciliar y allí quedó puesta de relieve esa contradicción, de manera flagrante. De esa manera, a partir de ese momento, las mujeres católicas que tenían alguna representación eclesiástica se pusieron a la tarea de lograr que se llevara a la práctica la convicción de la dignidad de la mujer y de su igualdad con los varones.

      La experiencia del concilio Vaticano II impactó fuertemente toda una época, toda una generación. La experiencia personal que Pilar nos cuenta fue espléndida: ver el debate y la discusión abierta sobre temas de trascendencia tanto para la Iglesia como para el mundo. Por otro lado, la extrañeza de los padres conciliares al ver allí a un grupo de mujeres, y casi no saber cómo tratarlas, pero manteniendo una relación de igualdad que, como dice Pilar «por lo que conozco, no ha tenido continuidad». Allí eran las mujeres las consultadas para los temas que las concernían, porque: «Nosotros, decía el patriarca Máximos IV, tenemos complejo de viejos solterones» (Conclusiones del primer día. Sugerencias). También en el Concilio se incrementa para Pilar, la relación con importantes intelectuales españoles y extranjeros, creyentes de otras confesiones religiosas.

      Su pensamiento respecto a ese tema está descrito en un artículo con el expresivo título «Justicia para la mujer dentro de la Iglesia»15. Sin embargo, ese texto fue publicado en 1971, es decir, después de que hubieran ocurrido los múltiples desaires y la marcha atrás de las posiciones de la Iglesia con respecto a los intentos de las mujeres de lograr una reforma de la situación de la mujer dentro de la institución, tal y como se explica en los capítulos siguientes.

      Pilar nunca habló de sí misma como feminista. Al contrario: en esos años esa palabra significaba desgarro, ruptura, violencia. Ella nunca creyó en la posible eficacia de tales conductas. Siempre fue sensata, comedida; reflexionaba largamente cada decisión. Sin embargo, una vez tomada una postura, la llevaba adelante por encima de todo. Tenía constancia, una lógica de sentido común que proporcionaba solidez al trabajo bien hecho y bien pensado, por tanto, sin vuelta de hoja. Tuvo conflictos muy fuertes, con el episcopado español y con la Curia romana. Pero formalmente siempre tuvo la discreción, el cuidado de no hacer un escándalo de ello.

      Tal actitud le sirvió para no romper la relación con una estructura, la eclesiástica, tan formal, tan jerárquica, tan estructurada. Porque tal ruptura hubiera significado el fin de la actividad central de Pilar y también la renuncia a su objetivo a largo plazo, es decir, actualizar, modificar, renovar el papel de la mujer en la Iglesia.

       Un profundo amor a la Iglesia

      Pilar se presenta como una persona profundamente religiosa, que orienta su vida desde muy pronto hacia el servicio de la Iglesia. Su fe es profunda y sencilla, en el sentido de que no es una fe atormentada, que busque respuestas a problemas, como fue tan habitual en una etapa en la que el existencialismo estaba presente en todas las cuestiones, y especialmente en las religiosas, sino más bien una práctica cotidiana y confiada en las enseñanzas de la Iglesia, sin grandes problemas teóricos. Su interés y su misión, tal y como las vio con claridad, consistieron en potenciar a la Iglesia desde dentro y en tratar de desarrollar esas enseñanzas que recibía con la misma lógica interna que llevaban dentro de sí mismas. Como muchos otros católicos reflexivos y consecuentes, quedó deslumbrada con la convocatoria del concilio Vaticano II, y hace suyos sus objetivos: renovar la Iglesia, evangelizar el mundo y rehacer la unidad visible de los cristianos.

      Pero ese deslumbramiento, y el entusiasmo que llevaba consigo, quedó puesto a prueba de manera verdaderamente dura en el posconcilio. Las afirmaciones literales que se habían hecho en el aula conciliar y, desde luego, la lógica interna que soportaba aquellas afirmaciones quedaron contrariadas en muchos aspectos. Algunos de ellos, como el tratamiento del tema de la mujer dentro de la Iglesia, con una grave falta de coherencia que, en el caso de Pilar, dado el entusiasmo por el tema y los puestos de relevancia, que ella tenía en las organizaciones internacionales dependientes de la Iglesia, suponían una fuerte decepción incluso a nivel personal.

      Sin embargo, es admirable ver que nunca deja Pilar de confiar en la Iglesia de Cristo. Habla de momentos difíciles, incluso «dramáticos», pero jamás se le ocurre –por lo menos no lo dice–, que eso pueda ser motivo para marcharse de la Iglesia, o para pasar a una actitud pasiva, ante tamañas dificultades.

      Por el contrario, Pilar toma siempre decisiones de prudencia y discreción, optando por no dar al público noticia de las graves anomalías de la Comisión Pontificia sobre la Mujer, en aras de no dañar a la Iglesia. Una decisión que puede ser opinable, de la que se puede discrepar en cuanto a la funcionalidad de cara a lograr los objetivos que se proponía, pero que tiene la clara y siempre sostenida intención de su amor a la institución. No se trata únicamente de un silencio pasivo, sino que, inmediatamente, se pone manos a la obra en los terrenos que para ella eran prioritarios: el ecumenismo y la labor eclesial, entendida como labor de comunidad, lo más amplia, numerosa y plural posible. Aquella primitiva solidaridad con las mujeres, nacida de la mirada de las necesidades y problemas que acuciaban en momentos duros en cuestiones materiales, se va convirtiendo a lo largo de su vida en una solidaridad profundizada en lo que las mujeres son capaces y deben hacer en un mundo que tiene sus dificultades, a veces enormes, pero siempre con posibilidad de ser superadas. En una de sus últimas intervenciones llamaba a esa Unión Mundial de Mujeres, dentro de la Iglesia y fuera de ella.

      Por eso, termina la reflexión sobre su vida, con la frase, «al final de esta jornada, tenemos que decir al Señor que estamos dispuestas a empezar de nuevo»16.

      2

      Su paso por la presidencia de la Acción Católica Española

      Pilar Bellosillo entró a formar parte del Consejo de Jóvenes de Acción Católica después de un cursillo realizado en 1938, en Zaragoza, en plena guerra civil. A los 25 años tomó la decisión de dedicar su vida totalmente a la Iglesia, propósito en el que perseveró y que realizó de manera ejemplar a lo largo de toda su existencia.

       Presidenta nacional de las Jóvenes

      En 1940 fue nombrada presidenta nacional de las Jóvenes de Acción Católica en sustitución de María Madariaga que, por cumplir la edad reglamentaria, debía pasar a la Rama de Mujeres. Esta sustitución no fue fácil porque María Madariaga había sido una presidenta con una personalidad muy marcada y Pilar Bellosillo llegaba con poca experiencia. Sin embargo, con su buen hacer, su sencillez y su don de gentes, tardó poco tiempo en hacerse aceptar. Tenía el claro propósito de crear un equipo de trabajo, en el que figuraron, entre otras, Mercedes Boceta y Juanita Espinós como vocales de Propaganda, Carmen Enríquez de Salamanca y Mª Luisa Fuertes que organizaron el secretariado de Universitarias, Mary Muñoz como tesorera y Carmen Vallina.

      Recién acabada la guerra civil la tarea más inmediata era reconstruir la Acción Católica. En primer lugar, las propias oficinas del Consejo Nacional. Las dirigentes nacionales de las Jóvenes de Acción Católica al tener acceso a su sede social en Madrid se la encontraron completamente saqueada. Hubo que reconstruir todo desde la primera ficha hasta el último mueble, según frase que consta en la memoria correspondiente. El día 26 de abril de 1940 se inauguró el nuevo secretariado con una

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