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avalaba el Rector estas impresiones con hechos concretos, ya que en lo que se refiere al comportamiento, Escrivá fue uno de los pocos alumnos del Seminario que no recibió ningún aviso o corrección durante aquel curso21.

      Ese clima de piedad, y también de pullas, dimes y diretes, ayudó a Escrivá a ir forjando su carácter. Durante gran parte de su existencia tendría que avanzar a contracorriente, y con frecuencia, en medio de incomprensiones mucho más enconadas, por lo que aquellas experiencias –cara y cruzconstituyeron un buen entrenamiento para el futuro.

      Fue un año de estudio intenso. A las cinco asignaturas de segundo de Teología se sumaron otras cuatro, ya que el plan de estudios de Zaragoza no coincidía con el de Logroño. Eso hizo que Escrivá comentara, años después, que a la hora de examinarse, tranquilo, «lo que se dice tranquilo, no iba nunca»22, aunque los resultados fueran buenos.

      De todas formas, lo que inquietaba a Josemaría no era la cuestión académica, sino los consejos del Rector que, sin conocerle –y basado únicamente en las opiniones del joven inspector–, llegó a decirle que no lo veía como sacerdote, y le aconsejó en varias ocasiones que se marchara. Escrivá no deja dudas sobre este punto, cuando afirma que –con la mejor de las intenciones, desde luego– el Rector puso «todos los medios» para que abandonara el Seminario.

      «¿Para qué quiero hacerme sacerdote? –se preguntó–. ¿Qué hago yo aquí?». El origen de aquella crisis no radicaba en una falta de generosidad o de disposiciones de entrega por su parte, como señala Herrando; todos los estudios sobre este periodo «aportan una documentación que pone de manifiesto una actitud interior de fe inquebrantable y de firmeza en su respuesta a la vocación»23.

      No se trataba de una «crisis de vocación sacerdotal», tal como se entiende habitualmente esa expresión. Sus preguntas interiores se debían –por decirlo de algún modo– a la falta de un «modelo de sacerdote» al que imitar.

      Su punto de referencia más cercano –su tío Carlos, el arcediano, tan distante afectivamente de sus padres– era la cara opuesta de sus aspiraciones íntimas. Escrivá no deseaba ser un sacerdote así, a pesar de que ese tipo de sacerdote fuera bastante habitual.

      Cuando trato de recordar el contraste entre tío y sobrino –recuerda Antonio Moreno, uno de los mejores amigos de Escrivá en aquel tiempo– me doy cuenta de que eran no solo dos maneras de ser muy diferentes, sino que incluso representaban dos formas diversas de concebir la vida del sacerdote. El tío era un eclesiástico cuyo horizonte era la carrera eclesiástica y que –al ser arcediano– tenía la sensación de haber llegado a la cumbre. Josemaría, en cambio, con ser de inteligencia despierta y de brillante personalidad, no tenía el menor interés en hacer carrera con el sacerdocio y se notaba que buscaba solamente en el Seminario la correspondencia a algo que Dios le pedía24.

      Recordando esos padecimientos interiores, anotaba Escrivá años después, dirigiéndose al Señor: «Quizá –si no hubieras estorbado mi salida del Seminario de Zaragoza, cuando creí haberme equivocado de camino– estaría alborotando en las Cortes españolas, como otros compañeros míos de Universidad lo están..., y no a tu lado, precisamente, porque [...] hubo momento en que me sentí profundamente anticlerical, ¡yo que amo tanto a mis hermanos en el sacerdocio!»25.

      Al igual que ocurre con la crisis que sufrió durante su adolescencia, no contamos con demasiados datos sobre este proceso íntimo, que tuvo lugar al final de su primer año en Zaragoza. Escrivá no habló demasiado de estas cuestiones. Solo comentó, años después, que «sucedieron muchas cosas duras, tremendas, que no os digo porque a mí no me causan pena, pero a vosotros sí que os la darían»26. Y recordaba: «Dios escribe derecho con renglones torcidos»27.

      «Parece que acabó el curso en Zaragoza –escribe Toldrácon intención de no volver: de hecho el Rector no envió ese año a don Hilario Loza, el párroco de Santiago, el oficio en el que le rogaba que informase sobre la conducta del seminarista durante el periodo estival»28.

      Durante el mes de junio se produjo en África el llamado desastre de Annual: los rebeldes rifeños liderados por Abd El-Krim masacraron a unos ocho mil soldados y oficiales del ejército español en Marruecos, que quedaron sin enterrar, torturados o abiertos en canal, durante cuatro años. Aquella derrota conmovió al país y generó una fuerte crisis política.

      Durante ese verano Josemaría estuvo charlando con Gregorio Fernández Anguiano, que había pasado a ser Vicerrector del Seminario de Logroño y le conocía bien. Este le tranquilizó y le reafirmó en su vocación. Hubo un cruce de cartas entre el Rector de Zaragoza y el Vicerrector de Logroño sobre la idoneidad de Escrivá para el sacerdocio. Para Fernández no había duda, ya que, como había puesto anteriormente por escrito, Josemaría había dado «pruebas claras de su idoneidad al estado eclesiástico»29 durante su estancia en el Seminario de Logroño.

      Eso explica la sorpresa del Rector de Zaragoza cuando le vio regresar a comienzos del curso siguiente, en septiembre de 1921, «pues parece –escribe Toldrá– que ya no contaba con su presencia»30.

      Durante aquel segundo curso en el Seminario, al conocerle mejor, se produjo en López Sierra un cambio radical de actitud y comenzó a darle ánimos. «Después de poner realmente todos los medios para que yo abandonara mi vocación (con intención rectísima hizo eso), fue mi único defensor contra todos»31.

      López Sierra fue uno de los sacerdotes que más le influyeron durante ese periodo, junto con Antonio Moreno, Vicepresidente del Seminario de San Carlos. «Demostraba mucho espíritu sacerdotal, mucha experiencia pastoral y era muy humano –contaba Escrivá hablando de Moreno, tío de un condiscípulo y amigo suyo con ese mismo nombre–. Me contaba anécdotas muy gráficas, con gran sentido sobrenatural y pedagógico, que me hacían un bien enorme»32.

      Durante el largo periodo académico Escrivá residía, al igual que sus compañeros, de forma ininterrumpida en el Seminario, sin vacaciones de ningún tipo, como se acostumbraba entonces. Tuvo ocasión de profundizar con calma en la llamada «cuestión social», y estudiar las enseñanzas de la Iglesia sobre estas materias, ante las que estaba especialmente sensibilizado, al igual que su padre. Entre ellas estaban las cartas del cardenal Soldevila sobre los problemas de los trabajadores.

      El 22 de enero de 1922, mientras cursaba el segundo trimestre del tercer curso de Teología, falleció Benedicto XV. El 6 de febrero fue elegido Pío XI33.

       Septiembre de 1922. Inspector del Seminario

      En septiembre de 1922 se produjo un giro radical en la actitud de sus superiores.

      Como hemos visto, durante el curso académico 1920-1921, el primero que pasó Escrivá en el Seminario de Zaragoza para estudiar segundo de Teología, el Rector le aconsejó vivamente que se marchara.

      Durante su segundo año en el Seminario, en el curso académico 1921-1922, en que estudió tercero de Teología, el Rector pasó a animarle decididamente en su vocación y a defenderle «contra todos».

      Y a comienzos del curso 1922-1923 –cuando se disponía a vivir su tercer año en aquel Seminario, para estudiar cuarto de Teología– le nombraron inspector del Seminario. Tenía veinte años y no había recibido siquiera las órdenes menores.

      El mismo día que fue nombrado para el cargo, el 28 de septiembre, recibió la tonsura en la capilla del Palacio Arzobispal, mediante la cual entraba en el estado clerical, requisito necesario para ocupar cualquier cargo34.

      El Rector llegó a confiar tanto en su criterio que un compañero del Seminario asegura que llegó un momento en que lo dejó prácticamente en sus manos. «Me parece que puede decirse que, en los últimos años de estancia en el San Francisco, era Josemaría la única autoridad»35. Y el mismo cardenal Soldevila no tenía reparo, cuando le veía junto con otros seminaristas, en dirigirse directamente a él. Es más, en ocasiones le llamaba para charlar a solas36,

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