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como de fuentes secundarias– intento sostener la tesis de que los chicanos son un pueblo colonizado en Estados Unidos. Confío en que el resultado sea una clara alternativa a las explicaciones tradicionales ofrecidas por los historiadores. Aún más, espero que la historia de la América ocupada enfocada al tema del angloimperialismo, impulse a los historiadores del sur global a emprender la monumental tarea de investigación básica que todavía debe realizarse en relación con el suroeste norteamericano y los chicanos. Luego, y quizá con mayor eficacia que yo, ellos podrán impugnar las conclusiones de otros historiadores.

      Antes de analizar mi tesis sobre la colonización de los chicanos, quisiera aclarar varios puntos. Primero, el título de esta monografía puede parecer equivocado o falso. Muchos lectores alegarán que un título como México ocupado hubiera sido más correcto puesto que la monografía trata de la ocupación de un territorio que anteriormente perteneció a México. A pesar de que este argumento es válido, siento que América ocupada es más preciso porque “América” es la identificación que los europeos dan a dos continentes. Cuando más tarde el nombre fue adoptado por trece colonias, la designación “América” fue considerada como exclusiva propiedad de la nueva nación, y los ciudadanos de Estados Unidos se consideraron los “americanos”. Los chicanos, sin embargo, al igual que otros grupos, refutaron esta exclusividad y mantuvieron correctamente que todos los habitantes –tanto del continente septentrional, como del austral– son americanos y que indudablemente todo el hemisferio es América. Así, yo sostengo que el control angloamericano del territorio noroccidental de México es una ocupación parcial del hemisferio americano.

      Aunque algunos lectores puedan considerarlo un asunto trivial, me veo impulsado a distinguir entre los americanos anglosajones y otros americanos en Estados Unidos. Por ello, he utilizado el término angloamericano, o simplemente anglo (derivado de anglosajón), para señalar esa distinción. De igual manera, me refiero a los pobladores estadounidenses de Texas como anglo-texanos, en contraste con la población nativa de Texas, que era india y mexicana. Segundo, algunos ciudadanos estadounidenses de extracción mexicana podrían objetar la identificación de “chicano” en el título, porque muchos de ellos se llaman a sí mismos simplemente mexicanos o mexicanas. Por otra parte, algunos –una minoría– se refieren a sí mismos como hispanoamericanos o latinoamericanos. Recientemente, el término mexicano-americano se ha hecho popular, siguiendo la tradición de formar palabras compuestas de otros grupos étnicos. Los angloamericanos promovieron el uso de esta denominación, y durante un tiempo pareció que sería universalmente aceptada. Pero durante los cuatro últimos años, los activistas han comenzado a impugnar esta identificación. Al principio, algunos simplemente descartaron el guion de mexicano-americano (mexicoamericano/mexicano) y rompieron simbólicamente con la tradición norteamericanizante. Otros trataron de identificarse con un nombre elegido por ellos mismos. Eligieron el término chicano, que a menudo se había empleado para designar a los mexicanos de clase baja. Aún cuando tenía connotaciones negativas para la clase media, los activistas lo consideraron un símbolo de resistencia y lo aceptaron porque planteaba una exigencia de autodeterminación. A mi juicio, ese identificarse a sí mismos es un paso necesario en el proceso de toma de consciencia, mediante el cual los chicanos pueden liberarse colectivamente.

      En este trabajo empleo a menudo los términos mexicano y chicano indistintamente. Uso mas frecuentemente el término mexicano en la primera parte del libro, reconociendo así el hecho de que los mexicanos del siglo XIX eran un pueblo conquistado. En la segunda parte, que trata del siglo XX y de la cambiante situación en Estados Unidos, el término chicano es utilizado para distinguir a los mexicanos que viven al norte de la frontera de aquellos residentes en México.

      El núcleo de la tesis de esta monografía es mi argumento de que la conquista del suroeste creó una situación colonial en el sentido tradicional: el territorio y la población mexicanos fueron controlados por unos Estados Unidos imperialistas. Más aún, sostengo que esta colonización –con algunas variaciones– existe todavía actualmente. Así, me refiero a la colonia, inicialmente, en el sentido tradicional del término, y más tarde (tomando en cuenta las variaciones’) como a una colonia interna.

      Desde la perspectiva chicana resulta obvio que estos dos tipos de colonias son una realidad. Sin embargo, en discusiones con amigos no chicanos, he encontrado considerable resistencia a esta idea. En efecto, incluso colegas que simpatizan con la causa chicana niegan que los chicanos sean –o hayan sido– colonizados. Admiten la explotación y discriminación, pero añaden que esta ha sido la experiencia de la mayor parte de los “americanos”: especialmente de los inmigrantes europeos y asiáticos, y de los americanos negros. Si bien estoy de acuerdo en que la explotación y el racismo han convertido en sus víctimas, a muchos grupos marginales de Estados Unidos, esto no borra la realidad de la relación colonial entre los privilegiados angloamericanos y los chicanos.

      Yo creo que el paralelo entre la experiencia chicana en Estados Unidos y la colonización de otros pueblos del sur global es demasiado parecido para ser desdeñado. La definición de colonización se ajusta a las siguientes condiciones:

      1. El territorio de un pueblo es invadido por gente de otro país, que posteriormente emplea la fuerza de las armas para obtener y conservar el control.

      2. Los habitantes originales se convierten involuntariamente en súbditos de los conquistadores.

      3. Una cultura y un gobierno extraños son impuestos a los conquistados.

      4. Los conquistados se convierten en víctimas del racismo y el genocidio cultural y son relegados a una situación inferior.

      5. Los conquistados son despojados del poder político y económico.

      6. Los conquistadores creen cumplir una “misión” al ocupar la zona en cuestión y piensan que poseen privilegios indiscutibles por virtud de su conquista.

      Y estas condiciones privan en la relación entre chicanos y anglos en el territorio noroccidental de México. Desde el punto de vista de la historiografía tradicional, sin embargo, existen dos diferencias que impiden la universal aceptación de la realidad del colonialismo angloamericano en esta zona. En primer lugar y geográficamente, el territorio tomado a México lindaba con Estados Unidos, en vez de ser una zona distante de la “madre patria”. Demasiados historiadores han aceptado –subconscientemente, si no por conveniencia– el mito de que esa zona estuvo siempre destinada a formar parte integral de Estados Unidos. En vez de conceptualizar el territorio conquistado como México septentrional, lo perciben en términos de suroeste “americano”. Más aún, el estereotipo del colonizador es el de un hombre calzado con botas Wellington y portando una fusta, y este estereotipo se asocia generalmente con situaciones de ultramar, ciertamente no en territorios contiguos a un país en “expansión”. En segundo lugar, los historiadores creen también que el suroeste fue ganado mediante una guerra limpia y justa, como opuesta al injusto imperialismo. La explicación ha sido que la tierra pasó a pertenecer a Estados Unidos como resultado de una competencia y que, al ganar la partida, el país actuó generosamente pagando su precio. En el caso de Texas, creen que México atacó a los angloamericanos “amantes de la libertad”. Para los ciudadanos de Estados Unidos es difícil aceptar el hecho de que su nación ha sido y sigue siendo imperialista. El imperialismo, para ellos, es un mal que padecen otras naciones.

      Si bien acepto la proximidad geográfica de la zona –y el hecho de que esto es una modificación a la definición estricta del colonialismo– rechazo la conclusión de que las guerras texanas y méxico-norteamericanas fueron justas o que México las provocara. Por otra parte, señalo en esta monografía que las condiciones propias del colonialismo, antes indicadas, acompañaron la ocupación del suroeste por Estados Unidos. Por estas razones, mantengo que el colonialismo existió en el suroeste en su forma tradicional, y que los conquistadores dominaron y explotaron a los conquistados.

      La colonización sigue existiendo actualmente, pero, tal como mencioné antes, existen variaciones. Los angloamericanos todavía explotan y manipulan a los mexicanos y todavía los siguen relegando a una situación inferior. A los mexicanos les sigue siendo negada la determinación política y económica, y siguen siendo víctimas de violencia, estereotipos y prejuicios raciales elaborados por quienes se sienten superiores. Así pues, sostengo que

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