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más antiguos de indagación es la negación –la lógica tras la oposición semántica. La búsqueda de la verdad a través de la matización de la historia tiene gran importancia porque permite promover la justicia social y estimular un sentido de igualdad. En el contexto mexicoamericano, este sentido de la verdad histórica cobra mayor valor dentro del sistema de control y la división social al que está subyugado el mexicano en Estados Unidos, un sistema de castas comparable al impuesto por la colonia española en América. El presente histórico se distingue por la ambigüedad discursiva, la que nos lleva a la distorsión de la verdad y el propio desvanecimiento de la historia. Concomitantemente, esto dificulta, aún más, el impulso del sentido de comunidad necesario para articular la memoria histórica colectiva. Por ende, el encuentro entre el pocho, el inmigrante, el obrero, la clase media, y los diversos grupos latinos, es necesario al fomentar la defensa de los derechos humanos tanto para la comunidad mexicoamericana como para los latinos en general.

      Durante esta era de ambigüedad discursiva, el pensamiento crítico depende de la conciencia histórica.4 Por ejemplo, en diálogos con estudiantes, los estudiantes inmigrantes suelen preguntarme qué hay en común entre ellos y los mexicoamericanos. Mi primera respuesta es pedirles que contemplen críticamente una lista de varios servicios y beneficios sociales a su disposición; entre los que seguramente figuran la admisión a la universidad, becas, y hasta diferentes frentes y organizaciones de apoyo social que benefician al inmigrante. Después, recalco cómo estos servicios y beneficios son el legado del movimiento chicano, y son parte del proceso histórico de ser mexicano en Estados Unidos. En 1968, el número de estudiantes mexicoamericanos en colegios y universidades cercanos a comunidades mexicanas, como San Fernando Valley State College, no alcanzaba ni el ciento de estudiantes matriculados; como resultado del proceso histórico que representa el movimiento chicano, esta universidad –ahora California State University Northridge– tiene una matrícula de más de 20 000 estudiantes latinos.

      Ya para 1970, el movimiento chicano forjaba los cimientos sobre los cuáles se edificaría la clase media mexicoamericana. El esfuerzo político-cultural chicano había amplifacado el acceso a la educación superior causando una apertura del campo profesional para los mexicanos y latinos por igual. Por lo general, casi todo líder defensor de los derechos de inmigrantes y casi todo político mexicoamericano, sea en California, Texas o el resto del país, proviene de esta tradición político-cultural. Estos acontecimientos concurren junto a la época en la cual el gobierno mexicano y las clases privilegiadas mexicanas sostenían prejuicios hacia los paisanos que inmigraban a Estados Unidos sin la documentación apropiada; inclusive, esta actitud oficial generó un sesgo nacionalista que cuestionaba la lealtad nacional del emigrante.5 Por lo contrario, la comunidad mexicoamericana se mantuvo al pie junto a estos inmigrantes, por lo que resulta sorprendente que algunos inmigrantes perpetúen un sesgo similarmente nacionalista en contra del pocho. En ocaciones olvidamos que gran parte de la población mexicoamericana está conformada por ciudadanos de segunda generación, quienes con frecuencia son estudiantes universitarios de primera generación al igual que algunos estudiantes inmigrantes. Las intersecciones entre los mexicoamericanos y los inmigrantes son numerosas, son un sinfín de posibilidades colectivas.

      El presente ensayo contextual no pretende realzar la figura del mexicoamericano frente a la del inmigrante, más bien, el propósito es hacer hincapié en los puntos de encuentro entre el inmigrante y el mexicoamericano. Por sí solos, la etnia y la identidad racial son elementos suficientes para la comunión grupal del ser humano. La clave en ello es la memoria histórica colectiva. Esta enmarca e hilvana un discurso común. Por ejemplo, en el entendimiento social europeo, el buen ciudadano acepta ciertas responsabilidades a favor del bienestar mutuo a pesar de contar con la plena libertad de negarse. La articulación de una conciencia social colectiva es mucho más difícil en los Estados Unidos si se compara con la mayor parte de las naciones europeas ya industrializadas, donde, entre otras ventajas sociales, sus ciudadanos tienen acceso a coberturas de salud públicas y universales y a una educación superior gratuita; mientras tanto, en Estados Unidos aún se debaten temas tan básicos sobre los derechos humanos y servicios públicos, como lo es el acceso a la cobertura universal de salud.

      El bienestar común de la población mexicana y latina no solo se debe a la osadía del pensamiento colectivo dentro de una sociedad individualista, este también es el producto de la expansión del repertorio de conocimiento sobre el pueblo mexicano llevado a cabo en los últimos cincuenta años. Cuando cursé mi doctorado, en la década de 1960, casi no había cursos sobre México y Latinoamérica, y los cursos sobre la experiencia mexicoamericana eran inexistentes. En la actualidad, la mayoría de las universidades importantes ofrecen cursos sobre la experiencia mexicana y latinoamericana, por lo menos. Igualmente, ha habido una proliferación de publicación de artículos y textos sobre estos temas. Las bibliotecas de renombre, como la biblioteca Bancroft (Berkley), University of Texas Austin, o Arizona State University, y varios museos a lo largo del país, cuentan con colecciones de enfoque latino o mexicano. A pesar de estos logros y avances, aún nos queda mucho por hacer; los estudios chicanos aún sufren la falta de apoyo y, en ocaciones, como en Tucson, Arizona, enfrentan también un proceso de desmantelamiento y de persecución—tomése por ejemplo la prohibición y confiscación en Arizona de América ocupada por ser considerado un texto de historia subversivo y “anti-americano”.

      La memoria histórica colectiva concomitantemente está sujeta al conjunto de estructuras oficiales como a las extraoficiales; por ende, es necesario el esfuerzo para manter estos estudios en ambos planos sin dejar de desarrollar y apoyar aquellos a nivel comunitario. Son en estos espacios que un pueblo tiene la posibilidad de acercamiento y aprendizaje a sus experiencias sociales como un conjunto. Para el chicano, este conjunto es la experiencia transfronteriza del devinir histórico del mexicano de este y del otro lado. La historia es el espejo por la que el mexicoamericano y el inmigrante pueden reconocerse mutuamente y donde se encuentra el cruce de una agenda sociopolítica de mutuo beneficio. Tal ha sido el caso en las recientes vicisitudes en torno a la inmigración y la creación de soluciones incompletas, pero que son aún así de gran impacto para los latinos en general.

      A consecuencia de que los legisladores en la CXII reunión del Congreso estadounidenses obstruyeran el Dream Act (Acta para el Desarrollo, Alivio y Educación para Menores Extranjeros), el 15 de junio del 2012, el presidente Barack Obama decretó el programa de DACA (la Acción Diferida para los Inmigrantes Llegados en la Infancia). El Presidente proclamó una orden ejecutiva, conocida como un White House Memorándum, donde ordenaba que la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, redactara la guía de “‘prosecutorial discretion’ with respect to a certain class of younger immigrants without legal status”.6 ¿Por qué será que el presidente Obama tomó una medida tan controversial aun después de no haber impulsado una reforma migratoria y, con toda franqueza, haberles dado rienda suelta a los agentes de inmigración para que hostigaran y acorralaran a la comunidad inmigrante durante su primer término presidencial?

      Según Marcelo Suarez-Orozco, profesor en University of California Los Angeles y experto en inmigración, el crecimiento de la población latina ha sido tan drástico que, “numerically, the U.S. is being transformed”. Esta transformación es más impactante al considerar que el crecimiento demográfico de la población latina ha estado acompañado de un histórico declive demográfico de la población angloamericana; lo que ha resultado en el desvanecimiento progresivo del esquema racial que divide a la sociedad estadounidense en blanco y negro. Según el New York Daily News, el aumento de población latina ha puesto a prueba los límites de los derechos civiles y, conforme disminuye la hegemonía de la población angloamericana, ha efectuado una reconfiguración de las alianzas políticas del país.7 Los mexicanos han sido el motor de este espectacular aumento de población, ya que conforman dos tercios de la población latina. Cabe recalcar que estos cambios demográficos no solo constan del flujo constante de inmigrantes, sino también del número de natalidades en el país. Según Suarez-Orozco, el acrecentamiento demográfico de la población latina queda sutilmente manifestado en la transformación de los organismos sociales que fungen como el motor político para efectuar cambios institucionales. Un claro indicio de la extensión de estos cambios se encuentra en el margen de crecimiento de la población latina durante la década de 1990; mientras en 1990 había 22,4 millones de

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