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mensaje. Y en tanto que individuo de una cultura, no necesariamente la misma que la del autor, es capaz de reorientar el contenido literario hacia una interpretación distinta de las intenciones del autor, lo que lo convierte también en un sujeto activo del fenómeno literario: del mismo modo que el autor, el lector percibe y reflexiona una cultura.

      De esta realidad han surgido las afirmaciones que consideran al lector como una entidad prácticamente igual de importante que la del autor. Especialmente en la estética de la recepción (Wolff, 1971; Acosta, 1989), el lector se sirve de la literatura convirtiéndola en un objeto, lo que nos lleva de nuevo a la consideración de la literatura como presencia. Esta no solo cobra sentido al ser leída, sino que su funcionalidad se activa de la interacción física con ella, de donde se reconoce que la vinculación del individuo con la literatura es una necesidad del acto literario. Su participación va más allá de su función como aquel que insufla vida al texto literario, sino que se percibe igualmente en preocupaciones técnicas de prioridades editoriales (Neuhaus, 2009, p. 140 y sig.) e instituciones estatales (Neuhaus, 2009, p. 234 y sig.). El lector, en tanto que individuo, ejerce su libertad, se aprovecha de ella y decide dedicar tiempo a la literatura. Esta libertad convierte a la literatura en una presencia que la convierte además en contingente y que reinicide en la necesidad del lector recordándonos que, sin él, tampoco habría literatura:

      «Qualität und Rang eines literarischen Werkes ergeben sich weder aus seinen biographischen oder historischen Entstehungsbedingungen noch alleine aus seiner Stelle im Folgeverhältnis der Gattungsentwicklung, sondern aus den schwer fassbaren Kriterien von Wirkung, Rezeption und Nachruhm» (Jauß, 1975, p. 147).

      «La calidad y el nivel de una obra literaria no resultan ni de sus condiciones biográficas o históricas ni tampoco únicamente de su emplazamiento en la relación del desarrollo de los géneros, sino de complejos criterios de influencia, recepción y fama».

      A partir de este reconocimiento, Hans-Robert Jauß desarrolló las siete tesis para superar el abismo entre historia y literatura, así como entre el conocimiento histórico y estético (Jauß, 1975, p. 168). La teoría de la recepción, para la que Jauß desempeñó con sus obras un papel importante, aboga por un horizonte de conocimiento en el lector para entender el acto literario (Warning, 1994). El discurso hermenéutico de la comprensión de la verdad del texto (Gadamer, 2010 [1960]) lo sortea sin embargo una visión de cultura como la planteada aquí: al ser cultura un concepto indescriptible de donde surge la literatura como un éxito antropológico (objeto de individuos creado para individuos), la noción del horizonte de perspectivas desaparece.

      En primer lugar, el lector se beneficia de que la literatura sea un acto antropológico, un producto surgido de los humanos y dirigido a los humanos. Los paralelismos entre autor y lector permiten un intercambio fluido, ya que una vez superadas las barreras técnicas como el lenguaje o la pertenencia a diferentes culturas, el código de ambos se erige en realidad como un código de humanidad común. En esta peculiaridad antropológica se podría enmarcar también la función de entretenimiento que reconocemos en la literatura. El lector no solo mantiene vivo el mensaje literario al ocuparse de él, sino que además lo comparte y lo completa. Por ello, en segundo lugar, el lector puede revivir la obra literaria con una mayor perspectiva histórica interpretando con mayor impacto muchos de sus mensajes. En el acto de la lectura de una obra del pasado se puede discurrir acerca de determinados contenidos que el autor desconocía. Un conocimiento posterior puede sin embargo resultar ambivalente: o bien permite la ampliación de las lecturas de una obra, o bien puede terminar en una categorización estándar de la literatura. Sin una revisión constante de cultura y una reformulación de aquellos contextos culturales necesarios para la explicación de literatura, se correrá el peligro de volver al esquemático «horizonte de expectativas» (Warning, 1994), que neutraliza por sus generalidades el papel del lector. Las funciones del lector individual van más allá de rellenar «espacios vacíos» (Iser, 1979), idea que resulta en exceso abstracta y demasiado delimitada a un tipo de literatura concreto; la lectura del texto responde más bien a las funciones del fenómeno literario y, en el caso concreto de la lectura específica, aporta además la revitalización del texto. El lector experto, el filólogo en este caso, está obligado a la interpretación, la percepción, reflexión y reproducción del juicio literario, de donde arrojará una interpretación y un significado de relevante trascendencia. Los conocimientos propios del teórico literario le deben llevar a una síntesis específica que justificará que tal conocedor es también en el momento de lectura un tipo de autor que arroja una lectura coherente e intensificada del texto.

      Interpretación, lectura y significado

      Tradicionalmente los tipos de interpretación que ha asumido el estudio teórico de la literatura han sido dos (Ter-Nedden, 1987, p. 32 y sig.): la interpretación filológica (explicaciones semánticas, gramaticales, etc.) y la interpretación estética (en relación al inmanentismo). Las teorías literarias del siglo XX contrarias a la hermenéutica huyeron radicalmente de esta búsqueda de entendimiento objetivo a causa de la entidad subjetiva de la interpretación. No obstante, las últimas voces son cada vez más conciliadoras en este sentido (Jannidis, et al., 2003). El estudio cultural del texto literario requiere su interpretación dentro del contexto seleccionado, siendo deseable que sean expertos autorizados los que arrojen sus consecuencias.

      La tradición de la Teoría ha buscado constantemente la división de la literatura en tendencias, corrientes o periodos según las diversas escuelas. Esta premisa permite una confrontación rápida y clara de la literatura, pero por su simplificación se presenta insuficiente. El estudio de la literatura y su historia deben tratar el texto literario como momentos puntuales, y estos no entienden ni de periodos ni de tendencias, ni de épocas. Las agrupaciones han sido frecuentemente biográficas, nacionales, temporales o temáticas, cayendo fácilmente en inexactitudes, por ejemplo: la frecuente división biográfica de la vida de los autores en etapas puede llegar a veces a la afirmación de distintos autores dentro de un mismo nombre; la concepción de literaturas nacionales obvia los contactos interculturales, siempre especialmente intensos en Europa o las historias de la literatura están llenas de excepciones incómodas de intenciones temáticas que parecen rebelarse contra los prepuestos simplificadores. Una comprensión contemporánea de la literatura puede hacerse uso puntualmente de estos recursos, pero no puede seguir permitiéndose este tipo de inexactitudes de forma absoluta. Es por ello que el acto comunicativo de un sujeto, la obra en sí, debe volver al centro del estudio.

      La literatura es un medio que vincula la «cercanía imaginaria entre lectores y autores» (Gumbrecht, 1998, p. 83) y su complejidad intrínseca trae consigo la enorme dificultad que plantea también la complejidad de la cultura. Por ello, al igual que la alternativa para el estudio cultural se posibilita mediante un estudio dirigido centrado en la interpretación puntual de los contextos culturales, la propuesta literaria para el estudio teórico debe responder igualmente a la reducción intencionada de la literatura a entidades tangibles. La obra literaria permanece viva en el momento de su relectura, así, la relectura cultural de la literatura explora estos contextos en búsqueda de su funcionalidad, lo que permite que la interpretación funcional se edifique en este marco de análisis.

      A partir de su literatura, toda cultura deja de ser una entidad inabarcable e incomprensible, sino que se explica gracias a contextos reducidos y simplificados, los cuales actúan como garante para la interpretación dirigida. Con una finalidad pragmática se pregunta a las obras acerca de los pilares culturales comunes al análisis y, aparte de ellos, se teje la red de cercanías y similitudes que demandan los espacios comunicativos que plantea cualquier cultura. De esta manera, los textos literarios austrohúngaros actúan aquí como objetos de trabajo para la constitución de un contexto Austriahungría en el que se resalten aquellos rasgos más atractivos para su confrontación con Europa.

      Funcionalidad

      La definición aquí manejada de cultura impide cualquier constatación de su funcionalidad. No sucede lo mismo con su estudio en contextos culturales, en los que la búsqueda de similitudes y cercanías en los objetos culturales permite la elaboración de un sentido. Se deduce de aquí que la única utilidad de cultura pueden serlo sus manifestaciones o proyecciones culturales,

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