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campos de actuación y de la precisión cada vez mayor de las teorías. Actúa de forma irrebatible para las propuestas de la mejora sin piedad para las teorías superadas. En ella encuentra la cultura occidental la forma de la visión «oficial» del mundo y transmite incluso la selección de todo cuanto debe tener validez».

      Con la ampliación de la Teoría de la Cultura, cuya principal intención es la interconexión del saber, se ha posibilitado a partir de todas estas teorías una síntesis de hipótesis contundente para la elaboración de un concepto teórico interpretativo común. Los presupuestos de la Teoría de la Cultura pueden considerarse por tanto renovadores y recogen en sí ideas formuladas ya anteriormente, especialmente por el postestructuralismo. La visión conciliadora de una Teoría de la Literatura culturalmente expandida debe verse como la recopilación de una pluralidad postestructuralista propia de la postmodernidad.

      Culturalmente hablando, la definición que con más consenso se comparte es la de la literatura como una forma material del reflejo del programa mental «cultura» (Nünning, 1995b, p. 181). A partir de esta definición, el estudio de la literatura desplaza a un segundo plano la pregunta acerca de la consideración de esta como producto únicamente lingüístico o como entidad autónoma, lo que permite centrar la reflexión en torno al espacio y al contexto en que esta nace, así como en sus funciones sociales (Nünning, 1995, p. 181). La literatura no es por lo tanto un género autónomo o independiente, sino un producto cultural que podemos situar en el constructo hipotético del contexto cultural.

      La contingencia del fenómeno literario conlleva que su análisis, siempre transversal, deba estar orientado a la comprensión del marco espacial y temporal en el que este se enclava. En esta dirección ha centrado sus esfuerzos la Teoría de la Cultura, aunque no exclusivamente, pues también el Nuevo Historicismo (Baßler, 2005; Baßler, 1995) ha recogido a su vez propuestas de la etnología como la thick description (Geertz, 1973, p. 3 y sig.), los cuales han motivado a su vez, entre otras cosas, la concepción de la cultura como texto (Bachmann-Medick, 2004). El desmesurado intento de «entender culturas», básicamente lo que pretendían los primeros Kulturwissenschaftler (Böhme & Scherpe, 1996), asume el riesgo de caer rápidamente en diletantismo. Y esto fue cuanto, no sin razón, se les rebatió a los investigadores culturales con fuerza en sus orígenes (Haug, 1999a), quizá algo desmedidamente (Graevenitz, 1999), pero no sin sentido (Haug, 1999b).

      La visión actual va más allá de la comprensión cultural. El texto literario, aunque objeto cultural, no es lo suficiente informativo como para intentar entender, en un sentido hermenéutico, una cultura en su inmensidad. Sus funciones siguen siendo sin embargo útiles para la elaboración de un contexto teórico. Las definiciones de culturas a partir de sus literaturas ha sido una tendencia frecuente en el estudio tradicional de la literatura, especialmente a la hora de su presentación histórica y sistemática en una producción literaria desarrollada en un idioma nacional, algo supuestamente ya superado (Jauß, 1975). En los últimos años, se ha desarrollado una confrontación científica cultural con la literatura que parte de la premisa de que el estudio de cualquier cultura puede hacerse atendiendo al proceso inverso, esto es, no intentando definir la cultura desde ella misma, sino reconstruyéndola a través de sus restos en el texto literario.

      Esta alternativa se muestra más factible para un análisis de cultura por dos motivos: primero, porque las fuentes de trabajo son únicamente los textos literarios y, segundo, porque la imagen de cultura que de ellos se obtiene (contexto cultural) es bastante más comprensible de lo que podríamos perfilar en caso de enfrentarnos directamente a una cultura en su totalidad. La reconstrucción que se hace por tanto de «cultura» en estos contextos expone su visión independiente, subjetiva y novedosa. La orientación cultural no solo es una de las alternativas más apropiadas para el filólogo contemporáneo, sino que es intrínseca a él. Este, en tanto que especialista de la literatura, se presenta como el científico idóneo para desgranar el texto literario y extraer de él todo cuanto este reproduce y representa. Dicho con otras palabras: la labor específica del filólogo es la formulación de hipótesis teóricas de un contexto cultural a partir de lo que cada cultura haya dejado en su literatura a modo de sedimento. ¿Cuáles son, sin embargo, los parámetros que debemos considerar para analizar el fenómeno literario?

      Texto literario

      El texto es el punto de partida del análisis literario. El giro cultural ha promovido en la concepción del texto una apertura que ha traído consigo el análisis de textos tradicionalmente no literarios o de «inferior calidad». La dedicación a este tipo de textos ha despertado un intenso debate acerca de la categorización literaria de los textos y sobre las prioridades del experto para su estudio. Así, gracias a la revolución del postestructuralismo se ha lanzado de nuevo la pregunta acerca del «canon literario», entendiendo por canon aquel conjunto de textos junto a su aparato crítico necesarios para la comprensión de una cultura. Las primeras críticas a este modelo se extienden desde la crítica de las ideas de los años setenta hasta la la obra de Bloom (1994).

      Parece relativamente consensuado alabar un canon de determinados autores que catalogamos «de calidad literaria», pero esta idea tiene algunos puntos débiles a causa de algunas preguntas de difícil respuesta: ¿ese canon es local, nacional, temporal o universal? ¿Cuántos autores deben tener cabida en él? ¿Entiende ese canon algo de culturas? La defensa de un canon literario nace del acuerdo tácito de que determinados autores del pasado gozaron por derecho de la categoría de literarios, pero ¿son estos los únicos? ¿Hay quizá algunos fuera del canon que debería pertenecer a él?

      Es más, ¿qué sucede, por lo general, con la literatura contemporánea y cuál es su consideración actual en el canon? (Beilein, et al., 2011). Más difícil que los autores del pasado lo tienen incluso los autores actuales (Braun, 2010): ¿dónde tiene la literatura contemporánea que encontrar el consenso para valorar aquellas obras valiosas, literariamente hablando? A la hora de fijar este consenso surgen inseguridades y desacuerdos. Este sentimiento no es solo frecuente en el lector perdido en una librería a la búsqueda de una obra literaria contemporánea, sino que lo comparte también el experto de la literatura, ya que muchas de sus dudas son comunes: ¿qué es de todo lo actual lo mejor o lo más «literario»? ¿Dónde he de buscar para encontrar nueva literatura? ¿Tiene sentido acercarse a la literatura contemporánea? Muchas son las incertidumbres que surgen, especialmente a la hora de la pregunta de qué es «buena literatura» (Gelfert, 2010; Kämmerlings, 2011). Las historias de la literatura están repletas de recuperaciones de obras excluidas primigeniamente del «canon», pero restituidas en épocas posteriores. El interés hacia muchos de estos títulos perdidos se debe frecuentemente a sus perspectivas o contenidos puntuales, que en un momento determinado se convirtieron en actuales. Es decir, la interpretación teórica consideró necesaria una vuelta a ellos.

      Acerca de la selección de aquellas obras «merecedoras» de análisis ha reflexionado también la Teoría de la Literatura Cultural. Sin embargo, a pesar del consenso en torno a una consideración global de literatura, sigue siendo difícil la selección exclusiva de aquellos que pertenecen a ella. Este hecho se ve seguramente motivado por cuanto Barthes dedujo de las diferentes capas del texto en tanto que constructo lingüístico, esto es, su percepción será siempre diversa, plural, heterogénea, etc. (Barthes, 1971, p. 228 y sig.) debido a la arbitrariedad interpretativa que exige el símbolo (Derrida, 2006). Que la mutabilidad del texto lo sea tan solo por sus lecturas (McGann, 1991, p. 8 y sig.) ha motivado sin embargo una consideración del texto muy amplia. Esta abarca desde su definición como artefacto material (Barthes, 1971) hasta su alabanza como objeto estético (Martens, 1975, p. 82), pasando por su situación en el centro de la comprensión (Ricoeur, 1973, p. 93 y sig.) o por su atribución de verdad, proferida como fruto de la necesidad expresiva (Ehlich, 2005). Las siete clásicas características del texto de Dressler y Beaugrande parecen seguir siendo un punto de guía. Según estos autores, el texto es una forma de comunicación lingüística cuyas siete características son la coherencia, la cohesión, la intencionalidad, la aceptabilidad, la informatividad, la situación y la intertextualidad (Beaugrande & Dressler, 1981).

      En la Teoría de la Cultura se trabaja con una visión abierta y mutable del texto como el elemento que repite la coherencia ritual

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