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en los siglos ii y iii y era uno de los primeros que trató de atribuir los escritos juaninos al hereje Cerinto.[18] Otro autor digno de mención es el obispo Papías de Hierápolis, según el cual el autor verdadero del Apocalipsis no fue san Juan, sino un tal “presbítero Juan”.[19] Todas las argumentaciones de aquellos escritores fueron transmitidas por Eusebio de Cesarea; mientras tanto, Gregorio López las pasa por alto, dado que para él la tarea principal es mostrar que no hay objeción posible sobre la autoría de san Juan en torno al libro del Apocalipsis. La obra en cuestión tiene la autoridad apostólica y con ésta se establece su carácter de un libro sagrado, en donde cada palabra es la Verdad santificada por el Espíritu Santo. En esa afirmación tan categórica podemos ver una polémica disimulada con Erasmo, según el cual el Apocalipsis se caracteriza por una falta de la apostolica gravitas, aunque Gregorio López se pone de acuerdo con Erasmo diciendo que el Apocalipsis es la historia profética disfrazada en figuras; la diferencia consiste en que para Gregorio López el autor del libro del Apocalipsis aparece como heredero de los profetas del antiguo Israel;[20] mientras que para Erasmo la frase quasi nihil haberet apostolicae gravitatis, sed vulgatam tantum rerum historiam figurarum involucris adumbratam (casi no tiene ninguna gravedad apostólica sino aparece como un ensayo de la historia mundial complementada con las figuras)[21] caracterizaría el bajo nivel de la argumentación teológica como tal, en donde la “alta teología” se sustituye por el caleidoscopio de las visiones incoherentes. El intento de atribuir el libro del Apocalipsis al hereje Cerinto, aunque cuestionado por Dionisio de Alejandría, no resultó ajeno para Erasmo, quien tuvo tal inclinación, aunque bien disimulada.[22] Al fin y al cabo Erasmo reconoció el valor canónico del libro del Apocalipsis, haciéndolo sobre todo por el consensus ecclesiae en torno de su atribución y el valor histórico de las visiones descritas y expuestas en el libro, aunque Erasmo insistió en el carácter no apostólico de su texto.[23]

      En su comentario al capítulo 10 del Apocalipsis Gregorio López afirma que “otro Ángel fuerte” a quien vio el profeta, llegó para demostrar la dignidad apostólica del autor del libro, es decir de san Juan, para reconciliar las comunidades cristianas del Asia Menor y para combatir a los herejes con sus propias obras:

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