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contaba su victoria sobre su exjefe. Ni siquiera el hecho de que muriese parecía afectarle.

      —Esa misma reacción tuve yo, querida. No soy tan cruel, créeme. Incluso después de su traición apreciaba a ese bastardo. Había sido el último en entrar en la banda, a causa de mi juventud, y el bueno de Bobby nunca me dejó ensuciarme demasiado las manos. «Alguien debe seguir teniendo el alma intacta, muchacho», solía decirme. Pero a quien vi en mi apartamento no era nuestro Bob. Como he dicho, la gente cambia y algunos dejan de ser personas para ser criminales, sí, pero otros se convierten en monstruos.

      Le costaba pensar que el anciano no formase parte de los grandes golpes. Si el bueno de los cinco era así, se alegraba de no haber tenido que interrogar a los otros. Los remordimientos la abordaron en cuanto ese pensamiento estalló en su mente. No debía regocijarse por la muerte de alguien. Incluso si eran asesinos tenían familia y deberían haber sido juzgados, pero Bob Eden lo había impedido. Había decidido ser fiscal, juez y verdugo y nadie, aún menos alguien de su calaña, podía tomar esa decisión.

      —El bueno de Bob se fue a dormir y no volvió a despertar —continuó Harris—. Su mujer, pese al dolor, lo llevó todo con una calma asombrosa. Se ocupó ella misma de todo el papeleo, de vender lo que hizo falta y cuidar de su hijo. Incluso volvió a trabajar como maestra. Aunque algo cambió. Se hizo más fría. Creo que dudaba de nosotros, porque cortó lazos con mi hermano y conmigo. Nos dolió bastante. Nos preocupábamos por ella. A fin de cuentas, éramos responsables. Por esa razón le ofrecimos nuestra ayuda varias veces, pero se negó en redondo. Siempre fue una mujer muy orgullosa y decidió sacar a flote a su familia sin ayuda de nadie. No me extraña que lo consiguiese.

      Por primera vez vio una emoción sincera en el rostro del hombre: inmerso en sus recuerdos, sus labios se torcieron en una sonrisa de cariño hacia Leonor.

      —Pero no estaba muerto —señaló Juliette.

      —En efecto. No lo estaba, y yo no lo supe hasta hace un par de semanas.

      —¿Cómo? ¿Quién se lo dijo? —preguntó Eriol.

      —Mi hermano. Días antes de morir. —Cerró los ojos por un momento y cuando los abrió el dolor marcaba su mirada—. Al parecer, Diane le había llamado contándole que Thomas, su marido, y Lucas habían sido asesinados por un hombre con el aspecto de Bob. A partir de ahí, fue sencillo. Steve movió sus hilos y se enteró de los avances que se producían en el caso. Cuando un agente confirmó que el responsable era Robert Eden no nos cupo duda de que nos estaba cazando.

      —¡Eso no es cierto! —Eriol se levantó de un salto y su silla se estrelló contra el suelo—. No hay topos entre mis agentes.

      —Le sorprendería la cantidad de policías que van a tomar una copa después del trabajo, jefe Johnson. No se ofenda, pero con un par de copas de más, incluso Judas habría cantado el acuerdo de las treinta monedas. Se oyen muchas cosas en ese bar… The Raven.

      Juliette frecuentaba ese pub durante sus primeros meses en la comisaría. Su proximidad y su ambiente tranquilo hacían de él un lugar perfecto donde despejarse cuando el estrés y la crudeza de los casos le pasaba factura. Ella misma había sido testigo de cómo sus compañeros comentaban sin ninguna discreción detalles sobre los casos con el siempre atento camarero.

      —Entonces, ¿cree que el señor Eden volverá a por usted? —quiso saber la joven para tratar de volver a la conversación.

      —Sin lugar a duda, nunca deja un trabajo a medias. Puede que esto sea algo personal, aunque Bob siempre se ha dejado guiar por su cabeza. Contemplará todas las opciones y actuará en cuanto lo vea claro.

      —No parece preocupado —comentó incrédula.

      —Señorita, le aseguro que lo estoy. Pero, cuando llegas a mi edad, hay cosas más importantes en las que pensar, como mi familia o mis amigos. Colaboraré en todo lo que necesiten para volver a encerrarlo. Por el Bob que conocí —pese a la frialdad de su voz, un fuego parecía arder en los ojos del anciano.

      —Tenemos un plan, ¿verdad, Eriol? —sonrió mordaz al ceder el testigo a su amigo, quien parecía más recompuesto.

      —En efecto, lo tenemos.

      —¿Y bien? ¿Un piso franco? ¿Una nueva identidad? ¿Patrullas alrededor de casa?

      —Señor Harris, ¿le gusta pescar? —cuestionó Juliette

      —¿Pescar? —Su ceño se frunció—. Oh, no. No, me niego.

      —Eric Harris, le informo de que vamos a usarlo como cebo —aclaró Eriol.

      5

      Convencer al anciano para que participase en su plan fue una tarea bastante ardua, pero después de un par de horas habían logrado dejarlo sin argumentos. Al desconocer la ubicación del escondite de Robert, esta era la única opción para atraparlo antes de su próximo asesinato. Sospechaba que la tentativa de participar en la captura de un criminal tan buscado había contribuido a que aceptase, porque pronto estuvo compartiendo información sobre su antiguo jefe. La chica se había dado cuenta de que, aunque durante los años con Casiopea se le excluyó de ciertas acciones a causa de su juventud, el anciano conocía bien a los suyos.

      A regañadientes, Eriol había aceptado el consejo tanto de Harris como de Juliette para ocultar la treta al resto del cuerpo. No tenían tiempo de descubrir quiénes eran los bocazas, así que sería mejor partir de la premisa de que todos podían ser culpables. La joven incluso sugirió que corriera el rumor de que la vigilancia en el hospital sería mínima.

      Todo pareció funcionar, porque Will acudió para asegurarse de que les había entendido bien, incapaz de creerse que fueran a dejar sin apenas vigilancia al único testigo del caso.

      Por otro lado, Juliette se vio obligada a esperar en The Raven, el bar de los rumores policiales. Discutió con Eriol sobre el destartalado teatro del cebo. Ella quería permanecer en alguna parte del hospital y él tenía claro que debía alejarse allí.

      —¿Es que no puedes simplemente obedecer? —le dijo Eriol antes de marcharse—. Te estás comportando como una niña orgullosa. Quizás no debería haberte dejado volver tan pronto.

      Había intentado explicarle que su empeño por estar allí no se debía a otro motivo que ellos. Lo hacía por ellos, por sus compañeros del Cuerpo de Policía. Bob Eden era capaz de cualquier cosa, y no se perdonaría que algún agente sufriera durante la ejecución de aquella locura de plan si ella podía haberlo evitado. Ellos tenían armas y todo tipo de preparación, pero Juliette disponía de la capacidad para conocer a las personas como nadie las conocería jamás. Y Eriol no quiso escucharla.

      —Te recuerdo que la última vez fastidiaste toda tu vida por un simple capricho —comentó el capitán al acompañarla en coche.

      Un escalofrío se apoderó de su cuerpo al oír aquella palabra. «Capricho». Así había llamado a Alec. Pese a todo lo que le había contado, Eriol Johnson seguía pensando que Juliette había arrojado su futuro por el desagüe a causa de un simple cuelgue. Por mera atracción o por haber sido esclava de sus emociones. Cuando, en realidad, ella se obsesionó con aquello porque supo ver la inocencia en sus ojos. No hubo asesinato, sino defensa propia. Por esa razón presentó aquellas pruebas a Eriol y se afanó en que todos vieran que Alec no era un maldito asesino. A nadie le importó. Con el chico muerto, ¿qué más daba si solo se defendía o realmente mataba? Si ella había vuelto a trabajar en la comisaría fue porque al final Eriol la escuchó, aunque fuese demasiado tarde. Pero la creyó, o eso pensaba hasta aquel momento.

      Con un suspiro, volvió a tomar un trago de la cerveza mientras esperaba noticias.

      —¿Tú qué crees, Julie? —la voz de Will la sacó de sus pensamientos.

      —Perdona, ¿qué decíais? —preguntó para entrar en la conversación.

      —Sobre los incendios. Ha habido

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