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asiento mientras él lo hacía enfrente—. Tiene razón, en breve yo comenzaré una nueva vida y ni siquiera me han permitido recoger mis pertenencias de casa. Es un precio justo, no me malinterprete, pero no deja de ser incómodo.

      Por un momento la chica sintió cierta lástima por él. Si ella estuviese en su situación, probablemente estaría aterrada: una vida desde cero, sin nada ni nadie que recuerde quién eras, tan solo recuerdos confusos que pronto quedarían en el olvido.

      —Lo siento mucho, de verdad —ante la mirada interrogante del anciano, se apresuró a explicarse—: Si hubiésemos podido atrapar a Robert Eden, ahora no estaría pasando por esto.

      —Bueno, si yo no hubiese entrado en Casiopea nunca lo habría conocido. O si no le hubiéramos traicionado. El mundo está lleno de «¿y si…?», pero preocuparnos por ellos no va a hacer que cambien las cosas.

      —Un problema deja de serlo si no tiene solución —citó ella. Era una de las frases favoritas de Alec.

      —Vaya, no solo es una cara bonita y una mente despierta, también es culta. Cualquiera de aquí no cita a alguien como Eduardo Mendoza —la felicitó—. Me habría gustado tener una nieta como usted: inteligente, astuta y preciosa. Pero mi hijo solo me dio unos varones salvajes.

      —Gracias.

      A ella jamás le habría gustado tener un abuelo como él, pero se abstuvo de decirlo. En su lugar, desvió la vista hacia la ventana que había detrás del anciano.

      —En fin, solo quería decirle que tengo pruebas que podrían usar en el juicio contra Bob.

      —Señor Harris —dejó escapar el aire que sin darse cuenta estaba conteniendo—, el caso va a archivarse.

      —Lo sé, pero estoy seguro de que acabarán encontrándolo. Tengo fe en usted —confesó con orgullo.

      —Haré todo lo que esté en mis manos —declaró ella—. Ese hombre no se merece disfrutar de la libertad.

      —Tampoco yo, aunque eso no es lo que nos preocupa ahora. —Extrajo un papel del bolsillo y se lo tendió para que Juliette lo cogiera—. El material que le digo se encuentra en una caja de seguridad en el Elveside General Bank, ahí tiene la contraseña. Espero que le sirva.

      —¿Qué es? —preguntó Juliette, suspicaz. No entendía por qué le facilitaba entonces tal información cuando no se la había entregado a los agentes.

      —Ni yo mismo lo sé. Quizás los desvaríos de un hombre a punto de ser atrapado. Ni siquiera sé si la mitad de lo que revela es verdad. Cuando la policía se llevó a Bob yo era un crío y aún seguía idealizándole. Quise hablar con él una vez más antes de que lo arrestaran, pero no fui capaz. Lo vi esconder una caja en su jardín y no pude evitar hacerme con ella en cuanto se lo llevaron. No se esperaba la traición de los suyos. Siempre nos creyó sus amigos, su familia. —El anciano suspiró con cansancio—. No queda ya nada de ese hombre y creo que, en honor a su recuerdo, debo ayudarles a ponerle fin a sus crímenes. Siempre fue el mejor de nosotros.

      Juliette le apretó la mano con fuerza para mostrarle su apoyo. Cuando iba a darle las gracias, la puerta se abrió y Eriol entró por ella junto a un par de agentes. La comitiva que lo acompañaría a su nuevo destino había llegado.

      —Señor Harris, es la hora —declaró—. Julie, ¿habéis acabado ya?

      —Sí, creo que sí. —Ambos se levantaron—. Señor Harris, ha sido un placer.

      —Lo mismo digo, muchacha. —Volvieron a darse la mano y compartieron una sonrisa—. Creo que después de esto puede llamarme Eric. Al menos una vez, antes de que pase a llamarme quién sabe cómo. ¿Se imagina que me ponen alguna atrocidad como Duncan? ¿O Eriol?

      Ante el ceño fruncido del capitán, la joven no pudo evitar soltar una carcajada. Además, por cómo uno de los agentes miraba al hombre mayor, sospechaba que también se había dado por aludido.

      —No te preocupes, Eric. Seguro que tienes suerte —lo consoló aún riendo—. Os acompaño abajo.

      Mientras salían de la habitación, Eric le ofreció cogerse de su brazo y, cuando ella aceptó, se inclinó para susurrarle en el oído:

      —Si me llegan a decir hace unos años que a mi edad iba a comenzar una nueva vida con una jovencita al brazo, habría dejado que me atacasen mucho antes —el comentario recibió una mueca cordial de la chica—. Sonríe, Juliette, alguien como tú se merece…

      ¡Bang!

      La detonación la pilló por sorpresa. Con la mano del anciano todavía agarrando su brazo, cayó al suelo a la vez que él. Incrédula, permaneció inmóvil cuando un charco de sangre se extendió hacia ella a través del blanco suelo. Emanaba del pecho de Eric Harris, quien aún mantenía una sonrisa en el rostro sin vida.

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