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La sombra de nosotros. Susana Quirós Lagares
Читать онлайн.Название La sombra de nosotros
Год выпуска 0
isbn 9788416366552
Автор произведения Susana Quirós Lagares
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Sacó el contenido del sobre con los guantes todavía puestos. Una vieja fotografía en la que cinco hombres jugaban a las cartas mientras sonreían a la cámara. Entre ellos, Robert.
—Thomas Clancy —indicó Leonor y deslizó su dedo hacia el hombre de su derecha—. Lucas Márquez. El del otro extremo es Steve Harris.
—Comprendo. Eran vecinos y amigos.
—Sí, pero hay un hecho que los une y no es la timba semanal entre vecinos… Todos están muertos, Julie —la anciana hizo una pausa—. Todos menos…
Entonces algo chasqueó en el cerebro periodístico de Juliette. Todos en esa foto habían muerto, antes o después, asesinados por Eden, salvo uno. Un detalle que convertía esa excepción en un objetivo.
—¡Oh, Dios! ¿Cómo se llama el otro hombre?
Si efectivamente todos estaban relacionados, el último rostro de la foto se encontraba en peligro.
—Eric. Eric Harris. Pero, Juliette, eso no es todo…
La joven, quien se afanaba en realizar aquella llamada con urgencia, se detuvo.
—¿Qué más puedes decirme?
—Dale la vuelta —dijo con tono cansado.
Con curiosidad, giró la fotografía para encontrar una breve inscripción.
Casiopea, 1973.
Repitió para sí nombre y fecha. De repente, la constelación formada por cinco estrellas en forma de uve doble la abordó, pero no se detuvo ahí su mente. Cinco hombres sonrientes, cinco astros en la noche. Lo siguiente que vio fue una sucesión demencial de noticias. Robos a bancos, asaltos a viviendas, asesinatos, aquel autobús de niños que fue secuestrado para cubrir una huida… Los tenía en sus manos, todos los miembros de aquella banda criminal de nombre cósmico que jamás desveló la identidad del resto de sus componentes. Todos vecinos. Todos amigos. Todos criminales.
—Me marcho, y me llevo esto —dijo al coger cartas y foto.
—Pero los guantes…
—No te preocupes, Leonor. ¡Gracias por el café! —se despidió sin dejar de caminar.
Eriol no contestaba al teléfono, pero sí la compañía de taxis.
Al llegar a la entrada, un vehículo la esperaba. Prometió una cuantiosa propina al taxista si olvidaba las normas de circulación e ignoraba señales y semáforos. La vertiginosa travesía por Elveside se volvió un torbellino de colores, una sinfonía de cláxones y una carrera arriesgada. Eriol continuaba ausente cuando el taxi se detuvo con un sonoro frenazo. Will se sorprendió al ver aquella llegada.
—¿Julie? —se preguntó al verla salir a la carrera.
—Will, dime que Eriol está en la oficina —le asaltó a la vez que intentaba recuperar el equilibrio. No olvidaría el dichoso viaje en mucho tiempo.
—Creo que sí —respondió el chico preocupado—. ¿Estás bien?
—Vamos dentro. Es urgente.
Evitaron el control de entrada. No había tiempo que perder. Irrumpieron en el despacho del capitán del mismo modo que un huracán por una ventana rota. Eriol osciló en su silla y casi cayó de espaldas.
—Pero qué demonios…
Juliette no esperó a disculparse, vomitó las palabras suficientes para que comprendieran la situación. El resto de la historia quedó claro con la maldita fotografía.
Eriol reunió a los equipos en servicio en la sala de operaciones. Maggie, la agente más joven de la comisaría, fue la última en unirse, aunque la más importante.
—Aquí tiene la dirección de Eric Harris, señor —dijo de modo marcial la agente.
Eriol sacudió el papel en su mano y les explicó:
—No sabemos qué encontraremos, pero sí sé que no quiero lamentar nada. Tened mucho cuidado. Will —Señaló a su agente de confianza—, encárgate de la estrategia operativa del asalto.
—Sí, capitán.
—Julie, conmigo —le indicó, y salieron de la sala.
La joven siguió al jefe de policía hasta su despacho. Allí, Eriol abrió el armario.
—Ponte esto. —Le lanzó un chaleco antibalas—. No volveré a cometer el error de dejarte en el coche.
Las imágenes que provocaron aquella decisión acudieron a Juliette de forma repentina. Un atraco frustrado. Todo agente de policía participó en el asalto mientras ella esperaba fuera, en el coche. Así descubrió al tipo que esperaba fuera con el motor en marcha. Aquella bala atravesó la ventanilla para acabar alojada en su hombro. Un recuerdo doloroso. Una herida de guerra que lucía con orgullo los días más calurosos.
Fueron diez minutos en coche lo que precisaron para llegar al lugar. Ante tanto policía, los vecinos no tardaron en acudir a ventanas y puertas. Juliette bajó del vehículo a la par que Eriol. Vio a Will correr hacia ella.
—El jefe quiere que también lleves esto.
Le entregó un casco.
—¿Es necesario? Parezco una corresponsal de guerra.
Will le ayudó a colocárselo.
—A ti nada te queda mal —le sonrió.
Esa sonrisa fue suficiente para calmarla.
—¡Todos a sus puestos! —ordenó el capitán—. Julie, no te despegues de mi espalda.
Aquello iba en serio. El asalto había comenzado.
4
Los agentes con Will al frente se adentraron en el edificio en silencio, aunque no con calma. Subieron por las escaleras uno detrás de otro, armados y dispuestos a salvarle la vida al viejo miembro de Casiopea. Al llegar a la puerta del apartamento de Eric Harris, eran cinco los agentes disponibles para el asalto y una joven periodista y analista de conductas que jamás sopesaba el riesgo al que se exponía. El resto del equipo cubría cada planta inferior y superior del edificio. Así, ocurriese lo que ocurriese, Robert Eden no tendría escapatoria alguna.
—¿Eric Harris? —preguntó Will junto al flanco derecho de la puerta.
Otro agente le cubría las espaldas y tres más, incluido Eriol, ocupaban el lado izquierdo de la entrada con Juliette tras ellos.
Will lo intentó una segunda vez sin obtener respuesta. Luego, solicitó permiso visual del capitán Johnson, quien asintió para autorizar la entrada.
De una sola patada, la cerradura de la puerta se hizo pedazos y se abrió con gran estruendo. Fue todo el ruido que se oyó, pues el interior permanecía en silencio. Los agentes entraron a la carrera.
—¡Policía de Elveside! —gritaban.
—Nosotros esperamos aquí —le aclaró Eriol a Juliette.
Un instante después, Mike aseguró que todo estaba despejado. Eriol y la joven entraron en el apartamento, aunque Juliette no esperaba ver la escena de un crimen. Se quedó inmóvil junto a la entrada sin apartar la mirada del cuerpo de quien se suponía que era Eric Harris en el centro del salón sobre un pequeño charco de sangre. El mobiliario estaba volcado, destrozado y había restos de cristales por cada rincón.
—Es imposible que haya salido por aquí —indicó Will desde la ventana.
—¡Aún está vivo! —señaló Mike en el suelo, junto al cuerpo.
—¡Avisad a una ambulancia! —ordenó Eriol.
Pero nadie pudo hacerlo.
Una