Скачать книгу

pistas, solo una foto de los que suponía eran sus nietos, bastante dinero en efectivo y un par de tarjetas. Enfadada, volvió a dejar todo en su lugar y golpeó la chaqueta con el dorso de la mano. Fue entonces cuando sintió algo bajo la palma. Volvió a revisar los bolsillos, pero seguían vacíos. Fue directa a por el forro, y ahí estaba. Cerca de la costura volvió a notar el chasquido del papel cuando se arruga.

      Forzó el cosido hasta desgarrarlo, siempre con la precaución de no alertar a Eriol, quien no aprobaría los métodos. Cuando consiguió estropear la chaqueta, extrajo la pequeña hoja de papel de su interior.

      Una foto idéntica a la que hallaron Leonor y Teddy se encontraba junto a un recorte de periódico.

       Importante colección de arte es robada del museo de Elveside. Los responsables dejan en su lugar el dibujo de una constelación.

      Se trataba del primer caso de la banda, pero ¿por qué alguien guardaría pruebas que lo relacionasen con un pasado criminal del que nadie sospechaba? ¿Sentimentalismo? No, no parecía que ninguno de ellos fuese a cometer tal desliz solo por recordar el pasado. ¿Por qué lo haría?

      Sentía cómo su cerebro se sacudía en busca de una solución. Mientras tomaba asiento al lado del hombre se fijó en su expresión, calmada, serena. Y entonces todo encajó. La única forma por la que alguien podría encontrar esa foto sería que revisasen su traje, y eso solo podría pasar si hubiese sido asesinado. No trataba de ocultarlo, sino todo lo contrario. Pretendía que alguien lo descubriese en caso de que le pasase algo. Su propio hermano había muerto a manos de Bob Eden, al igual que sus otros compañeros. Probablemente hizo las conexiones y quería que hiciesen pagar al responsable. En ningún momento pensó que fuesen a encontrarle con vida, ni que una muchacha con la curiosidad de Nancy Drew revisase entre sus pertenencias.

      Más que nunca necesitaban que despertase, porque con estas pruebas en su contra no iba a tener más opción que confesarles qué sucedía. Y ella pensaba estar en primera fila cuando eso pasase. Mientras su compañero entraba de nuevo en la sala, agarró la mano del anciano y le susurró al oído:

      —Señor Harris, es hora de que despierte.

      El sol empezaba a asomar por la ventana del cuarto cuando Juliette procedió a contarle su descubrimiento a Eriol, dispuesta a someterse a la correspondiente bronca por volver a hacer las cosas por su cuenta y sin seguir protocolos. Pero su amigo la sorprendió quedándose en silencio, ojeando los recortes. Le dirigió una mirada entusiasmada cuando se dio cuenta de que la joven le había proporcionado una prueba tangible, algo que relacionaba a ambos criminales y, aunque aún necesitaran el testimonio del último superviviente del grupo Casiopea, habían conseguido algo para continuar con el plan.

      —Al menos ahora sabemos qué dirección tomar con el interrogatorio. Aunque, cuando contemos esto, diremos que yo te encargué revisar sus pertenencias.

      —Claro, llévate la gloria. Aléjame de los focos. —Le dedicó una mueca de falsa tristeza que hizo que el otro la golpeara en la cabeza.

      —Te noto de muy buen humor. ¿Qué hay de ese pesimismo y mal genio que suele acompañarte?

      —Creo que estoy demasiado cansada para utilizarlos.

      —Bien, porque la enfermera me ha dicho que sus constantes son normales y que debería despertar pronto.

      Lo siguiente en la lista era descansar. Juliette se echó sobre el sillón y, antes de quedarse dormida, Eriol la cubrió con su chaqueta.

       OTOÑO 2016

      Correteó por la calle mientras se dejaba envolver por la cálida lana de su abrigo. Era una noche fría, perfecta para una velada de película y pijama en casa. Sin embargo, ella se dirigía a una estúpida cita con un estúpido chico que conoció en una de las estúpidas reuniones del periódico. No es que fuera un mal tipo. Lo cierto es que era inteligente y muy atractivo, y las chispas saltaron cuando se conocieron, por lo que cuando él le preguntó si podía invitarla a cenar decidió olvidarse de su regla sobre no salir con alguien que acababa de conocer y aceptó sin dudarlo. Quizás porque hacía meses que no tenía una cita y le pareció buena idea.

      Desde que la concertaron semanas atrás, las ganas de asistir habían ido reduciéndose hasta el mínimo. Y no era solo a causa de su habitual manía —Juliette disfrutaba de cierta fama entre sus amigos por perder el interés siempre que ligaba con algún chico, pues cuando ya no suponía un reto, el chico dejaba de merecer la pena— sino también porque de repente él le había empezado a parecer un esnob, aburrido y superficial. Lo que antes veía como virtudes de repente se convertían en defectos. Pese a todo, su instinto le decía que había algo artificial en la máscara de chico perfecto de aquel hombre. Perdida en sus reflexiones tropezó con una grieta y a punto estuvo de caerse.

      «Benditos reflejos» pensó, mientras miraba la hora en su reloj de pulsera.

      —¡Hola, Jules!

      La voz de Alec Trailaway la sorprendió por segunda vez en la última semana. No podría haber escogido peor momento. Llegaba tarde al restaurante y no tenía tiempo para uno de sus debates. Pero el chico ya había bajado del contenedor en el que se encontraba sentado y la alcanzó en un par de zancadas.

      —Que no me llames así… —replicó con voz cansada—. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes algún gato que torturar?

      —En realidad, me gustan los gatos —reveló el chico tras encogerse de hombros.

      Vestía con prendas oscuras para pasar desapercibido. Una sudadera con capucha cubría su desordenado pelo.

      —Menuda sorpresa… —respondió Juliette, quien, por el contrario, iba más sofisticada que de costumbre, con un abrigo abotonado hasta las rodillas y un par de tacones bajos. El vestido verde botella, más ceñido de lo que le gustaría, quedaba oculto para aquel chico descarado.

      —Bueno, ¿a dónde vamos?

      Sonrió como si fuesen a comenzar una aventura y ella estuvo a punto de sentirse mal al contrariarle. Pero solo a punto.

      —Yo tengo una cita. Tú puedes perderte.

      Juliette intentó continuar su camino.

      —¿Una cita? Eso me ofende, pensé que teníamos algo especial —declaró mientras se llevaba una mano al pecho, fingiendo estar dolido—. He luchado en vano. Ya no quiero hacerlo. Me resulta imposible contener mis sentimientos. Permítame usted que le manifieste cuán ardientemente la admiro y la amo, señorita Libston.

      —Lo siento, pero no te pareces en absoluto al señor Darcy alguno, así que para, por favor.

      Él se limitó a sonreír con inocencia, sabiéndose atrapado. Si había algo que admiraba del chico era cómo parecía encontrarle el lado divertido a todo. Se trataba de algo extraño en una ciudad como Elveside y le resultó incluso irónico que fuera alguien tan callejero y demente como Alex Trailaway quien pareciera entender la importancia de ser feliz. Quizás había que estar loco para hallar la felicidad en aquella ciudad.

      —Bueno… —Se balanceó sobre sus pies mientras se llevaba las manos a la espalda—. ¿Sobre qué hora acabarás? No me importa esperar.

      Entonces fue ella quien le dedicó una sonrisa.

      —Julie… Julie —oyó como alguien la llamaba y le sacudía el brazo.

      Con un gran bostezo, abrió los ojos al desperezarse como un gato. La habitación estaba llena de luz y tuvo que pestañear varias veces antes de que su vista se enfocara del todo.

      —¿Qué pasa, capitán? ¿Está bien el viej… oh?

      Unos ojos grises la miraban curiosos desde la cama y la joven sintió que su cara enrojecía al instante. Como si le hubiesen echado encima un jarro de agua fría, se levantó de un salto atusándose el pelo y la ropa.

      —Oh, me alegro de verlo

Скачать книгу