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Las elecciones tuvieron lugar el 27 de abril y la renuncia de Duhalde llevó a adelantar la toma de posesión de Néstor, programada para el 10 de diciembre.

      Leí con interés el borrador del discurso inaugural de Kirchner especialmente cuando supe, gracias a ciertas infidencias, que Cristina había tenido una participación central en su redacción. Con Jorge Altamirano, compañero de militancia del presidente, compartimos un tiempo en el exilio. Ahora era alguien importante en la secretaría de gobierno y su despacho era próximo al de una tal Quiroga, que sería secretaria de Néstor.

      —¿Viste el “objetivo de gobierno” de concretar el funcionamiento de un Sistema Nacional de Salud? Es un tema duro y cada vez que se planteó la posibilidad generó despelote…

      —Si. Pero son otras definiciones las que me impactan con fuerza, como declarar que una sociedad con elevados índices de desigualdad, empobrecimiento e impunidad siempre será escenario de altos niveles de inseguridad y violencia.

      —Me parece que eso forma parte de lo que se dice que se va a hacer y no obligatoriamente se hace.

      —Néstor en el plano económico es muy concreto. Cuando dice que “la sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse y que el equilibrio fiscal debe cuidarse” está tomando un compromiso fuerte ya que esto implica, Kirchner dixit, “más y mejor recaudación, eficiencia y cuidado en el gasto”.

      A partir de allí entramos con Jorge en un contrapunto en el análisis.

      —Si vas por el lado de las promesas también afirma que el equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la Nación como de las provincias, es fundamental.

      —Además, según lo que dirá en su discurso, “el país no puede continuar cubriendo el déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, corriendo riesgos inflacionarios que siempre terminarán afectando a los sectores de menos ingresos”.

      —Completa diciendo que “el equilibrio fiscal, el mantenimiento del superávit primario y la continuidad del superávit externo serán el motor del crecimiento y de la recuperación del consumo, de la inversión y de las exportaciones”.

      —¿Vos crees que todo esto es posible? El tiempo diría si este plan de gobierno y las acciones que implican son factibles en Argentina.

      Mi diálogo con Jorge Altamirano se detuvo allí. Mis dichos y los suyos eran complementarios e intercambiables.

      Tras nuestro encuentro de noviembre de 2002 yo suponía que Cristina había olvidado su promesa de reiniciar nuestro diálogo o que, más probablemente, había perdido todo interés en hacerlo. Pero en agosto de 2003 recibí un llamado telefónico de alguien que se identificó como la “coordinadora” de la actividad de la señora Cristina Fernández de Kirchner y en el que se me invitaba a concurrir el sábado siguiente, temprano a la mañana, a la residencia de Olivos. No podía saber si el llamado “iba en serio” pero no cabía imaginar otra alternativa. Yo no había compartido con nadie, aparte de Mario, que había sido recibido en el Senado.

      ¡La residencia presidencial! ¡Iva a entrar nuevamente en “La Quinta de Olivos” 50 años después!

      Tomé el colectivo 229 para ir. Mientas viajaba reflexionaba sobre los primeros meses del gobierno de Néstor que habían sido trepidantes. Se sucedieron la visita de Fidel a Buenos Aires, el cuestionamiento de Prat Gay desde el Banco Central, la renovación de la Corte y la propuesta de Zafaroni. Kirchner viaja a Brasil, para reunirse con Lula y también a Europa. Se reúne con Bush y pronuncia una frase que se hizo famosa: “Argentina está diez kilómetros bajo tierra”

      Al presentarme en la guardia me hicieron pasar a un jardín de invierno donde Cristina, sentada ante una mesa de cristal, leía atentamente una serie de documentos. ¿Era el mismo ambiente en que la vi a Eva por la primera vez? Las imágenes se fundían en mi cerebro, junto al recuerdo del primer encuentro en el Congreso. Al verme parado frente a ella levantó la mirada y dijo:

      —Pase por favor. Enseguida estoy con usted. ¿Quiere tomar algo, un té una gaseosa?

      Rechacé el ofrecimiento con un movimiento de cabeza. Para romper el hielo e iniciar un diálogo decidí esquivar de entrada el tema que me había acercado a ella por segunda vez.

      —Leí el discurso de Néstor al asumir la presidencia. Dicen que usted participó en la redacción. ¿Comparte las ideas económicas allí expresadas y su factibilidad?

      —Con Néstor discutimos y evaluamos cada tema. No siempre coincido con sus propuestas, pero en general vamos en la misma dirección. No se si eso responde a su pregunta.

      Tras esta breve declaración y sin darme tiempo a replicar me dirige a su vez otra que iba al centro del motivo de la entrevista.

      —Bueno, a ver si finalmente me cuenta como fue esa “relación personal” ¿O son otra vez las interpretaciones de su amigo?

      —Como le dije en nuestra reunión en el Congreso el libro lo está escribiendo Mario, tomando como base el relato que le hice sobre mis encuentros con Eva y Perón. Él trotaba a mi lado en La Residencia aquella mañana y fue testigo del inicio de la relación. Le pido una vez más que lea lo que escribió, sobre la base de mi relato. Fue una experiencia que viví siendo un chico de diez años.

      Como en nuestra primera reunión, Cristina tomó el texto que yo le acercaba y decidió leerlo.

      * * *

      Todo empezó en la colonia de vacaciones en la quinta de Olivos. Por la mañana temprano trotábamos sobre las piedritas rojas que cubrían uno de los caminos interiores. Un vapor cálido, mezclado al olor de la tierra mojada, subía desde los jardines con el césped recién regado. Mi mirada estaba fija en el cuello de Mendizábal, un metro delante mío, mientras yo me sumergía en la soledad un poco angustiante de la carrera. El pelotón, unos treinta chicos de remera y pantalón corto, parecía flotar sobre el camino. Cris… Cris… El ruido tan agradable de las piedritas aplastadas. Bruscamente, el Cadillac negro apareció a lo lejos. Todo pasó muy rápido, tan rápido que me es difícil reconstruir la escena. El auto avanza lentamente y el grupo, cortado en dos, se abre hacia los costados. Un rostro blanco, una cabellera rubia. Una mirada perdida… Una mano que saluda apenas, detrás del vidrio oscuro. Era ella y yo no imaginé, en ese instante, que el curso de mi vida había cambiado. Él estaba sentado a su lado, muy derecho en su traje gris. Se inclinó para escuchar a su compañera y bruscamente, me miró. Esa mirada… Sentí frío, ¡en pleno mes de enero!… Hizo un gesto apenas perceptible, mientras que el auto se alejaba lentamente. Algunos segundos después me di cuenta de que yo había quedado clavado al piso, mientras que mis compañeros se alejaban. Luego seguí, con la cabeza baja, al hombre en uniforme que, surgido ya no sé de dónde, me empujaba lentamente hacía el chalé blanco con tejas rojas.

      Poco después me encuentro sentado en un enorme sillón, mis pies colgando sin tocar el piso. No comprendo gran cosa, plantado frente al ventanal que domina esa habitación inmensa, iluminada por la luz tamizada del sol que se cuela entre las cortinas translúcidas. La alfombra es muy espesa y de color blanco. Hay plantas verdes, muy verdes. Hay una mesa donde parece haberse servido un desayuno. La temperatura es agradable y me siento invadido por una cierta torpeza. Bruscamente, ella entra en el cuarto. Rubia, pálida, los ojos que vi son grises. Apenas sonríe y me mira sin mirarme. Un Universo de sol se abre frente a mis ojos. Y en la cima una sensación nueva, indescriptible.

      —La verdad es que venimos poco a Olivos. Hoy el general insistió para que le acompañara.

      Creo que me miraba, yo tenía mis ojos clavados en las puntas de mis zapatillas.

      —Vos sabes, me gusta conocer y hablar con algunos de los chicos que vienen a la quinta. Hoy te tocó a vos. ¿Cómo te llamás?

      —Néstor.

      Evita está sentada en un taburete alto, frente a un espejo. La pollera de seda blanca se cierra sobre sus piernas cruzadas. Su clásico rodete está deshecho y los cabellos rubios caen en cascada sobre su espalda. Sonríe y me mira, mientras que una manicura, a la que no vi entrar,

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