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su primera relación sexual con una prostituta. Los “chicos” escuchábamos fascinados. Según su versión todo había marchado muy bien, pero yo quedé chocado por su descripción del sexo de la mujer adulta, que nunca habíamos visto.

      —La mina era muy peluda y tenía como una ciruelita de carne arriba de la concha…

      ¡Cuántas fantasías, cuanto miedo, cuanta envidia! Siempre uno tenía que mostrar que estaba bien al corriente de las cosas porque además de la represión sexual, estaba la violencia. Todos los varones formaban parte de una barra, más o menos pacífica, según su composición y el barrio de origen. A veces se originaban conflictos y yo viví un cierto tiempo disimulando mi miedo y mí falta de coraje. Atravesar al caer la noche el territorio de una barra enemiga, me aterrorizaba. ¡Y a mi madre justo se le ocurría enviarme a hacer una compra en esa zona! En ese pequeño mundo algunos muchachos se acercaban o simplemente caían en la delincuencia. Pero nuestro grupo se mostraba más o menos civilizado si bien a veces nos costaba defendernos. Los más duros montaban a caballo y varias veces nos atacaron para robarnos la leña que habíamos juntado para la fogata de San Pedro y San Pablo. Solamente Alfredo “el grande” les hizo frente, haciendo girar una cadena de bicicleta frente al caballo del agresor, parado sobre sus patas traseras.

      En la escuela, todos de guardapolvo blanco, muchas cosas se tapaban. Y fue en la escuela que nos hicieron, ese año, una propuesta diferente: ¡Podíamos pasar las vacaciones en la residencia! “La quinta de Olivos”, como todos la llamábamos. Yo no sabía si Perón y Eva vivían allí o si la usaban como residencia de fin de semana, como decían que lo hacía la gente rica. Situada a cuatro o cinco kilómetros hacia el norte por el camino del bajo, pocos sabían que la quinta contaba, además de numerosos edificios de servicio, piscina, boxes para caballos, campos de rugby y de fútbol, canchas de tenis, un gimnasio, una sala de armas. Comunicaba directamente con una playa de arena sobre el Río de la Plata, todavía no contaminado. Un día Perón pensó que para él y Eva era demasiado. Entonces decidió la creación de lo que fue una de las primeras colonias de vacaciones gratuita para chicos pobres en la Argentina. ¿Era una decisión demagógica? Las opiniones, una vez más, estaban divididas. Nos explicaron que nos iban a venir a buscar en ómnibus a la escuela por la mañana y que pasaríamos el día jugando al fútbol, yendo al río o muchas otras cosas interesantes y que, al atardecer, regresaríamos a la escuela. Y todo eso, por supuesto, ¡completamente gratis!

      Yo no sabía cómo mi padre iba a tomar la cosa, dado su antiperonismo. Si bien aceptaba los logros del gobierno en el campo social, era muy crítico en el plano de las libertades públicas y en los aspectos propagandísticos de lo que se llamaba “el régimen”. El tema había producido una profunda fractura en la familia, con mi abuelo y uno de mis tíos furiosamente peronistas y los otros dos, más mi padre como “contreras”. Mi abuela, mis tías y mi madre trataban de moderar en aras de la paz familiar, tratando de proteger los clásicos almuerzos de los domingos con todos, abuelos, padres y nietos, alrededor de la misma mesa. Pero el comentario y la respuesta de mi padre me dieron una sorpresa: –El y Eva no viven allí. La residencia permanente es el Palacio Unzué. Pero está bien. Podés ir. ¡Si nos aguantamos sus macanas, por la menos aprovechemos las buenas ideas!

      * * *

      Dejó caer el texto sobre el escritorio, se quitó los anteojos y me miró.

      —Lo que me ha dado y he leído es interesante. Pero ¿Son los recuerdos de alguien que, en su infancia, vivió esa etapa fundacional del peronismo o es el fruto de la imaginación de su amigo? Usted me habló de una relación personal con Perón y Eva… Aquí no se ve nada de eso…

      —Lo que le entregué es parte de lo escrito por Mario donde se describen situaciones y sensaciones que fueron comunes a muchos chicos en esa época. Yo compartí con él la experiencia de la colonia en La Quinta de Olivos, éramos compañeros en el colegio. Al escribir la historia él entrelazó sus vivencias personales con las mías. Usted nació en 1953 y sus recuerdos deben comenzar luego de la caída de Perón. Siendo peronista debe o debería saber que las experiencias de la colonia en la residencia y luego la UES fueron fundamentales para los que éramos niños y adolescentes en esa época.

      Cristina parecía pensativa, su mirada estaba mirando a su interior y pareció reflexionar en voz alta

      —Fue una época fundacional del peronismo. Mi familia fue muy marcada por los enfrentamientos que se vivieron en esa etapa. Quizás se debería difundir más, entre la militancia joven, la política desarrollada hacia la niñez y la juventud.

      —Si. Fue interesante. Al llegar el primer día nos pesaron, nos midieron y nos hicieron una ficha médica. En base a esos datos nos dividieron en tres grupos: azul, rojo y amarillo. La base era el estado nutricional, lo que definió las actividades y la alimentación. Yo estaba en el grupo azul, el que presentaba el mejor balance. Para hacer la cosa más divertida los grupos se subdividían en tribus. Nosotros éramos los querandíes… Pero volviendo al motivo central de mi acercamiento a usted si, hubo una relación personal. ¿Por qué fui elegido para vivirla? No lo sé.

      En ese momento yo tampoco sabía por qué había decidido compartir mi historia con Cristina.

      —Usted se llama Néstor. Ya no es un chico… ¿Lo conoce a Kirchner?

      —No personalmente. Dicen que podría ser nuestro futuro presidente. Se que es gobernador de Santa Cruz y leí que sacó los fondos de la provincia al exterior para preservarlos frente a la derogación de la convertibilidad. En esa época usted era diputada nacional por Santa Cruz. ¿Estaba al tanto de la decisión? ¿Estuvo de acuerdo? No vi información de que se informara a la legislatura provincial.

      —Todo santacruceño estaba de acuerdo. Fue una decisión sabia. Los fondos volverán cuando sean necesarios.

      En ese momento se acercó su secretaria con un expediente en la mano. Me miró con curiosidad. Yo ya llevaba más de una hora con la senadora y le dijo:

      —La esperan para la reunión de comisión.

      Vi que la entrevista se acababa e intenté acercarle el segundo texto que había llevado. No tuve tiempo de hacerlo. Se puso de pie.

      —En este momento no puedo continuar. Probablemente le vea una segunda vez.

      Un poco aturdido me levanté, guardé mis papeles y abandoné el despacho de la senadora. En mi apuro me perdí dentro del edificio y aparecí en el Salón Azul. Allí me encontré con Juan Chihuailaf y tras recuperarme de mi sorpresa le pregunté sobre la vía que lo había llevado a trabajar allí. De traje, corbata y pelo negro aplastado sobre la cabeza no podía ocultar sus orígenes. Histórico defensor de la causa mapuche habíamos coincidido en una comisión que reivindicaba los derechos de los pueblos originarios.

      —Fue una negociación. El senador por la minoría de Rio Negro nos propuso este cargo a cambio de un cierto reconocimiento recíproco. Se discutió mucho en la comunidad y finalmente se decidió aceptar. Es así como llegué a este puesto de asesor en su oficina. Es una forma de ocupar un espacio y puedo trabajar para generar fondos para la causa.

      —Es bueno tener un compañero en el Senado.

      —Vos mapuche no sos pero nos has apoyado. No se en que forma, pero si te puedo ayudar podés contar conmigo.

      Salí hacia Hipólito Irigoyen. Doblé a la izquierda por Callao y enfilé hacia La Continental donde había quedado con Mario que estaba al tanto de mi intento de ver a Cristina.

      La nuestra es una historia de encuentros y desencuentros. Tenemos la misma edad y crecimos en el mismo barrio. El primer contacto fue en la escuela de Benito Juárez y Baigorria, en la zona “pobre” de Devoto. Desde esa escuela compartimos la experiencia de la colonia en la residencia de Olivos. Luego la vida nos separó hasta que nos reencontramos en la Facultad de Medicina. Juntos pasamos por el curso de ingreso establecido en esa época y compartimos la ”lucha contra la limitación”. Pronto quedé un año “atrás” de él, yo bastante sumergido en mi actividad militante. Mario se recibió en mil novecientos sesenta y dos, yo en el sesenta y cuatro. Mi carrera fue algo más larga, menos obsesionado con la idea de recibirme lo antes

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