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Volarás a través del corazón. Rosa Castilla Díaz-Maroto
Читать онлайн.Название Volarás a través del corazón
Год выпуска 0
isbn 9788494968341
Автор произведения Rosa Castilla Díaz-Maroto
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Te veo tan… cambiada.
—Soy la misma, ya lo ves. Sigo sintiendo lo mismo por ti —le digo llevando mis manos al pecho—. Sigo igual de enamorada o más.
—Al mirarte intuyo algo diferente…, Marian.
Me apresuro a hablar.
—Son tus miedos, la inseguridad que sientes. Ya lo has visto en el coche. Soy la misma, la que teme tus caricias, la que desea que tumbes mis miedos para dejarse llevar por tus deseos. Tenemos que hablar, sí, pero no ahora.
—Existe otro lenguaje con el que negociar —dice en tono susurrante y provocador.
—Negociemos, entonces —digo mientras avanzo unos pasos hacia el hombre que deseo con cierto aire incitador.
—Te estás volviendo peligrosa, Volvoreta.
Sonrío convencida de lo que quiero, de lo que necesito…
—No lo suficiente.
Me detengo ante él esperándole en el umbral de la prudencia. No se hace esperar. Esa mirada suya, perturbadora, se ensaña conmigo. Me desnuda por completo y me envuelve en el delicioso temor de lo impredecible. Un simple paso nos separa de esa negociación que ambos deseamos.
Espero ardiente la llegada acuciante de ese primer abrazo sin censuras, ese que me transporte a las profundidades de la pasión y de la entrega. Él sabe muy bien hacerse esperar, hacerse desear. Cuanto más nerviosa me ve, más disfruta. Lo noto en su mirada y en su mal disimulada sonrisa.
Como un peligroso animal, tienta y calcula la medida de mis emociones arrebatándome la voluntad. No sé cómo, pero cuando quiero darme cuenta, sus brazos y sus labios ya son dueños de mi cuerpo. Se apresura a saciar su sed en mi piel. Envueltos en ardientes abrazos la negociación comienza a consumarse. Sin tregua, sus dedos avanzan hacia la cremallera del vestido para deslizarla con premura hasta el final. Mis manos buscan desesperadas la cálida piel del hombre que asedia con provocativos movimientos de caderas mi cuerpo. La sensualidad de sus movimientos y el roce de sus dedos sobre mi piel me impulsan hacia las más altas cotas del deseo, de la necesidad…
—Te necesito —murmuro.
—Vamos por buen camino —me susurra al oído—. Sigamos negociando. ¿Qué necesitas?
—Te necesito a ti. Necesito que me des lo que me has negado.
Supongo que la negociación también pasa por arrancarle literalmente la camiseta.
Su torso desnudo provoca una intensa ausencia de oxígeno en mi sangre, en mi cuerpo. Le gusta, sííí… Los dos nos miramos sonrientes, entrelazados en la necesidad de calmar el ansia de nuestros cuerpos. El abandono de mi inocente vestidura da paso a la escasez de ropa. Liberadora sensación es la que siento. El conjunto de suave encaje color champán da rienda suelta a la traviesa mirada de Carlos. Pego ansiosa mi cuerpo al suyo apoderándome del cinturón y del botón que sujeta el pantalón a sus caderas. Los mimos y las caricias se suceden con ansia. Mis temblorosos dedos desgarran lentamente esa cremallera. Saber que su caliente virilidad se esconde tras aquel tejido…
Los suspiros se suceden uno tras otro arrancando cada necesidad, cada súplica. Sus manos recorren el contorno de mi cuerpo, el contorno de mis emociones, respetando por poco tiempo la ligereza de la ropa que oculta y que esconde adrede el tesoro más valioso que un hombre puede desear poseer, aquello que nos hace poderosamente femeninas entre las manos del hombre deseado.
Un ligero brote de culpabilidad me hace un triste guiño. Me recuerda que no es el único hombre que desea mi cuerpo. Por un instante reparo en que deseo dos mundos diferentes, a dos hombres.
Un velo helador recorre mi rostro, recordándome que no debo iniciar un doble juego. No debo permitir que lo prohibido me atormente y me persiga. Tengo que apartar de mi mente y de mi vida ese sentimiento tentador. El sabor de lo prohibido es más intenso y adictivo de lo que jamás podría llegar a pensar. Lo desconocía, pero es difícil rechazar esa tentación cuando está tan cerca de mí todos los días, casi sin descanso.
No más tormento. No más pensamientos ajenos a nosotros dos. Ahora estoy con el hombre que he anhelado durante todo este tiempo.
Un arrebatado impulso de Carlos, a través de sus exigentes caricias y de sus incandescentes labios, evita que siga perdida en esos recuerdos. Su boca recorre mi cuello a la vez que sus manos hacen contundente posesión de mis glúteos provocando que mi cuerpo se arquee hacia atrás y que mi pelvis se apreté contra su duro y transgresor sexo. Toda la inflexión de mi espalda es recorrida por una de sus manos despertando cada poro de mi piel. Un rápido y conciso movimiento de sus dedos desabrocha mi delicado y sugerente sujetador. Mis manos resbalan por todo su cuerpo para que mis dedos rodeen la cinturilla de su pantalón y pueda arrastrarlo hacia mí. Carlos aprovecha a sacarse las deportivas y a continuación se deshace de los vaqueros y de mi sujetador.
El hambre es una necesidad muy poderosa y ambos lo sabemos muy bien.
No cede. No permite que continúe con mi objetivo. No me deja acariciar su erección.
—Chica mala —me dice con voz ronca debido a su excitación.
Yo rio morbosa. Quiero participar activamente y él no me deja, no permite que avance. Quiero tocarle ahí, donde mueren todos los suspiros. Quiero acariciar esa zona prohibida, que sin aún tocarla ni sentirla ya le está dando vida a mi cuerpo.
Largos suspiros se escapan de mi garganta al sentir el roce de sus dedos sobre uno de mis pezones mientras me come la boca con deliciosa lujuria. Mis manos son un no parar de recorrer su espalda hasta enredar mis dedos en su corto cabello. Tiro despacio de él imitando lo que él solía hacerme. Al sentir la tirantez de su pelo entre mis dedos me hace girar y me empuja contra la puerta del vestidor. Todo un alocado juego de manos se inicia cuando trato de conseguir mi objetivo. Está juguetón y no me consiente. Atrapa mis manos con las suyas mientras su cadera me bloquea contra la puerta.
—No vas a tocar nada hasta que yo no haya probado tu humedad ¯dice desafiándome con sus palabras y su penetrante mirada.
¡Madre mía!
Mirar su rostro, contemplar esa mirada penetrante y única que ya casi no recordaba, propicia y enciende la llama candente de la excitación.
Mi cuerpo se encuentra semidesnudo pegado a la fría puerta, el torso de su cuerpo unido a mi espalda y su boca que me vuelve del revés cada vez que la disfruto, que la miro…
—Me vas a volver loca —protesto.
—No tan loco como estoy yo ahora mismo, Marian. Tú no sabes… de mi locura. No sabes de mis noches en vela.
—No, no lo sé.
Esas palabras suyas y la forma en que me las dice al oído hacen que me haga una ligera idea de lo que ha estado sintiendo todo ese tiempo que ha estado sin mí.
—No sabes de mi dolor. No sabes la de veces que me he preguntado si no era suficiente para ti y por ello no te podía retener a mi lado.
No era consciente. Ahora comienzo a serlo…
Me vienen a la mente numerosas razones y muchos momentos por los que haría lo que estuviera en mi mano para recuperar el tiempo perdido, recobrar esos instantes en los que su dulzura y sus sentimientos me han hecho sentir y vivir.
Aparta con cuidado el pelo de mi rostro colocando un estratégico mechón entre sus dedos para jugar con él. El lento roce de sus labios en mi cara, en mi boca, y la cálida fricción de sus dedos paseándose por mi cintura hasta llegar a la curvatura de mi espalda, justo ahí, donde pierde su nombre… me exasperan.
Su mirada me quema. El roce de su cuerpo, ese contoneo arrogante que su figura realiza llenándome de caricias, me excita locamente.
—¡¡Quiero tocarte!!
—No, Marian.
—¿Por qué? —le pregunto