Скачать книгу

      Veo como se conmueve notablemente al escuchar mis sinceras palabras. Su mano abandona mi cabello para acariciar con dulzura mi mejilla.

      —Nada puede hacer que cambie, ni siquiera la distancia. Nada ni nadie me quitará de la cabeza a mi Volvoreta. No pienso perder fácilmente lo que tanto me ha costado conseguir.

      —Lo sé, pero las dudas son las dudas y es inevitable sentir desconfianza.

      La distancia entre los dos se va acortando sin darnos cuenta. Los pensamientos positivos dejan paso a las caricias y a las confesiones. Eso hace que sea más fácil acercarme al hombre de mi vida y favorece que tenga la necesidad de sentirle más cerca de mí. Quiero besarle, quiero acariciarle y quiero hacerle mío.

      Carlos me conoce muy bien. Sabe lo que quiero y me lo confirma con una de sus seductoras miradas.

      Necesito tomar un poquito de oxígeno ante lo inevitable.

      Él comienza con su particular seducción poniéndome especialmente nerviosa. Deja de abrazarme para coger mi rostro entre sus manos. Pongo las mías sobre las suyas cuando el roce de sus labios, su primer tanteo o tonteo…, acaba en un dulce, entregado y apasionado beso. Me tiembla todo el cuerpo y más cuando percibo su sabor, ese sabor que mi paladar casi había olvidado. ¡Riquísimo!

      CAPÍTULO 1

      Olvidamos por completo donde nos encontramos mientras disfrutamos de nuestro primer beso después de nuestra “no despedida”. Parece no haber pasado el tiempo. Me encuentro sumergida en la más deliciosa situación en la que una mujer enamorada se puede encontrar. Sus expertas y controladas caricias me recuerdan todo lo que me he perdido durante estos casi dos meses. Son caricias inocentes, pero en las que plasma toda su intención y acuciante necesidad de algo más.

      Me mantiene cautiva entre besos y abrazos. No quiero poner punto final a este momento, pero vamos a acabar por montar el numerito como no paremos…

      Finalmente, tras recibir varios besos cortos y suaves en mis labios, es él el que decide calmar sus encendidos ánimos.

      —Es mejor que no sigamos, Volvoreta —dice con su arrolladora sonrisa.

      —Estoy de acuerdo. No es ni el lugar ni el momento. Además, imagino que estaréis cansados.

      —No creas —dice poniendo una maliciosa mirada—. Hay cosas para las que nunca se está lo suficientemente cansado —dice haciéndome un guiño.

      “¡Ya!, no está dispuesto a dejar para mañana lo que pueda hacer hoy”, pienso.

      Miro el reloj de mi muñeca, aquel que Andrea me regaló por mi cumpleaños. Son las once y cinco. En ese momento, ella aprovecha para acercarse a nosotros con las maletas. Con tanto arrumaco la teníamos abandonada. Al llegar nos abraza.

      —Me alegra ver que todo está bien, chicos.

      —Todavía tenemos que hablar largo y tendido —digo alzando la mirada hacia Carlos mientras él asiente con un leve movimiento de cabeza.

      Después de unos cuantos besos, abrazos y muestras de cariño emprendemos camino hacia la salida. Carlos no me suelta ni un segundo. Su brazo derecho rodea mi cintura sujetándome bien por si a última hora decido escaparme, mientras que con su otra mano sujeta la maleta. Andrea está feliz. No deja de hablar y de contarme cosas que le han pasado desde mi marcha. Está deseosa de conocer Washington, “una ciudad fascinante”, según ella. Le molesta haberse perdido la fiesta del Día de la Independencia. Aprovecho para preguntarles por mi madre y por mi abuela. Mi amiga me confirma que están bien, pero que me echan de menos y me cuenta que mi madre le pidió que fuera a verla para que me trajera algunos regalitos de esos que tanto me gustan: jamón Ibérico, lomo, chorizo… Por suerte, no les han hecho abrir las maletas al llegar aquí.

      Antes de llegar a la salida, les comento que un chófer de la empresa nos está esperando.

      —¡Qué nivel! —dice Andrea.

      —Es Bryan, un buen hombre. Mi jefe, el señor Carson…

      —Especifica —me interrumpe mi amiga—, ¿padre o hijo?

      —Padre —puntualizo—. No quería que viniera sola y me propuso que Bryan me acompañase. Es fantástico porque así podremos charlar tranquilamente mientras nos lleva a casa.

      —Buena idea —afirma Carlos.

      —Sí —sentencia mi amiga.

      Al traspasar las puertas y salir a la calle, miro a un lado y a otro de la acera donde taxistas y pasajeros se ponen de acuerdo para ser transportados. Al final de la larga fila de taxis veo el todoterreno negro y a Bryan de pie junto al vehículo.

      —Vamos por la derecha. Bryan nos espera.

      Caminamos por la acera hasta llegar a su lado. Él nos saluda con un leve movimiento de cabeza.

      —Bien, chicos. Él es Bryan. Además de chófer, es un buen amigo al que le tengo que agradecer que esté hoy conmigo y que me haya cuidado después de sufrir un leve desmayo en la terminal.

      —¡¿Cómo?! —pregunta Carlos consternado.

      Andrea me mira boquiabierta.

      —¿Estás bien? —me preguntan los dos a la vez preocupados.

      —Sí, tranquilos. Ya me veis. Los nervios me han jugado una mala pasada mientras os esperaba y Bryan evitó que cayera al suelo.

      —¡Vaya! Gracias por cuidar de ella, Bryan. Permítame que me presente. Soy Carlos.

      El chófer le tiende su mano inmediatamente y Carlos se la estrecha con mucho gusto.

      —Bienvenidos. Espero que la estancia en el país sea de su agrado.

      —Estoy seguro de que así será —dice totalmente convencido Carlos.

      —Y esta pelirroja es mi amiga Andrea.

      —Encantado de conocerla, señorita —le dice mientras le ofrece la mano para estrechársela.

      Pero mi querida amiga pasa de tantas formalidades y le da dos besos marcándole cada mejilla con carmín rojo. Yo me apresuro a sacar un clínex de mi pequeño bolso y se lo ofrezco a Bryan.

      —No sé si tendrás pareja o no, Bryan. Pero… Andrea te ha dejado buena huella en las mejillas —le digo mientras sonrío.

      Bryan acepta el pañuelo que le ofrezco a la vez que esboza una ligera sonrisa. No suelta prenda así que… me quedaré con la duda de si tiene pareja o no. Lo cierto es que nunca me he atrevido a preguntárselo. Pienso que no procede por mucho que yo pretenda tener una cierta amistad con él.

      Tras limpiarse ambas marcas de carmín, Bryan abre el maletero y coloca el equipaje en el fondo mientras nosotros accedemos al interior del coche. Andrea se sienta junto a la ventanilla derecha, Carlos junto a la izquierda y yo en el centro para poder conversar con los dos. El cristal que nos separa de la parte delantera del vehículo está subido y nos da cierta privacidad para hablar de nuestras cosas.

      —Este hombre es un bombonazo. Es atractivo, alto, fuerte… Vamos, como a mí me gustan —confirma mi amiga—. ¿Cuántos años tiene?

      No puedo evitar reír.

      —No lo sé, Andrea, nunca se lo he preguntado. Tendrá unos cuarenta…

      —Un hombre experimentado como él puede hacer maravillas con una mujer como yo.

      —¡Andrea, por Dios! ¡Te puede oír!

      —¿Y qué? —dice sin ningún reparo mientras mira por la ventanilla—. Habla un español perfecto.

      —¡Madre mía…, la que me espera contigo! Bryan es de Panamá —le confirmo a mi querida e indiscreta amiga.

      Carlos ríe a sus anchas mientras yo me ruborizo ante la posibilidad de que Bryan pueda escuchar nuestra conversación.

      —Te

Скачать книгу