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¿la estás escuchando? Tú ríe…

      —¿Qué quieres que haga? Ya sabes cómo es. Si supieras las cosas que decía que iba a hacer en cuanto pisara tierra americana… — me dice mientras los dos se parten de risa.

      —Tú, como siempre, riéndole las gracias.

      —¿Qué otra cosa puedo hacer? Es mayorcita para saber lo que puede o no puede hacer. ¿Quién soy yo para obligarle a nada?

      —Tienes razón. Esta loquilla no tiene arreglo.

      —¡Claro que no! Anda, ven aquí.

      Carlos pasa su brazo por detrás de mi cintura para atraerme hacia él y darme un beso en los labios.

      —¿Están todos acomodados? —pregunta Bryan a través de los altavoces del coche.

      Una luz parpadeante aparece en las pantallas que están en los respaldos de los asientos delanteros. Nunca las había utilizado, así que deduzco que si pulso el botón táctil podré responder. Compruebo que los tres tengamos puestos los cinturones de seguridad y contesto:

      —Sí, Bryan. Ya estamos preparados.

      Un par de segundos después, el todoterreno emprende camino a casa.

      Andrea comienza de nuevo a contar que si Carlos lo ha pasado fatal en mi ausencia, que menudo viaje le ha dado, que si ha tenido que aguantar sus lamentos, etc.

      ¡Pobre Carlos! Él calladito, sin pronunciarse y sin defenderse. Cada vez que le observo me ofrece una mirada diferente, a cuál más conmovedora, mientras escuchamos a la papagayo de Andrea que está de los más nerviosa y no puede parar de hablar. Me quiere contar en un momento todo lo que ha pasado en estos dos meses. ¡Qué loquilla! No dejo de reír con ella. Está emocionada. Es un encanto, pero me estoy cansando un poco de escucharla.

      —Por favor, Andrea. Cuéntame algo más sobre mi madre y sobre mi abuela —le digo para ver si cambiamos un poco de tema.

      —Están genial. Ya sabes que tu abuela tiene una salud de hierro y tu madre sigue tan activa como siempre, pese a que tiene muy presente tu ausencia… Ella me ha pedido que te diga que no te preocupes, que están bien. Que sigas con tu sueño, que no te rindas y que vivas la experiencia. No quiere que renuncies a nada como hizo ella.

      —Ya, cierto… —digo con tristeza—. Hablo con ellas todos los días un par de veces… La diferencia horaria es una locura. Nos dejamos mensajes y los leemos cuando podemos…, igual que hago con vosotros.

      —Y también me ha dicho que te diga que comas bien… —dice apartando mi pelo de la cara para darme un beso en la mejilla.

      Me doy cuenta de que Carlos reclama un poco de atención. Su mano ha descendido hacia mi cadera y tira de mí hacia él. Andrea sigue y sigue hablando sin darme tregua. Carlos enfatiza su llamada con la incursión de su otra mano en mi escote hasta llegar a coger entre sus dedos mi medio mundo. En ese momento, desvío mi atención a su sinuosa mano. La apoya en mi pecho mientras juguetea con el colgante. Le miro de reojo. El escote de mi vestido no es generoso, al contrario del que lleva puesto mi amiga, pero a Carlos sé que le llama mucho más la atención lo que no se ve que lo que es evidente. Giro la cabeza para mirarle de nuevo y veo claramente en su rostro que quiere que esté por él. Me quedo literalmente con la boca abierta cuando veo su expresión. Demanda complicidad. Abandona mi medio mundo para pasar rozando mi pecho con la yema de los dedos y seguir descendiendo por mi cintura hasta llegar a mi muslo y acabar acariciándolo por encima del vestido. En ese instante, me doy cuenta de que el vestido se me ha subido más de la cuenta al sentarme y de que mis piernas están expuestas, cosa a la que no daría importancia si no es por lo que veo en su cara. Me inquieta pensar que cuando lleguemos a casa… Me doy cuenta de lo que quiere, pero mi timidez me hace pasar un mal trago. Andrea sigue hablando sin parar. No se da cuenta de que ya casi no presto atención a sus palabras. Todo mi interés se ha centrado en el hombre que me tiene cautivada. Sus dedos respetan a duras penas el borde de mi vestido, aunque sus ojos negros me lo dicen todo. Trato de no acelerarme, de mantener tranquila mi respiración, pero estoy… nerviosa.

      Es una pena que ya sea de noche y que Andrea no se entretenga un rato mirando el paisaje.

      —¡Ey! ¡Vosotros dos! ¿Me estáis escuchando?

      Al ver que no contestamos…

      —¿Queréis dejar de miraros de esa forma y prestarme un momento de atención? ¡¡Joder!! —levanta la voz.

      Los dos la miramos al escuchar que eleva el tono.

      —Vamos a ver, Carlos. ¡¿Puedes esperar un poco más y cuando estéis a solas os contáis con todo lujo de detalle lo mucho que os echáis de menos…?! ¿Y tú, Marian? —dice enfadada.

      —Es que no paras de hablar, Andrea —le digo.

      —No… si encima me voy a tener que callar. Me he tirado ocho horas hablando… Bueno, mejor dicho —dice arrugando la nariz y poniendo cara de fastidio—, escuchando a Carlos como se lamentaba y ahora no puedo hablar contigo. Es lo que estaba deseando hacer desde que he pisado tierra firme… ¡Un poquito de “por favor”, ¿no?!

      —No me lamentaba, Andrea —puntualiza Carlos.

      —Vale, de acuerdo. Estabas preocupado por la reacción de Marian, pero ya la ves. Es toda tuya como ya te he dicho en tantas y tantas ocasiones.

      Le miro un instante de reojo para confirmar con la expresión de su cara lo que está apuntando mi amiga y, a continuación, miro de nuevo a Andrea con una escueta sonrisa en los labios.

      —No quiero que discutáis, chicos —digo tratando de mediar entre los dos–. Estamos todos cansados. Hoy está siendo un día muy largo. Tenemos muchas cosas que contarnos y habrá tiempo de sobra para hacerlo.

      —Tienes razón, Marian —confirma Andrea—. Estoy excitada y emocionada por estar aquí y… me estoy excediendo. Hablo sin ton ni son.

      —Ya era hora de que te dieras cuenta, amiga. Yo no quería decírtelo, pero… sí, hablas hasta por los codos.

      Los tres reímos al unísono. Parece que mi amiga entiende por fin que necesitamos que nos dé un respiro.

      —Bueno, me voy a poner un poco de música y os dejo que habléis de vuestras cosas. Cuidadito con lo que hacéis o con lo que habláis… que estoy aquí, ¿ok? Y esto va por mi amigo Carlos: ¡las manos quietas! —le advierte con un movimiento de dedo.

      Volvemos a reír de nuevo.

      Oímos un leve sonido en el silencio del habitáculo cuando Andrea se coloca los auriculares de su iPhone y cierra los ojos. En ese momento, dirijo toda mi atención hacia Carlos.

      En la intimidad de la noche y con la poca luz que tenemos, el brillo de nuestras miradas nos delata. Se me detiene el corazón al sentir sus oscuros ojos que me atrapan en un instante. Estoy a su merced. Ya tenemos ese momento de intimidad que Carlos reclamaba, pero, no contento con tenerme pegadita a él, consigue aflojar la presión del cinturón de seguridad que me sujeta y logra con destreza subir mis piernas y apoyarlas sobre su muslo derecho. Todo mi cuerpo se gira hacia él y buena parte de mi fisonomía atenta contra su pobre voluntad.

      No puedo evitar desear sentir el calor de su mano sobre mi piel. Sé que es ineludible que ansíe ese contacto al tenerme solo para él. El fuego que desprenden sus dedos me calienta y alienta a su vez mi lujuria. Su mano se mantiene quieta por encima de mi rodilla mientras su brazo derecho sigue rodeando mi cintura, pero en pocos segundos la fuerza de su mirada hace que me retraiga y que mi corazón y mi respiración se aceleren… Aparto mis ojos de los suyos tratando de recomponerme. Sé que le encanta verme así: inquieta, sofocada…, sedienta por un beso suyo.

      —Aún no puedo creer que te esté viendo aquí y no a través de la pantalla del ordenador. Una imagen animada da muy poco juego comparado con tenerte en carne y hueso. Tocarte es una locura, Volvoreta.

      Mi mirada cambia de objetivo al escuchar su argumento. Los anhelantes ojos de Carlos

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