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Volarás a través del corazón. Rosa Castilla Díaz-Maroto
Читать онлайн.Название Volarás a través del corazón
Год выпуска 0
isbn 9788494968341
Автор произведения Rosa Castilla Díaz-Maroto
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—He llegado a pensar que eras un sueño, una ilusión…, que ya no eras real.
La humedad y el brillo de sus ojos delata la tristeza que le envuelve.
—Como ves…, soy real, existo y me puedes sentir —le contesto mientras se quiebra mi voz al pronunciar la última palabra.
Carlos me mira inquieto lentamente de arriba abajo a la vez que con sus dedos trata de estirar las pocas arrugas de mi vestido. Se palpa la tensión sexual que los dos callamos. No es lugar ni momento para…, pero parece ser que Carlos no está dispuesto a no probar un pedacito de su realidad. Sus ojos siguen el lento movimiento de su mano, de ese descenso pausado e intranquilo hacia el borde de mi vestido. No se atreve a rebasar la línea que delimita y que le da de nuevo acceso a mi piel. Ver como se retiene ante la posibilidad de intimar con mi cuerpo, con mi deseo, me está volviendo loca. Los dos podemos escuchar perfectamente nuestras respiraciones en el censurado silencio que compartimos con Andrea. Ansío encontrarme de nuevo con su mirada, sí, esos ojos negros que tanto avivan mi pasión y que me confunden con facilidad, esa mirada que pide y que es paciente ante la respuesta que espera.
Decididamente, Carlos no está dispuesto a perdonar.
Se pega aún más a mí, haciendo que mis piernas se doblen un poco más y nuestros cuerpos tengan un mayor contacto. Sí, sí, sí… Nos devoramos literalmente con la mirada. Decidimos…, mejor dicho, decide traspasar la frontera y tocar y deleitarse con mi piel.
Resuelto. Conduce su instinto y su ambición a través de sus manos a la vez que en su boca se hace latente el deseo de rozar mis labios. Ni en un millón de años alejada de él se me olvidaría jugar a su juego, ese que me muero por jugar.
El silencio alberga todo tipo de emociones, sentimientos y anhelos por conjugar. Sus manos deciden comenzar a intercambiar deseo por sensaciones, un juego ardiente que provoca que me estremezca entre sus manos, sí. Comienzan esas caricias esperadas y anheladas por los dos. Mis piernas son el refugio de su deseo, confidentes de sus pretensiones al deslizarse con suma ternura por ellas, despertando uno a uno todos mis instintos. Sabe que hay algo más bajo ese tejido rosa que cubre la mitad de mis muslos, sabe que encontrará esa parte sensible y delicada que abre paso al “infinito”. Decidido, lo llamaré así porque ahí, en ese lugar, confluyen una infinidad de sensaciones difíciles de controlar y que deseo disfrutar con intensidad.
No, Carlos no pierde el tiempo.
Sabe que pronto llegaremos a casa y está dispuesto a desafiar al tiempo y robarle lo que haga falta para sentir algo más de mí. Pero el tiempo no se puede robar, no se puede parar y él tampoco puede echar freno a sus pretensiones. Ya está decidido.
Pese a que los dos somos conscientes de que no estamos solos y de que yo me muero de vergüenza si Andrea se da cuenta de que las caricias de Carlos son, como poco, carnales, él no se detiene y me envuelve en su magia, esa magia poco inocente y persuasiva que me arrastra a “pecar”. Esa mano que antes era capaz de respetar la línea fronteriza entre lo inocente y lo libidinoso ahora ya no atiende a razones. Lentamente, desaparece bajo la falda de mi vestido conquistando cada sensación y cada deseo encendido que mi cuerpo le va descubriendo a su paso. Roza con la punta de sus dedos la parte baja de mis glúteos activando nuevas sensaciones. Me ofrece su boca, esa boca jugosa que todavía no ha entrado en juego. Dirijo un instante la mirada a la traviesa mano y de ahí, de nuevo a sus ardientes ojos. Es una locura seguirle el juego, pero… me muero por seguir jugando. Me muerdo los labios, deseosa de probar uno de sus morbosos y carnosos besos. Tensión, mucha tensión sexual se respira en el ambiente y más cuando él no aguanta más y me aborda con su melosa y provocativa boca, esa boca que hace mil maravillas con mi voluntad y me aísla de la realidad. Pero esa mano decide descender de nuevo hacia mis rodillas mientras seguimos entregándonos a ese beso. Trata de separar mis piernas. Me temo que no podré soportar más asedio, así que aprieto todo lo que puedo la una contra la otra para no dejar ni una fisura por la que pueda avanzar. Mi mano atrapa su muñeca intentando detenerle.
—Por favor —susurra en mi boca cuando comprueba que me niego a ceder.
Casi me derrito al escuchar su ruego. Abro lentamente mis ojos para ver los suyos sin abandonar su boca. Todavía los tiene cerrados e insiste con sus caricias. Quiere debilitarme.
—Solo un poco —vuelve a susurrar.
Intento separarme lentamente de su boca, pero esta tampoco me permite abandonar. Si no cedo, él se las apaña para no dejarme ir. Al final, sucumbe ante la imposibilidad de no poder seguir besándome por culpa del cinturón. Apoyo la cabeza contra el respaldo mientras le miro y recobro a su vez el aliento.
—No estamos solos —murmuro sin soltar su muñeca.
Carlos parpadea varias veces antes de hablar.
—Estás preciosa bajo esta luz, Volvoreta —dice mientras me acaricia de arriba abajo con la mirada—. Solo quiero tocar tu piel, sentir su suavidad… —Cierra por un momento los ojos—. Déjame sentir, Volvoreta.
¡Madre mía! No sé si tengo ante mí a un ángel o a un demonio, pero me encanta en sus dos versiones. Abre los ojos por fin y volvemos a encontrarnos en la oscuridad.
—Por el brillo de tus ojos, me atrevería a decir que deseas tanto como yo que te acaricie.
Su mano, en dos intentos, abandona mis rodillas para acariciar con la yema de sus dedos mis labios y a continuación rozar mi óvalo facial. Decido seguirle y le acaricio también mientras leo en sus ojos su súplica.
—¿No dices nada, Volvoreta?
No contesto.
Mis piernas hablan por sí solas al separarse ligeramente, dando respuesta a su pregunta. Veo asomar una seductora sonrisa en su boca al notar que ya no hay resistencia alguna por mi parte.
Observo la fascinación en sus ojos cuando retira la mano de mi mejilla y la coloca sobre mis rodillas. Sigo acariciando su mano e intentando retener, postergar… lo inevitable. Casi puedo escuchar el latido de mi corazón en el silencio que nos envuelve. Hace tanto tiempo que no he estado con él... Mi pulso se acelera y se pone a mil por hora.
Entregada sin remedio, me rindo en su boca y permito que su ambición dé paso a esas caricias que ambos esperamos gozar perdiendo así la cordura, la razón —o la sinrazón, ya no lo sé—, y esas caricias vuelven a despertar, a alimentar, el fuego que hay en mí.
Síííí… Sentir como su mano avanza lentamente entre mis muslos… me provoca. Su boca persigue y devora la mía con una pasión contenida mientras mis piernas, tímidamente, se separan un poco más anhelando y suplicando que esas caricias sean más profundas y ardientes. El calor de su mano traspasa mi piel calentando mi sangre más de lo que soy capaz de soportar. El roce de sus dedos me vuelve loca, y más cuando rozan una y otra vez mi braguita comprometiéndome con su juego, un juego peligroso al que he cedido en jugar llevada por la acuciante necesidad de sentirle. Mis caderas comienzan a participar, se mueven lentamente. La respiración de los dos se vuelve lenta y ahogada al saber que estamos haciendo algo…, todo hay que decirlo, poco apropiado en esos momentos. ¡Pero sus caricias son tan ricas…!
Los dos sentimos el temor de que Andrea se dé cuenta de lo que estamos haciendo cuando los dedos de Carlos perciben la humedad de mi braguita y yo noto que la cosa se pone complicada. Él detiene su mano sin apartarse de mi humedad. Nuestras bocas se paralizan y nuestras miradas se encuentran en la oscuridad. Definitivamente debemos parar, pero ya es tarde y Andrea se ha percatado de lo que estamos haciendo.
—¡Pero bueno! ¡¿Se puede saber que estáis haciendo?!
¡Oh, Dios mío! Me quiero morir.
Los dos abandonamos nuestra posición apremiados por mi nerviosismo al ser descubierta. Realmente, ella no ha visto nada. La mano de Carlos estaba oculta bajo la falda de mi vestido. Andrea no tiene un pelo de tonta y ya imaginaba lo que iba a suceder en cuanto ella cerrase los ojos y se pusiera a escuchar música.
—Andrea…