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de mi cuidado y el de mis hermanos; creo que padecimos aguda soledad durante esos años.

      Una noche -recuerdo tener 12 años-, en horas previas de hacer la primera comunión, mi madre salió a una comida de su trabajo, yo y mis hermanos quedamos a cargo de mi papá José, en realidad, mi padrastro, pero a quien, durante muchos años, lo llamé papá, pues, como mencioné anteriormente, yo sentía que lo era.

      Esa noche, mi papá invitó a un tío, para compartir y tomarse algo; la hora pasó y nos fuimos a acostar, mientras ellos seguían conversando, riendo y bebiendo mucho alcohol. Por lo menos eso era lo que yo escuchaba, hasta que me dormí.

      En medio de la noche, me desperté sintiendo a alguien en mi espalda acostado detrás de mí, con mucho olor a alcohol y con su mano tocando mi vagina. En un primer momento no entendía lo que estaba ocurriendo, sentí mi cuerpo extraño, como una contracción, me sentí congelada, pero no dije nada y me quedé muy quieta ¡no sabía qué decir! Al pasar un rato, me di cuenta de que era mi papá y seguí en silencio… hasta que comencé a sentir algo extraño, una sensación agradable, al pasar un rato más supe que no estaba bien y al cabo de un momento me moví y mencioné la palabra ¡papá! En ese momento, él se paró y creo que, haciéndose el borracho, salió de mi habitación, pero antes de salir dijo “NO DIGAS NADA”, y se fue.

      Yo no sabía qué hacer, ¡no entendía!, pero algo en mi interior me decía que eso era malo; tomé mi nuevo testamento y comencé a rezar, pidiendo perdón… no sé de qué, creo que de esa sensación agradable que había experimentado, me sentí sucia, como no entendiendo nada. No sé si esa noche pude dormir, sólo recuerdo haber vivido una confusión gigantesca y mucha pena por no entender, y culpa y miedo que hicieron que me llevaron a callar. No recuerdo más de esa noche.

      Al pasar los días y observar que en mi mundo externo todo seguía igual, que todos se comportaban de modo habitual, percibí que mi mundo ya no era el mismo; sentía rabia, culpa y surgió en mí la necesidad de hablar, de contar lo ocurrido.

      Busqué la forma de contárselo a mi mamá, no sé si fue antes o después de mi primera comunión, ¡y un día, en un baño se lo conté!; recuerdo que se armó una gran pelea, me veo parada en el pasillo, observando una gran discusión. Me sentí paralizada, como sintiendo que me había equivocado, que no debía haber hablado. Mi madre me ha contado que ella casi se vuelve loca y que tomó una pistola y amenazó a mi papá con matarlo, pero nada de eso ocurrió y siguieron juntos; yo no recuerdo nada de eso, ¡solo puedo sentir que el haber hablado fue tremendo! Tiempo después nos enteramos de que él había hecho lo mismo con mi hermana, pero mi madre siguió junto a él. En ese momento sentí que hubiera sido mejor haber callado. En algunas oportunidades, en el transcurso de mis años, he sentido que no sé qué decir frente a situaciones de riesgo y que es mejor callar, como un “rutina defensiva del callar”, en que fui generando explicaciones privadas sobre el comportamiento de los demás y en muchas ocasiones, asignando “malas intenciones” (Newfield Consulting, 2019, pág. 20) y que lo mejor sería solo guardar silencio.

      Siento que ella no optó por sus hijas, sino que por el amor que tenía por él; siento que no nos cuidó, que no fuimos su primera opción. Se fue a su fiesta y confió en el hombre que estaba a su lado, no resguardó a sus hijas. Siguió como si no hubiera pasada nada (eso es lo que yo creo) y continuó su vida junto a él; permanecieron veintiún años juntos.

      Hoy me cuenta que él nos pidió perdón y que nosotras lo aceptamos, que por eso y por el amor mutuo, siguió con él muchos años más. Creo que una niña de 12 años no entiende si realmente perdona, yo creo que no perdoné, que me faltó un acto reparador, porque aún en ocasiones duele y siento la traición de quienes debían cuidarme, y aparecen mecanismos de defensa frente al abandono de mi madre, a la falta de cuidado y a la traición de quienes yo amaba.

      Al transcurrir el tiempo, ella seguía siendo muy severa con nosotras, su trato era duro. Recuerdo que, a los 13 años, un día, en una discusión muy fuerte entre ellos, mi madre estaba en su habitación y me llama para que me acercara a dónde estaban discutiendo y en el momento en que yo me paré bajo el umbral de su puerta, gritando, me pregunta:

      -¿Tú sabes qué él no es tú papá?

      A lo que yo no supe que decir… solo estaba asustada por la pelea, nuevamente paralizada y, seguido de eso, le grita a él y le dice:

      -¡Dile que no la quieres, como quieres a tus hijos!, ¡dile de una vez!,

      A lo que él me mira y me dice:

      -Yo no te puedo querer como a mis hijos-.

      Yo no entendía nada, solo sentía un tremendo dolor en mi corazón, me sentí rechazada (creo que ya lo sentía antes) pero ese día ¡fue oficial!, me sentí tan poco importante, tan disminuida, me sentí perdida, oculta, no vista, sin ser parte de nada, sin ser la opción de nadie, no cuidada. ¡Fue tan dura!

      Creo que nuevamente mi madre no me cuidó y sentí que mi vida se dividió en un antes y un después, sintiendo el rechazo de ellos, el abandono, no ser vista y que, desde ese momento, envuelta en mi soledad, aprendí a defenderme.

      Desde ese momento fui sintiendo mucha rabia y pena, comencé a ser una adolescente rebelde y depresiva. Mi madre continuó siendo severa, trabajando mucho y ausentándose. Comencé a visitar al psicólogo y a tener dificultades relacionales, Sin embargo, hoy siento que ella no tenía otra opción, debía hacerlo, para mantener a su familia y a esos tres hijos que eran de su nuevo matrimonio y, de alguna forma, mantener a su lado al hombre que le daba atención y amor; creo que no quería sentirse sola, tal como había sido su historia.

      Dado la vida y las experiencias que tuve en mi llegada al mundo, mi niñez y preadolescencia, me fui conformando en una adolescente y adulta, con aprendizajes que me acompañaron a transitar entre miedos, luces y sombras.

      Entre esos aprendizajes, puedo mencionar que aprendí que: el esfuerzo tenía sus recompensas y que el rigor podía ser un espacio para protegerme; transformarme en la mejor en todo, para ser vista y admirada por los otros que me rodeaban, a buscar refugio, seguridad y cuidado fuera de mi hogar y de mí; que existe la traición; que las amigas son escasas. No se podía confiar a ciegas, porque me podían hacer daño. A ser celosa, a no pedir ayuda, a competir y ser arrogante, a que el sexo es negativo, culposo y que podría ser un elemento de manipulación para obtener algunas cosas, a aislarme, sentir pena por mí y que otros también la sintieran para obtener su lástima y que me quisieran. Pero, a pesar de que aprendí de las sombras elementos para mí defensa y que me sirvieron para conformarme, también aprendí a sacar elementos para brillar. Por ejemplo, hoy observo que, aunque fuera difícil sociabilizar, lo lograba. Aprendí el concepto amistad, el amor de pareja, descubrir lo que más me gustaba, a ser independiente, a ser paciente, a lograr lo que me propongo, a ser resiliente, a tomar decisiones, a insistir en búsqueda de un camino que me hiciera más feliz, libre de miedos y a no rendirme en el intento.

      Al leer mi arrojo en el mundo, me parece que los elementos que atraviesan mis relatos anteriores son “el miedo al abandono y la rabia por las posibles promesas no cumplidas de aquellas personas a las que les abrí mi corazón y que, de algún modo metafísico, siento que debían cuidarme, protegerme, valorar mis esfuerzos y actos realizados desde mi necesidad de ser vista, valorada, amada”.

      Siento que durante mi vida y hasta ahora, las promesas estaban puestas en ellos, lejos de mí y que de cierta forma los hice responsables por mi cuidado, compañía, seguridad, validación, valor y amor a mí misma siendo ellos los protagonistas de mi vida o tal vez siendo esos ojos por los cual me miraba.

      Al parecer, les entregué la responsabilidad de mi felicidad, cuidado y tranquilidad, de cierta forma buscaba que se hicieran cargo de mí o en palabras de Heidegger “Sorge” (Rivera J. E., 1926, pág. 193) y cuando siento que no están presente o que lo estoy perdiendo, aparecen ciertos patrones

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