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de Heidegger que fui arrojada en un mundo del cual aprendí a cuidarme, a hacerme cargo de mí bajo patrones de defensa, victimización y arrogancia.

      Me escucho asociándolo a cierta tristeza, a cierta resignación de lo que me tocó vivir. Sin embargo, hoy lo siento como parte importante de quien me conforma y elementos importantes para integrarlos en mí, para mirarme en “quien estoy siendo hoy” y que de alguna manera no posible que fuera de otra forma.

      Hace unos meses atrás, vi aparecer algunos de estos patrones frente a una situación de separación en época de pandemia con mi esposo. A inicios del confinamiento, él se fue a pasar un tiempo solo a nuestra casa de la playa, lapso que pasamos separados y que duró casi tres meses. Durante ese periodo, solo nos comunicamos por teléfono y vídeo llamadas; en algunas oportunidades, yo comencé a viajar, pero nuestros encuentros solo eran de discusión, en especial el 4 de octubre.

      En un escrito realizado hace unos días, me encontré con lo siguiente: “Este fin de semana estuvimos de aniversario de matrimonio, cumplimos siete años juntos. Esta vez sería una celebración distinta, yo me sentía que no había mucho que celebrar, han sido días difíciles de mucha discusión y desconfianza de mí hacia él, yo esperaba esa celebración, pero tenía mucho miedo de lo que resultaría.

      Debido a tantas discusiones y desencuentros sexuales, yo le pedí que me dejara sola unos días en la playa, sentía que necesitaba calmarme y soltar la emoción de desesperación que sentía al ver que día tras día no pasaban las discusiones, sentía ganas de arrancar, de separarme de él, de no sufrir más, de no despertar el día y comenzar a llorar (eso no me deja hacer otras cosas, no podía trabajar ni concentrarme). Es algo que no me gusta hacer, siento que es verme sufriendo y cada vez que me veo así, me da pena conmigo, me siento desolada y me observo como una mujer triste y ya no quiero ser más así, no quiero estar en el dolor, en ese dolor que me inmoviliza, sintiendo que mi dignidad se comprometía.

      Al momento de que él accedió a irse, sentía que una parte de mí quería que se fuera, pero otra parte tenía susto de que se fuera; pensé que se iría con otra persona o que simplemente, de alguna forma, me estaba abandonando de nuevo y yo solo quería que me abrazara; en esos momentos me decía a mí misma que todo era tan contradictorio, que imagino que ni siquiera él tenía opción de hacer algo diferente.

      En el momento en que se fue, lo seguí. Algo dentro de mi quería confirmar que él me estaba engañando, pero al mismo tiempo sentía mucha vergüenza de lo que estaba haciendo y nuevamente me sentí desesperada, sin saber qué hacer y no me gustó verme así. No vi nada, pero me sentí aún más abandonada por mí misma y aún más comprometida mi dignidad.

      Creo que, dentro de mí, quiero castigarlo y demostrarle que yo soy víctima de su desamor; me veo como si quisiera estar ahí para terminar con mi desesperación, pero al mismo tiempo siento que tengo miedo a estar sola”.

      Todas estas contradicciones, me han hecho pensar en los miedos que me paralizan y las sombras que parecieran emerger desde mi estómago para protegerme y defenderme, dándome cierto aliento de seguridad, pero luego de escucharme cómo me defiendo, siento que no me gusta y me pregunto ¿quién será el cochero que está llevando mi carreta?, ¿cuál de mis miedos, sombras o personajes se está tomando el protagonismo? y me confundo. Es, como lo diría Echeverría en El alma humana, citando a Nietzsche, (Rafael Echeverría, El Alma Humana Según Nietzsche, 2003) “Son los dioses múltiples y diferentes como expresión de las fuerzas que luchan en nuestro interior”. Es como si, al mirarme en mis propias contradicciones y no gustarme lo que observo, pudiera estar siendo un reflejo de reconocerme humana, perfectible y también con capacidad para transformarme. En palabras de Walt Whitman “contengo multitudes”.

      Me pregunto ¿cuál de esas multitudes me gustaría que tomase el protagonismo hoy? como respuesta a la premisa que menciona Echeverría al citar “El alma humana no es una unidad, sino que tiene texturas y puede presentarse en diversas formas”. (Rafael Echeverría, El Alma Humana Según Nietszche, 2003)

      Creo que, frente a situaciones de abandono como sentirme descuidada, ignorada, no importante, no escuchada, no valorada, no tomada en cuenta, experimento mucho miedo, siento que me paralizo, que mi estómago se aprieta, mi garganta se cierra y mi mente corre muy rápido para buscar explicaciones en las cuales soy víctima. Percibo que me están hiriendo y me digo a mí misma que me estoy viendo débil, desprotegida y amenazada y comienzo a defenderme, a protegerme, como queriendo salir de esa “Anarquía de multiplicidad” que menciona Nietzsche y que, en palabras de Echeverría, estaría buscando “la legitimación de los elementos gobernantes en búsqueda de sentido”. (Rafael Echeverría, El Alma Humana Según Nietzche, 2003)

      Me parece haber descubierto que, cuando me siento “amenazada”, busco protegerme, mostrándome como una víctima de los daños del otro, esperando que se conmueva con mi dolor y cambie su actitud, para que haga lo que yo necesito (así lo intenté con mi marido en nuestra última discusión) o me enojo tanto, que de alguna manera busco castigar al otro con mi palabras y actitudes para atacarlo. Al final. mirando mis resultados. no lo logro, lo alejo y solo crece mi dolor.

      Cuando me siento ofuscada y herida, no me es tan fácil soltar mi rabia sin un acto reparador del otro y si éste no aparece, siento la traición, abandono e injusticia. Busco una explicación en mi interior y como una escapista profesional busco la forma de salir rápidamente poniéndome como la víctima, yo abandonando. Luego, pienso y siento que “no quiero quedarme sola” y vuelvo a un cierto circulo que mantiene mi dolor lleno de miedos profundos que confunde mi actuar, mi hablar y mi sentir.

      Miedos que irrumpen y que parecieran estar atravesando mi vida como una emocionalidad fundante y compleja en búsqueda de certezas y cuidados, tal como cita Echeverría a Nietzsche, al decir que “El miedo es una emocionalidad compleja. Uno de sus rasgos es que tiende a ocultarse, a vestirse de ropajes de otras emocionalidades, lo que hacen difícil descubrirlo” (Echeverría R. , Mi Nietzche, La Filosofía del Devenir y el Emprendimiento, 2013, pág. 178), que en mi caso pudiera ser la victimización y la arrogancia, sombras que ocultan el miedo del abandono y la no valoración.

      Sombras que, al descubrirlas, pudieran ser una versión de mí que no me está gustando tanto y que, de alguna forma, han emergido durante estos años como máscaras para mi defensa, como el “Dasein” que menciona Heidegger o como aparte de mi “proceso de individualización”, en palabras de Carl Gustav Jung, citado por Echeverría en El Observador y su Mundo, mencionando que “se trata de voces que el proceso de constitución de la persona que somos, en su objetivo por establecer un determinado orden (…..) se obligó a excluir, a reprimir, a someter” (Echeverría R. , pág. 81) y que he tratado de ocultar, de luchar con ellas, pero de alguna forma emergen en mis días y hasta se han tomado el protagonismo en muchas ocasiones limitándome a ser distinta en liviandad y disfrute de una nueva “YO”.

      Sin embargo, a través del camino recorrido voy comprendiendo que, si bien son oscuridades que duelen y que he luchado contra ellas, son parte de lo necesario para conformarme en quien estoy siendo, son parte de mi ser y me resuena la frase de (Nietzche, 1886): “El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo. Y si muchas miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti” (Más allá del bien y del mal, p.86).

      3. Modelo OSAR y Estructura de Coherencia.

      En búsqueda de encontrar posiblemente una estructura ontológica para interpretar mi historia y comprender mi consciencia en el presente, indagaré en los hechos y juicios del pasado, tal como menciona Hans-Georg Gadamer “La acción de comprender no sólo implica conocer cosas del pasado. Ella es parte fundamental del proceso de forjarse una identidad y de participar, por lo tanto, en la creación de nosotros mismos” (Echeverría R. , El Observador y su Mundo, Volumen II, 2010, pág. 25).

      Intentaré mirar los resultados que he obtenido a través de la acciones realizadas, siendo la particular observadora que soy, haciendo sentido a mi forma de pertenecer a un sistema en donde interactúo con otros como seres sociales y que, de alguna manera, condiciona quién fui y quien pudiera estar siendo hoy, tal como lo menciona el modelo OSAR de Rafael Echeverría en “Escritos sobre Aprendizaje” (Echeverría

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