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en 1842. Su población estaba aún distante de llegar á medio millón, mientras que ya hoy se ve colocada en los cuadros estadísticos universales entre las ciudades que cuentan más de un millón” (s.a.: 32). El aumento se debe a la migración de carácter laboral que ha provocado que no baste con “que un extranjero conozca la lengua inglesa para entenderse con una no escasa parte de la población” (s.a.: 34). La uniformidad social que se observaba en 1842 ha desaparecido para mostrar la heterogeneidad de la misma. Todo ello ha ocasionado ciertas pretensiones por parte de los norteamericanos en relación a la jerarquía social que desempeñan. Así, señala Guiteras, los americanos de los Estados Unidos en la década de los ochenta aspiran a distinguirse unos de otros acudiendo a sus ascendientes (“Los hijos de Boston se hacen descendientes de los emigrados ingleses que fundaron las colonias de la Nueva Inglaterra; los de Nueva York quieren á todo trance tener á los holandeses por abuelos; y un filadelfiano cree que tener sangre de los compañeros de Guillermo Penn es el colmo de la dicha” (s.a.: 39). En el caso de la ciudad de Nueva York la distinguida calle Broadway se ha transformado en un bazar y ahora es la “Avenida Quinta” la calle verdaderamente aristocrática (s.a.: 35), a la que hay que sumar la extranjera Bowery. Curiosamente, Guiteras no señala que la incorporación de inmigrantes en la sociedad fue una aportación fundamental a la prosperidad del país y señala únicamente la división social que implica.

      En segundo lugar, esa fragmentación social que depende en buena medida de la procedencia de los individuos provoca que Guiteras no encuentre en los Estados Unidos una verdadera nación:

      Estas aspiraciones, esta heterogeneidad son, á no dudar, la fisonomia peculiar del pueblo de los Estados Unidos; ó, hablando con más propiedad, son la causa de que éste carezca de una fisonomía peculiar. La nación no tiene cohesión, como no tiene nombre. Pero ella vendrá. […] Sus elementos han sido transportados de puntos opuestos, cada uno con su religión, su historia, su lengua y su honra. Viven y se mueven juntos, unidos por el interés de la propia conservación; pero sola y únicamente por ese interés. (s.a.: 39-40)

      La carencia de elementos comunes, como la unidad religiosa o una historia común son la causa de que no exista una cohesión nacional. La sociedad norteamericana, que basaba su organización como república en la igualdad ante la ley, ahora busca una forma de diferenciarse y “mide á los demás por su cuenta bancaria” (s.a.: 39). Esta debió ser una cuestión preocupante para Guiteras, un hombre que no solo se sentía completamente cubano, sino que contribuyó a crear el sentimiento nacional en la juventud de su país.

       La mujer norteamericana: de coqueta a sufragista

      Lo primero que llama la atención al joven Eusebio Guiteras en su viaje de 1842 de las mujeres americanas es la coquetería y la excesiva longitud de sus pies. En el Libro de viaje 1 solo encontramos una breve semblanza inserta en la descripción de la bulliciosa calle de Broadway en la que concurren

      una infinidad de señoras i señoritas, que cubiertas con su gorra i sombrilla, van ya a comprar; ya en busca de quien les diga algo, ya en busca de alguno que les ha dicho algo; i todas bien puestas, i dando al aire el lindo rosado de sus suavísimas mejillas, i al suelo las pisadas de sus grandísimos pies: no he visto ni uno que pueda descansar el de una cubana: al verlos, yo no sé, pero se me antojaba que aquellos pies no sostienen el cuerpo fino i torneado de una mujer. (Guiteras, 2010: 45)

      El comentario sobre la coquetería de las norteamericanas se apoya en una anécdota vivida por un amigo suyo en Saratoga, que tiene como protagonista a una señorita llamada Belle, que disfruta viéndose seguida por admiradores. No obstante, como en el caso de los norteamericanos, Guiteras parte del imaginario cultural para forjar su concepto de la norteamericana:

      La mujer americana a mi ver está pintada por Mr. De Beaumond en su Maria; artificiosa hasta el extremo lo es sin gracia i a vezes sin modestia. El pensamiento que la ocupa mas, su mayor deseo es tener a su alrededor el mayor número de adoradores, llevadlos tras si; y eso sin aparar mucho en los medios que emplea. (Guiteras, 2010: 54)

      El autor infunde a su etopeya una valoración profundamente moral, influido también por uno de los textos fundadores de los estereotipos de los norteamericanos, en este caso la novela de Gustave de Beaumont, Marie ou L’esclavage aux État-Unis (1835): “Les femmes américaines ont en général un esprit orné, mais peu d’imagination, et plus de raison que de sensibilité” (Beaumont, 1835: 18), sentencia Ludovic, el protagonista de este Tableau de moeurs américaines, subtítulo de la novela. Más adelante advierte: “Du reste, une excessive coquetterie est le trait commun à toutes les jeunes Américaines, et une conséquence de leur éducation” (1835: 23).

      La experiencia del autor en los años siguientes hará que sea consciente de la importancia que la educación tiene para las niñas14. Así, en su visita a la High School de Bristol que describe en Un invierno en Nueva York observa que mientras en las escuelas el número de estudiantes está equilibrado en cuanto a sexo, no ocurre lo mismo en los estudios superiores, en los que predominan “con mucho” las chicas. “Los varones salen pronto de la escuela, algunos para matricularse en las universidades, los más para entrar en los talleres u oficinas”, circunstancia también referida en el texto de Beaumont.15

      Esa excelente educación de las mujeres es la que determina claramente su papel social y laboral. Guiteras asegura que las salidas profesionales de las norteamericanas son excepcionales si se comparan con otros países y que pueden ocupar puestos de responsabilidad impensables en otros lugares:

      Sea a causa de esta evolución ó de otra cosa, lo cierto es que en los Estados Unidos la mujer, que recibe una educación muy completa, tiene muchos caminos abiertos para ganar el pan. Fuera del servicio doméstico y el ejercicio de las labores de su sexo, cuentan con las fábricas de tejidos ú otros artículos que no exigen grande esfuerzo, con las imprentas y talleres de encuadernación, con las tiendas de por menor y, por fin, las escuelas. A estos recursos ya se comprende que hay que añadir la casa de pupilos, donde reina como señora y soberana. (Guiteras, s.a.: 88)

      Estas circunstancias han dotado de una independencia inusitada a las mujeres norteamericanas que puede apreciarse en sus costumbres. Ellas mascan tabaco como los hombres (Guiteras, s.a.: 37), acuden a mítines (Guiteras, s.a.: 135) y gozan de total libertad de movimiento. En esencia Guiteras es consciente del nuevo modelo de mujer que se presenta como paradigma de la sociedad norteamericana. Un modelo cargado de paradojas, pues asume el dominio por parte de la mujer del espacio público a la vez que admite la pluralidad de modelos. Guiteras destaca la independencia no solo de la mujer casada, sino también de la mujer soltera que, como la casada, goza de igual libertad, que escoge amistades sin contar con la aprobación de la autoridad paterna o marital e incluso sin informar de ello a su familia.16 Este paradigma emancipador obliga a Guiteras a hacer un esfuerzo de recodificación de la sociedad norteamericana:

      La cuestión de los derechos de la mujer está aún en los Estados Unidos en las regiones de Utopía. Se habla de ella con ligereza; es objeto de burla y de chacota para la conversación del círculo doméstico, para los mordaces articulistas de costumbres y aun para más graves escritores. La cuestión, no obstante, está viva; y de tal manera suelen en el país pasar las teorías al terreno de la práctica, que no será extraño ver, dentro de muy pocos años, a las mujeres, dando muestras de lo que puedan hacer como electoras y elegidas. Escudadas con las instituciones libres, atacan las mujeres todas las torres de la muralla que se opone a su emancipación; y abren aquí y acullá alguna brecha por donde, entre gritos de victoria, penetran una que otra administradora de correos, una que otra vocal de las juntas de Instrucción pública, y no escaso número de doctoras en medicina y cirugía dental. (Guiteras, s.a.: 87-88)

      El activismo de las mujeres norteamericanas es descrito en términos bélicos y es visto con cierta prevención. Guiteras parece no aprobar esa actitud. Así en el capítulo XIII deplora el proceder de algunas mujeres que intervinieron en el mitin sobre el caso de Hester Vaughan complicando el curso de la reunión. Guiteras alaba en esas páginas el sistema de mítines y la importancia que el pueblo tiene también como soberano en cambiar las leyes, aunque en este caso recuerda que, a pesar de que el presidente de la reunión había pedido que las intervenciones se limitasen al caso concreto, sin “proposiciones

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