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el 14 de abril de 1865, aunque no fue un puñal sino un tiro lo que acabó con la vida del presidente. En Bristol fue testigo, pues, de las elecciones de noviembre de 1868 en las que saldría elegido el candidato republicano Ulysses S. Grant. El autor de Un invierno en Nueva York será pues espectador, pero un espectador singular que obliga al lector a recodificar buena parte de sus impresiones a la luz de su experiencia personal. Eusebio Guiteras se embarca definitivamente camino a los Estados Unidos en septiembre de 1868 como exiliado, pues en Matanzas era perseguido por las autoridades de la colonia por su ideario independentista y abolicionista. Durante décadas la familia Guiteras había visto como las libertades prometidas en la Constitución española de 1837 no se habían llevado a efecto. Huye, pues, del imperialismo colonial en pleno estallido de La Gloriosa, detonante de la revolución cubana. Y se dirige a una tierra de acogida que es también un imperio (Hardt y Negri, 2005), aunque de índole completamente distinta.

      La emancipación del poder es gran cosa. Aun hoy, cuando las instituciones monárquicas han sido sacudidas por los impulsos populares, es innegable que, entre las naciones más poderosas e ilustradas del mundo, el trono está alto, brilla más la corona y el cetro da en la cabeza. […] Este orden de cosas que, por señas, llaman enfáticamente el orden, se halla de todo punto invertido en la república de los Estados Unidos. Hay trono, cetro y corona; pero los nombres son desconocidos, y más lo es aún su sentido simbólico. (Guiteras, s.a.: 178-179)

      No obstante, encuentra cobijo en un imperio en plena expansión, que vive las contradicciones que puso de manifiesto la guerra de Secesión y el abolicionismo. En este sentido Un invierno en Nueva York “desborda su marco local, en tensión con otros escenarios de contradicción y asociación” (Ortega, 2011), una posición idónea para descubrir una nueva interpretación desde los estudios trasatlánticos (Ortega, 2011). El libro de viajes de Eusebio Guiteras cabalga entre Cuba, España y Estados Unidos poniendo en tensión no solo diferentes escenarios, sino también distintos tiempos, pues la memoria vinculará circunstancias distintas y revelará transformaciones.

      La primera vez que vi yo á Nueva York, fué en 1842, cuando era mi curiosidad la del joven que no ha visto más mundo que el de las aulas; pero si lo que entonces pasaba delante de mis ojos no daba gran pasto á la reflexión existía, sin embargo, de una manera latente en los escondrijos de la memoria, y ahora poníase en movimiento con vigor y energía. (Guiteras, s.a.: 32)

      El mecanismo de la memoria se pondrá en marcha para recordar otros momentos vividos en Norteamérica, pues la fecha de escritura debe ser muy posterior, ya que Guiteras evoca acontecimientos pasados (1842 o 1868) desde un presente más cercano al momento de publicación del volumen. Así, por ejemplo, en el capítulo XII rememora el autor su asistencia a un mitin relacionado con la infanticida Hester Vaughan, o Vaughn, condenada a muerte en agosto de 1868; señala a continuación que el presidente del mitin, Horacio Greelly, murió poco después, y más adelante que Vaughan fue indultada; y así ocurrió en diciembre de ese mismo año. Por poner otro ejemplo, al final del capítulo III ofrece datos extraídos de noviembre de 1885 (Guiteras, s.a.: 41). Las analepsis en las que Eusebio Guiteras recuerda diferentes experiencias servirán al autor para contrastar espacios y costumbres, constatar la transformación de la sociedad americana y de paso evidenciar el desencanto del viajero ante la admirada civilización. Por su parte, Nueva York, insignia de la sociedad americana, servirá efectivamente de núcleo esencial en torno al cual la pluma de Guiteras esbozará sus impresiones. La metrópoli y sus lugares más emblemáticos se alzan como la representación material de sus habitantes y de sus costumbres.

      Retomando ahora la máxima de Balzac, Eusebio Guiteras describirá en sus dos libros de viajes, y con más de cuarenta años de diferencia, las costumbres americanas revistiéndolas de una triple forma: los americanos, las americanas y los lugares emblemáticos de la ciudad como representación de su pensamiento. Para hacerlo, llevará a cabo un proceso de tipificación del americano y de la americana, un concepto cargado como se sabe de un fuerte componente didáctico y prescriptivo (Wellek, 1983: 210-213). Claro que en este caso se trata de construir no un tipo social, propósito de Balzac, sino un estereotipo nacional mediante la identificación de ciertos elementos culturales con una identidad nacional. Los estudios de Joep Leerssen serán la base teórica y metodológica para comprobar cómo el estereotipo nacional es dinámico y se comporta como un patrón de rasgos enfrentados (Leerssen, 2000: 267). También será útil para analizar la elaboración personal de Guiteras como observador experimentado después de largas estancias en los Estados Unidos: una visión que le permitirá distinguir de una forma más precisa entre el neoyorquino y el norteamericano.

      Como todos los viajeros, Eusebio Guiteras llegará a los Estados Unidos con una imagen preconcebida de América del Norte y de sus habitantes, ofrecerá su primera impresión del país en su Libro de viaje de 1842, mediatizada claro está por lo leído, y, a continuación, construirá una imagen personal como observador, imagen que irá cambiando debido a la estancia prolongada en el país y que será más crítica y también más alejada del estereotipo. En consecuencia, los Estados Unidos dejarán de ser el paradigma en el que mirarse para ser la paradoja de la que aprender.

       De Paul Jones al “nómada civilizado”

      El primer contacto de Eusebio Guiteras con la civilización americana parece marcado por una significación inconsciente, pero altamente simbólica. Al llegar a New Jersey un oscuro nubarrón se cierne sobre la costa y un práctico tiene que dirigir el rumbo para llevar la embarcación a buen puerto.

      El que venia a dirijírnos era un joven de mas que mediana estatura, decentemente vestido de invierno; larga i afilada la cara donde brillaban dos ojos verdes, chicos, undidos, penetrantes. Saltando a nuestro bordo, empezó a mandar para prevenirnos contra el chubasco que iba ya a echar sobre nosotros sus espesísimas i negras nubes. Sin hacer nada mas que saludar friamente al capitan, se puso mi hombre con calma imperturbable a dirijir el buque. Llamonos mucho la atencion este; personaje que me despertó el recuerdo del célebre Paul Jones, héroe de la novela interesantísima de Cooper - El Piloto. Mis ojos no perdían ninguno de sus movimientos, mucho mas cuando estuvimos bajo el chubasco. Solo sobre la cubierta, envuelto en un largo surtout, mascaba su tabaco mirando con la mayor indiferencia como el viento resonaba sobre su cabeza i como se elevaba el buque levantado por las olas que con rujido se estrellaban i deshacían en espuma: parecia un ser extraordinario: su voz clara i fuerte dominaba el estrépito del viento. (Guiteras, 2010: 44)

      Guiteras describe en la segunda página de su Libro de viaje 1, al primer norteamericano con el que tiene contacto. Además de su aspecto misterioso predominan en la descripción el porte distante, la impasibilidad y la frialdad de su comportamiento.11 El viajero recuerda enseguida a Paul Jones, el protagonista de la novela de Cooper que se presenta en evocación transformadora. A la escena vivida se impone el estereotipo intertextual que ofrece la imagen referida en el texto. Adviértase además que el piloto norteamericano acude en ayuda de los viajeros procedentes de Cuba, y es un joven que se muestra capaz de dominar la naturaleza, otro de los rasgos caracterizadores del americano.12 La emoción con la que se enfrenta el joven viajero a la escena y la imagen preconcebida mediante lecturas anteriores serán la base de esta primera descripción de un americano, que acabará convirtiéndose en un “ser extraordinario”.

      Tras esta primera impresión, el contacto con la realidad le ofrece la oportunidad de conocer mejor al americano al observar sus costumbres. Así, más adelante señalará otro de sus rasgos distintivos: su espíritu viajero.

      No hai tal vez un pueblo que dispute al americano el espíritu de viaje. La prontitud i baratez de los transportes dan esa preferencia a los Estados Unidos: caminos de hierro, canales, vapores, dilijencias sin cuento atraviesan sin cesar desde el lago Ontario hasta la boca del Misisipi, i siempre llenos de jente, muchos por necesidad i muchísimos por gusto, porque hai comodidades i los precios son ínfimos. (Guiteras, 2010: 46)

      A este gusto por el viaje debe unirse el “espíritu emprendedor de los norteamericanos” (Guiteras, 2010: 49), capaz de construir las esclusas de Lockport sobre el canal de Eire. Sin embargo, parece que ese espíritu viajero puede explicar uno de sus rasgos particulares que determina que sea visto con cierta prevención por parte del autor:

      El

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