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tono no nacieron con el: concibe las empresas mas jigantescas i las lleva a cabo con rara constancia; para el es una necesidad el movimiento, el progreso: continuamente viaja; es asombroso ver el numero infinito de pasajeros que entran i salen en un punto de parada de vapor o camino de hierro. Ajando los vínculos sagrados de la naturaleza, el americano trata siempre de separase de su familia, casando las hijas i enviando los varones a un boarding, un hotel para que vivan por sí solos: esto probará tal vez que no preside el amor en el matrimonio norte americano. No creo que por eso el americano deje de amar a sus hijos; él les da una excelente educación. (Guiteras, 2010: 54)

      A pesar de la admiración con la que mira esa necesidad de movimiento del norteamericano, pues tiene como consecuencia el progreso de la nación, Guiteras ve con suspicacia esa costumbre, ya que parece quebrantar la unidad familiar. No obstante, la sociedad cubana tiene mucho que aprender de los norteamericanos: “¿Por qué no nos miramos los cubanos en los Estados Unidos? ¿Por qué no los imitamos?” (Guiteras, 2010: 54), piensa mientras viaja en diligencia desde Batavia a Lockport al observar las excelentes vías de comunicación de Norteamérica. Quizá esas infraestructuras sean la causa del “espíritu viajero” de los estadounidenses. Ese panorama contrasta claramente con los caminos sucios, “malos i sin ninguna comunicación” (Guiteras, 2010: 54) de Cuba, aunque cuenta con algunas excepciones: “Responda Güines, i responda Cárdenas” (Guiteras, 2010: 54), recuerda Guiteras al referirse a la línea ferroviaria que une Güines con Bejucal y La Habana, completada en 1838, y la construcción de la línea que comunicaría la ciudad de Cárdenas, iniciada al año siguiente. Reflexiones parecidas vienen a la mente de Guiteras en relación con las escuelas y la agricultura, floreciente en los Estados Unidos a pesar de su “tierra pésima”, por la continua aplicación de los adelantos científicos para la creación de utensilios agrícolas (Guiteras, 2010: 53).

      Sabido es el extraordinario progreso de los Estados Unidos: ¿i como no ha de progresar una nación ajitada por el espíritu de industria i de adelanto? Una nación que ni en sus sabias instituciones ni en la naturaleza misma encuentra obstáculos a sus empresas jicantecas? Estudiemos los cubanos ese pueblo poderoso i extraordinario: estudiémoslo, tratando de robarle una chispa de ese espíritu que ha elevado a tan alto grado de grandeza la república de los Estados-Unidos. Poco obrariamos ahora; pero en el porvenir están los frutos de nuestro trabajo. (Guiteras, 2010: 54)13

      Cuarenta años después, muchas cosas han sucedido en Estados Unidos, entre otras la guerra de Secesión y la Proclamación de emancipación de los esclavos. Cuba había librado su primera guerra de independencia contra la colonización española. Mucho también ha cambiado Eusebio Guiteras que vive desde 1868 en el exilio huyendo justamente de la persecución por sus ideas independentistas y abolicionistas. Su experiencia a bordo del Providence que le conduce a Rodhe Island en el mes de septiembre de este último año es penosa, pues es consciente de la crispación en la que vive la sociedad: “Ya han pasado algunos años, y el sentimiento de rencor agitado por las armas no se ha extinguido de todo punto, que mala mezcla hace la sangre para cimentar la unión” (Guiteras, 2010: 54). Es imposible no leer estas palabras sin pensar en la situación personal de Guiteras, un criollo que abandona su país en guerra por circunstancias estrictamente políticas, acosado por la persecución a la que es sometido él y su familia debido a su “cubanía”.

      A pesar de todo, Guiteras reafirma su opinión sobre el americano después de tantos años y también después de su experiencia. Como en 1842, sigue pensando que una de las características del norteamericano es su “despego a la casa”:

      Tal vez en ningún país hay tantas y tan buenas [casas de pupilos] como en los Estados Unidos, por la misma razón que en ninguna otra parte se encuentran tantos y tan buenos hoteles; la cual no es otra sino el espíritu de inestabilidad de sus habitantes. Nómadas civilizados, hoy están en el norte, mañana en el sur y al día siguiente en el oeste. Quiebra el fabricante en Boston, va á la Luisiana á establecer un ingenio de hacer azúcar; y si no sale pronto de ahogos, corre a San Francisco de California á abrir una casa de comercio. Es el movimiento continuo del hogar doméstico. (Guiteras, s.a.: 88)

      Ese mismo rasgo es el que comparte quizá en grado sumo con los neoyorquinos:

      En otros países el hombre es, por decirlo así, indivisible: la misma casa en que trabaja, compra ó vende, abriga á su familia; y desde su oficina vela sobre el hogar doméstico. El neoyorquino, por el contrario, quiere tener el negocio lo más lejos posible de la casa; y, si se quitan las horas dedicadas al sueño, son muy contadas las que pasa con su familia. Levántase á las siete ó las ocho, almuerza, y parte para su oficina, donde se está hasta la tarde, procurando hacer de modo que llegue á casa cuando ya la mujer le tiene puesta la mesa. (Guiteras, s.a.: 29-30)

      Sin embargo, las largas estancias de Eusebio Guiteras en Estados Unidos, en especial en Filadelfia, y su condición ya de residente en lugar de viajero, le ofrecen la posibilidad de enjuiciar desde un punto de vista más ajustado los rasgos del norteamericano, contemplando la complejidad de su personalidad. Guiteras es consciente del mecanismo simplificador que se lleva a cabo al intentar definir un estereotipo nacional y deja constancia de ello en Un invierno en Nueva York. Así, al iniciarse el capítulo XVII refleja el procedimiento que sigue el “escritor de costumbres”:

      Cuando el artista bosqueja una caricatura, se fija en algún rasgo de la cara y lo exagera. El retrato es falso, pero está hablando. Lo que con el lápiz hace el dibujante, hace con la pluma el escritor de costumbres. Así, es que, al ver esto último en la sociedad americana un individuo de seis pies y medio de altura, vestido de negro, derecho como un pino, y tan seco en punto á palabras como en punto a carnes, ha formado un tipo, y lo ha presentado á sus lectores como el tipo yankee. Hay verdad en el fondo; pero no es más que la mentira de la exageración, como hay verdad en la enorme nariz de una caricatura, á pesar de que la del original sólo pasa un ápice de las justas proporciones. La sequedad del yankee se ha exagerado para hacer la caricatura, dando por resultado un ente insociable (Guiteras, s.a.: 163-164)

      Abandonando las simplificaciones, el Guiteras de la década de los ochenta ha tenido oportunidad de observar que en las últimas décadas la población ha crecido considerablemente debido a los diversos movimientos migratorios y, sobre todo, se ha acentuado la fragmentación social. Como resultado, el juicio del autor sobre el americano en Un invierno en Nueva York es mucho más complejo que el de 1842. Ese pueblo norteamericano “industrioso i trabajador, un pueblo instruido i virtuoso” (Guiteras, 2010: 60) que descansa “tranquilo y sosegado” el domingo (Guiteras, 2010: 54), es ahora, paradójicamente, un pueblo indolente:

      El movimiento de las calles de Nueva York no da la medida de la actividad del pueblo. Los habitantes de los Estados Unidos tienen una buena dosis de indolencia, la cual es mayor según se acercan a los límites septentrional ó meridional: indolencia que se observa en todo el continente americano. Y es que en todo él existen razas ó pueblos, indígenas ó exóticos, dedicados al trabajo. Sus indios tienen Méjico y la América del Sur; las Antillas y la zona meridional de los Estados Unidos cuentan con los negros, al paso que la septentrional se vale de las clases proletarias de Europa. Una diferencia hay que notar: estas últimas se confunden, cuando adquieren fortuna, con la población dominante; ventaja inmensa de que las razas africana y americana indigena están hasta cierto punto privadas; […] De la misma manera que en la isla de Cuba el dueño de un grande ingenio de hacer azúcar deja al negro las rudas faenas, sin tomar ninguna parte en ellas, el americano de los Estados Unidos, poseedor de una fábrica de tejidos ó una fundición, pasa la vida descansadamente ó viajando por Europa, mientras los irlandeses hacen todo el trabajo. (Guiteras, 2010: 37-38)

      Adviértase que en este diagnóstico subyace una crítica consustancial al sistema racial e imperialista con el que se organiza el continente, que ve al otro como ser inferior y sometido. Según Guiteras, en el continente americano unos pueblos dominan a otros y el “americano de los Estados Unidos”, es decir, el auténtico americano utiliza a los irlandeses como mano de obra barata. La situación tiene a los ojos de Guiteras implicaciones sociales y nacionales.

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      New York Herausgegeben von der Kunstanstalt des Bibliografischen

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