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por el patriótico poema “America the Beautiful”, presenta Spanish Highways and Byways. Y, finalmente, ya en 1914, aunque con la retórica finisecular llevada hacia nuevos terrenos de ficcionalización, Merrydelle Hoyt sorprende al subgénero con sus Mediterranean Idyls. As Told by the Bells.

      En estos viajes resaltan geografías como la andaluza o la madrileña, por la consabida variedad de prácticas, expresiones y símbolos castizos o sureños. Nosotros, a este respecto, nos hemos preguntado qué papel jugaron estos relatos en términos metonímicos. Con esto queremos decir, en cuanto a presentar lo andaluz o lo castizo como medida de todo un país, sobre todo a la hora de situar al mismo en el creciente mercado del turismo, y en el seno de la compra y venta, por así decirlo, de bienes culturales simbólicos, que se revelan como mercancías de enorme y preciado valor. Estos bienes llevan dentro de sí el peso de la tradición, de la devoción, de lo mítico y lo ritual, por eso pensamos que funcionan como una suerte de “testimonios”; y, lo que es mejor: pueden ser adquiridos, aunque sólo sea en universos de papel, ilustraciones y el acto en sí de soñar y desear que la literatura de viajes ejerce con su semiótica particular. Pero también dichos bienes, como mercancías, son creencias, rituales, vestidos, comidas, celebraciones y, en términos mucho más sutiles, toda una serie de prácticas destinadas a “vivir”, lo que no es poco.

       La literatura de viajes femenina, entre el testimonio y la mercancía

      Diversos mecanismos han implementado los estudios históricos y literarios para comprender y reinterpretar el fin de siècle español. Una instancia de gran productividad ha sido la que ha aunado géneros mal considerados “menores”, como la literatura de viajes, aunque desde un punto de vista extranjero. Así, más allá de concienzudas y repetidas lecturas sobre las literaturas nacionales, en un extremo, o sobre una diversidad de textos históricos, en el otro, en las crónicas y pasajes (escritos por hombres) se han sabido encontrar visiones muchas veces curiosas pero siempre fértiles en términos de cómo fue percibida la España de finales de siglo ante los ojos de profesionales de las letras y los viajes. Washington Irving, Richard Ford o George Borro son viajeros-narradores varones cuyos textos han resultado capitales en cuanto a la comprensión de la España decimonónica y finisecular, así como sus imágenes y representación; no ha ocurrido así, en cambio, con textos de mujeres escritos en experiencias similares (Ferrús, 2014).

      A este respecto, pensamos que la recuperación de estos sofisticados artefactos de percepción de la imagen, la cultura y la sociedad, ha sido bien contrarrestada con la imagen autopercibida por los cronistas, periodistas y costumbristas de las letras y las artes españoles. Pero también es importante mencionar cómo en el perfil y origen de estos enunciadores se ha buscado un prestigio dado por su condición de género —un mundo moderno de hombres ha de ser retratado por hombres— y, además, por su condición nacional.

      En medio de la vorágine civilizatoria de la Revolución Industrial, quienes mejor podían retratar serían los ingleses y estadounidenses —o, en su defecto, europeos de países ya industrializados. Fuera de aquí dejamos, por el momento, la posibilidad de que otra clase de cronistas, sea por su condición periférica a la modernidad o por una brecha cultural mucho más marcada —y, por ende, tal vez, un tanto más objetiva—, tuvieran algo más que decir al estar fuera de la dicotomía civilización/atraso. Nos estamos refiriendo a viajeros (o viajeras) latinoamericanos/as, africanos/as, asiáticos/as. Sin embargo, desde dónde sí es posible partir, aquí y ahora, es de la posibilidad —estudiada ya por expertos en el tema (Ferrús, 2011, 2013, 2014; Egea 2009)— de que una veracidad, a la vez imaginativa y liberada, proviniera de mujeres que encontraron un intersticio para producir con una marcada paradoja de soltura y determinación. En los pliegues de un género híbrido y menor, y por lo tanto menos sensible a los rígidos dominios heteropatriarcales, extranjeras viajeras encontraron un espacio creativo y fértil para ensayar la mirada propia y ajena, descomponiendo muchas veces los límites de la lengua, la retórica y los diferentes dispositivos de la escritura moderna.

      La mirada de la mujer viajera, profesional de las letras y el retrato antropológico, va de la pasión por lo nuevo y lo exótico, como es de esperarse, a niveles más hondos de crítica, autoconciencia y, en lo que a nosotros interesa, una sensibilidad única y destacada para los mecanismos del mercado, en el seno de uno de los mayores impulsos mundializantes. Nos referimos a la mercantilización de los bienes culturales encontrados en las geografías visitadas, y reconfigurados como artefactos para la nonfiction en forma de literatura de viajes.

      Si bien se trata de un género que no mantiene una relación directa con testimonios en un sentido formal, parece que sí hay materiales de la realidad, a manera de textos verbales o no, que deben permanecer intocados y pasar “fielmente” a la escritura. Al igual que en la nonfiction, en dichos relatos también se dan transformaciones de esos espacios y materiales; estos se negocian en un particular cruce de tensiones entre ficción, reflejo, fidelidad, experiencia, punto de vista e imaginación. Por ello pensamos que las viajeras-narradoras que emergen hacia finales del XIX darían una vuelta de tuerca más a este entramado. Quienes firman son mujeres y esto conlleva no sólo los estereotipos o límites ligados a su escritura, sino la promesa de algo más. De ahí que, frente a cierto conservadurismo viajero en los mundos, a caballo entre lo real y lo inventado, de Hale, los caminos trazados por Lee Bates se presenten como un proceso más destacado de reflexión (y hasta de aprendizaje) en términos de lo femenino y lo social, aunque no deje por ello de haber actividad fantaseadora. Así, su uso y transformación de los testimonios culturales le sirven para hablar, por ejemplo, de la situación de España y de sus mujeres. De ahí que Ferrús hable de una paradoja al referir el texto de Hale, “que acerca hasta volver indisociables la atrocidad y la fascinación, [y] forma parte del mismo movimiento de vaivén, de contradicción productiva que acompaña a la sociedad española y forma parte de su esencia” (Ferrús, 2013).

      Ahora bien, creemos que los diversos niveles tocados por cronistas como Lee Bates resultan más hondos, y a la vez más plausibles en el nuevo orden mercantil, no sólo por la especificidad del punto de vista femenino, algo que a estas alturas no sólo es discutible como categoría científica, sino que hasta resulta necio en su afán justificador de una diferencia esencial, y por lo tanto supeditada a la escritura masculina. Lo son por el hecho simple de que quien habla y observa lo hace desde la cualidad de estar a medio camino entre esos dos o más mundos que antes hemos apuntado: el letrado de hombres y sus reglas, y el de la propia condición de género, a su vez sometida y poseedora de sus propios bienes: lo doméstico y sus leyes, pero también lo cotidiano y sus rituales de alimentación, vestido, intercambio… que apuntan en general a las ceremonias de procuración diaria de la vida. Estos bienes “femeninos” sirven como instancias para mirar fenómenos y prácticas que para el ser masculino ilustrado resultan completamente invisibles. Estos serían los “testimonios” con los que trabaja la narradora-viajera. A este respecto, acaso podríamos hablar de una transculturación en la escritura femenina de viajes: una sofisticada negociación entre las dimensiones de lo vital, lo fenoménico, lo social y lo comercial.

      Con esto no estamos instaurando una suerte de superioridad a priori en dichas escrituras por el simple hecho de la marca del género; así tampoco estaríamos liberando dichas escrituras de los prejuicios e imagotipos tan fértiles en el costumbrismo, romanticismo y naturalismo de la escritura finisecular, y mucho menos del peso de la mirada imperial o colonial del capitalismo industrializado. Lee Bates, a pesar de ahondar en descripciones que buscan certeza y reflexión, y por ende de buscar escapar de los tópicos y estereotipos, no huye de la lógica productora y mercantil. Ferrús así lo describe:

      Spanish Highways and Byways es, además, un libro de descubrimiento donde el mundo se revela como un palimpsesto de sentidos complementarios, paradójicos o en abierta oposición; una recopilación de coplas, historias y relatos folklóricos que muestran el gusto de la autora por estos géneros, en tanto síntomas de la sociedad que se visita y de su historia. Si a alguna conclusión llega Lee Bates es a la de que cada nación tiene sus agujeros negros, pero también sus puntos de luz, puesto que toda sociedad tiene una herencia que entregar al resto del mundo. (Ferrús, 2013)

      En todo caso, quizá, a pesar de ser burguesas, letradas, escritoras, profesionales y anglosajonas de

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