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causa generadora del Estado del bienestar. En el sentido de que ninguno de ellos implicaba ni tenía que dar como resultado la aparición de un movimiento reformista social, la adopción de medidas de reforma social y la implantación del Estado del bienestar. De hecho, muchos de esos modelos explicativos son construcciones teóricas excesivamente abstractas, tienen una base empírica muy débil y fragmentaria y, lo que es más importante, no prestan la suficiente atención a las ideas, motivaciones, intenciones e interpretaciones de la realidad de los propios protagonistas y de los grupos y organizaciones implicados. Y lo mismo puede decirse de aquellas explicaciones históricas que parten de presuposiciones que no han sido suficientemente contrastadas, como la ya mencionada de que el reformismo social fue promovido por ciertos grupos de ideología progresista (en el caso de España, el republicanismo de inspiración krausista), impulsados por su preocupación por la situación de pobreza de las clases bajas. La causa de que surgiera el Estado del bienestar parece encontrarse, sin embargo, en otro lugar: en la quiebra teórica y práctica experimentada por el liberalismo clásico y su proyecto de sociedad y en la consiguiente reorganización de las relaciones sociales, económicas y laborales derivada de dicha quiebra. Ésta es, al menos, la conclusión que se desprende de la investigación que he realizado sobre la génesis y formación del reformismo social en España.

      1 Sobre la formación del Nuevo Liberalismo puede verse Michael Freeden, The New Liberalism. An Ideology of Social Reform, Oxford, Clarendon Press, 1978, D. Weinstein, Utilitarianism and the New Liberalism, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, Avital Simhony y D. Weinstein (eds.), The New Liberalism. Reconciling Liberty and Community, Cambridge, Cambridge University Press, 2001 y William Logue, From Philosophy to Sociology. The Evolution of French Liberalism, 1870-1914, DeKalb, Northern Illinois University Press, 1983. Para el caso de España, ver Ángeles Lario, «La difusión en España del “Nuevo Liberalismo”. El Sol y la defensa de un Estado social de derecho», en Francisco Carantoña Álvarez y Elena Aguado Cabezas (eds.), Ideas reformistas y reformadores en la España del siglo xIx. Los Sierra Pambley y su tiempo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 434-443.

      2 Aquí estoy haciendo referencia a algunas de las principales explicaciones y modelos explicativos elaborados por los científicos sociales que se han ocupado del estudio del Estado del bienestar (desde historiadores, sociólogos y científicos políticos a economistas y antropólogos). No obstante, escapa por completo al objeto de este trabajo realizar un estado de la cuestión y entablar un debate sobre el tema. Quienes deseen profundizar en este asunto quizás puedan encontrar útil la bibliografía general incluida al final del trabajo. La inaplicabilidad al caso español de algunos de esos modelos explicativos ha sido discutida en A. Guillén, El origen del Estado de Bienestar en España (1876-1923), Madrid, Instituto Juan March, 1990.

      1.FRUSTRACIÓN DE EXPECTATIVAS Y REFORMISMO SOCIAL

      Para explicar la aparición y los postulados del reformismo social y las medidas de reforma a que éstos dieron lugar, es necesario tener en cuenta las condiciones históricas que los hicieron posibles y los términos del debate en que los reformistas sociales se vieron envueltos. Los reformistas sociales estaban movidos, como no cesaban de proclamar, por su preocupación por la existencia de desigualdades sociales y por la intensificación de los conflictos obreros y actuaban expresamente con el propósito de dar solución a ambas cuestiones. La existencia de esas desigualdades y conflictos no basta, sin embargo, para explicar ni el surgimiento del reformismo social ni la constitución del propio problema social como objeto de preocupación. Esa existencia es, sin duda, una condición material necesaria, pero no es una condición suficiente para explicar el hecho de que se suscitara esa preocupación, de que tales fenómenos fueran considerados como un problema que debía ser resuelto y de que se llegara a la convicción de que había que promulgar ciertas reformas sociales y de que éstas eran un medio apropiado para pacificar y estabilizar la sociedad. El reformismo social y el problema social parecen ser el resultado de un proceso histórico bastante más complejo y en el que intervinieron algunos otros factores. Por eso, para explicar la aparición de ambos es preciso dar una especie de rodeo analítico y prestar atención en primer lugar a las circunstancias que propiciaron y modelaron esa creciente e inédita preocupación por las desigualdades sociales y la conflictividad obrera.

      Lo primero que se observa, cuando se rastrea el origen del reformismo social, es que el factor que desencadenó su aparición fue la insatisfacción y el desencanto de los propios liberales con respecto a los resultados producidos por la puesta en práctica de los principios del liberalismo. Fueron esa insatisfacción y ese desencanto los que llevaron a algunos liberales a ver con nuevos ojos y a prestar mayor atención a las desigualdades y conflictos laborales, pues éstos aparecían como una evidencia del fracaso del liberalismo para instaurar el tipo de sociedad que había prometido. Esta afirmación no es una mera inferencia derivada del análisis histórico, sino que reproduce las manifestaciones de los propios protagonistas. La decepción por el fracaso del liberalismo clásico fue la razón esgrimida por los propios liberales reformistas para justificar su distanciamiento de éste y su adhesión a los nuevos postulados y para explicar su cambio de actitud con respecto al movimiento obrero. Por supuesto, la insatisfacción y el desencanto con respecto al régimen liberal existían desde mucho antes, casi desde la revolución liberal misma. Durante décadas, liberales críticos y socialistas habían venido criticando al régimen liberal y el liberalismo hegemónico había tenido que defenderlo de tales ataques. En este caso, la insatisfacción y el descontento provenían básicamente de la convicción de que el ideal liberal no se había llevado plenamente a la práctica y de que para subsanar la discordancia existente entre los principios proclamados –como los de libertad e igualdad–y su plasmación legal, institucional y social era necesario completar o concluir la revolución.

      Sin embargo, la insatisfacción y el desencanto que surgen en las décadas finales del siglo XIX son de una naturaleza diferente, pues no están provocados por una supuesta realización imperfecta de los ideales, sino por la constatación de que los resultados producidos por la puesta en práctica de esos ideales no son los previstos. Esos resultados aparecen como insatisfactorios no ya a la luz de unos principios liberales ideales, sino a la luz de los principios liberales tal como éstos han sido puestos realmente en práctica. Lo que se produce en estos momentos no es una mera desilusión, sino una frustración de expectativas, con respecto no sólo al régimen liberal, sino al propio liberalismo. Por eso se trata de una frustración que afecta ya no sólo a los liberales críticos, sino, sobre todo, a los propios partidarios del régimen liberal vigente y de los principios individualistas que sirven de fundamento a éste. Y de ahí que estos liberales fueran abrazando, cada vez en mayor número, los postulados del reformismo social y prestando su apoyo a las medidas de reforma social. Esa frustración de expectativas obligó a revisar algunas de las premisas y principios del liberalismo clásico, a buscar las causas de que su puesta en práctica no hubiera producido los resultados previstos y a realizar las correcciones y rectificaciones necesarias. El resultado de esta triple operación y, en general, de la crisis interna experimentada por el liberalismo clásico, fue el surgimiento del reformismo social. Es por ello que éste no constituye, como a veces se piensa, una mera prolongación del liberalismo crítico previo (aunque adopte e incorpore elementos de éste), sino que es un fenómeno nuevo, resultante de una transformación, teórica y práctica, del propio liberalismo. El hecho de que el reformismo social tuviera su origen en la frustración de expectativas con respecto al liberalismo clásico explica su fisonomía, su visión y su diagnóstico de la realidad social y la naturaleza y objetivos de las medidas de reforma que propone. Todos éstos son efectos de esa frustración y, por tanto, no pueden entenderse y explicarse cabalmente sin tener ésta en cuenta.

      El liberalismo clásico partía del supuesto de que la puesta en práctica de los principios liberales daría como resultado una sociedad cada vez más igualitaria, estable y armónica. Se suponía que la derogación de la desigualdad legal, la instauración de la libertad de acción y la eliminación de toda intervención estatal (especialmente en el terreno económico y laboral) permitirían que la naturaleza humana y la iniciativa individual se desarrollaran sin trabas y que ello se traduciría en un aumento del bienestar general y en un orden social carente de conflictos. En particular, se suponía

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