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El libro negro del comunismo. Andrzej Paczkowski
Читать онлайн.Название El libro negro del comunismo
Год выпуска 0
isbn 9788417241964
Автор произведения Andrzej Paczkowski
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
9
«Elementos socialmente extraños» y ciclos represivos
Si el campesinado, en su conjunto, pagó el tributo más elevado al proyecto voluntarista estalinista de transformación radical de la sociedad, otros grupos sociales, calificados como «socialmente extraños» en la «nueva sociedad socialista», fueron, por distintas razones, situados al margen de la sociedad, privados de sus derechos cívicos, expulsados de su trabajo y de su vivienda, preteridos en la escala social o deportados. Los «especialistas burgueses», «los de arriba», los miembros del clero y de las profesiones liberales, los pequeños empresarios privados, los comerciantes y los artesanos fueron las principales víctimas de la «revolución anticapitalista» iniciada a principios de los años treinta. Pero el «pueblo llano» de las ciudades, que no entraba en la categoría canónica del «proletariado obrero constructor del socialismo», también tuvo su ración de medidas represivas, que pretendían en su totalidad poner en camino hacia el progreso —de conformidad con la ideología— a una sociedad que se juzgaba retrógrada.
El famoso proceso de Shajty había señalado claramente el final de la tregua, comenzada en 1921 entre el régimen y los «especialistas». La víspera del inicio del primer plan quinquenal, la lección política del proceso de Shajty era clara: el escepticismo, la indecisión, la indiferencia en relación con la obra iniciada por el partido no podían más que conducir al «sabotaje». Dudar era ya traicionar. El spetzeedstvo —literalmente, «el hostigamiento del especialista»— estaba profundamente arraigado en la mentalidad bolchevique, y la señal política dada por el proceso de Shajty fue perfectamente recibida por la base. Los spetzy iban a convertirse en los chivos expiatorios de los fracasos económicos y de las frustraciones engendradas por la caída brutal del nivel de vida. Desde finales de 1928, miles de cargos directivos de la industria y de ingenieros «burgueses» fueron despedidos, privados de sus cartillas de racionamiento, y del acceso a los servicios médicos, y a veces incluso fueron expulsados de su vivienda. En 1929, miles de funcionarios del Gosplan, del Consejo supremo de la economía nacional, de los comisariados del pueblo para las Finanzas, para el Comercio y para la Agricultura fueron purgados, bajo pretexto de «desviación derechista», de «sabotaje» o de pertenencia a una «clase socialmente extraña». Es verdad que el 80 por 100 de los altos funcionarios de finanzas habían servido bajo el antiguo régimen1.
La campaña de purga de ciertas administraciones se endureció a partir del verano de 1930, cuando Stalin, deseoso de acabar definitivamente con los «derechistas», en especial con Rykov, que seguía ocupando el puesto de jefe de Gobierno, decidió demostrar los vínculos que unían a estos con algunos «especialistas-saboteadores». En agosto-septiembre de 1930, la GPU multiplicó los arrestos de especialistas famosos que ocupaban puestos importantes en el Gosplan, en la banca del Estado y en los comisariados del pueblo para las Finanzas, para el Comercio y para la Agricultura. Entre las personalidades detenidas figuraban fundamentalmente el profesor Kondratiev —inventor de los famosos «ciclos de Kondratiev» y ministro adjunto de Aprovisionamiento en el gobierno provisional de 1917, que dirigía el Instituto de Coyuntura del comisariado del pueblo para Finanzas—, los profesores Makarov y Chayanov, que ocupaban puestos importantes en el comisariado del pueblo de Agricultura, el profesor Sadyrin, miembro de la dirección del Banco de Estado de la URSS, el profesor Ramzin, Groman, uno de los estadísticos más conocidos del Gosplan, y otros eminentes especialistas2.
Debidamente instruida por Stalin, que seguía de manera muy particular los asuntos de los «especialistas burgueses», la GPU había preparado expedientes destinados a demostrar la existencia de una red de organizaciones antisoviéticas unidas entre sí en el seno de un pretendido «partido campesino del trabajo» dirigido por Kondratiev y de un pretendido «partido industrial» dirigido por Ramzin. Los investigadores llegaron a arrancar a bastantes personas detenidas «confesiones» tanto sobre sus contactos como sobre los que mantenían con los «derechistas» Rykov, Bujarin y Syrtsov, así como acerca de su participación en conspiraciones imaginarias que pretendían eliminar a Stalin y derribar el régimen soviético con la ayuda de organizaciones antisoviéticas emigradas y de los servicios de inteligencia extranjeros. Yendo todavía más lejos, la GPU arrancó a dos instructores de la academia militar «confesiones» sobre la preparación de una conspiración dirigida por el jefe del Estado Mayor del Ejército Rojo, Mijaíl Tujachevski. Como testifica la carta que dirigió entonces a Sergo Ordzhonikidze, Stalin no corrió entonces el riesgo de hacer arrestar a Tujachevski, prefiriendo limitarse a otro tipo de blanco, los «especialistas-saboteadores»3.
Este episodio significativo muestra claramente que las técnicas y los mecanismos de montaje de asuntos relacionados con pretendidos «grupos terroristas», en los cuales habrían estado involucrados comunistas opuestos a la línea estalinista, ya estaban perfectamente desarrollados desde 1930. De momento, Stalin ni quería ni podía ir más lejos. Todas las provocaciones y las maniobras de este período perseguían objetivos que en su conjunto resultaban bastante modestos: desanimar a los últimos opositores a la línea estalinista en el interior del partido y asustar a todos los indecisos y a todos los que vacilaban.
El 22 de septiembre de 1930, Pravda publicó las «confesiones» de cuarenta y ocho funcionarios de los comisariados del pueblo para el Comercio y las Finanzas que se habían reconocido culpables «de las dificultades de aprovisionamiento en el país y de la desaparición de la moneda de plata». Algunos días antes, en una carta dirigida a Molotov, Stalin había dado instrucciones referentes a este asunto: «Necesitamos: a) purgar radicalmente el aparato del comisariado del pueblo para las Finanzas y la banca del Estado a pesar de las quejas de comunistas dudosos del tipo Piatakov-Briujanov; b) fusilar sin excusa a dos o tres decenas de saboteadores infiltrados en esos aparatos (…); c) continuar, en todo el territorio de la URSS, las operaciones de la GPU que pretendían recuperar las piezas de plata en circulación». El 25 de septiembre de 1930 los cuarenta y ocho especialistas fueron ejecutados4.
En los meses que siguieron se articularon varios procesos idénticos con todo tipo de elementos. Algunos se celebraron a puerta cerrada, como el proceso de los «especialistas del Consejo Supremo de la economía nacional» o el del «partido campesino del trabajo». Otros fueron públicos, como el proceso del «partido industrial», en el curso del cual ocho acusados «confesaron» haber puesto en funcionamiento una vasta red, de dos mil especialistas y realizado, por instigación de embajadas extranjeras, la organización de la subversión económica. Estos procesos crearon el mito del sabotaje que, junto con el de la conspiración, iba a estar en el centro del montaje ideológico estalinista.
En cuatro años, de 1928 a 1931, 138.000 funcionarios fueron excluidos de la función pública, y de estos 23.000, clasificados en la categoría I («enemigos del poder soviético»), fueron privados de sus derechos cívicos5. La caza de los especialistas adquirió una amplitud todavía mayor en las empresas sometidas a una presión productivista que multiplicaba los accidentes, la fabricación de residuos y las averías en las máquinas. Desde enero de 1930 a junio de 1931, el 48 por 100 de los ingenieros del Donbass fueron destituidos o detenidos. 4.500 «especialistas-saboteadores» fueron «desenmascarados» en el curso del primer semestre de 1931 en su sector de transportes. Esta caza de los especialistas, unida al inicio de obras incontroladas y con objetivos irrealizables, a una fuerte caída de la productividad y de la disciplina del trabajo, y al menosprecio declarado por las obligaciones económicas, terminó por desorganizar de manera duradera la marcha de