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Aires, septiembre de 2013

      “Después de todo,

      ¿quién habla hoy del aniquilamiento de los armenios?”

      Adolf Hitler, 1939

      PRÓLOGO

       Por Pascual Carlos Ohanian

      El hombre es un ser acotado por la duración de su vida y el ámbito espacial en el que desarrolla sus actividades; pero a su pasado personal puede sumar el pasado de generaciones que lo precedieron, internándose en la Historia, y proyectarse al futuro legando con la palabra escrita el contenido espiritual de su persona. Además, hoy más que nunca, puede expandirlo ilimitadamente a todo el orbe y al instante, gracias al casi increíble medio de las comunicaciones. Y en ese punto es donde el camino de la persona se bifurca. Porque debe elegir, elegirse.

      Ante un hecho real, espantoso, que avergüenza y deshonra a la naturaleza humana, como es matar a multitudes solamente porque pertenecen a una nacionalidad, y querer esconder ese hecho de la vista del mundo, un hecho acerca del cual hoy sus autores declaran que no es verdad aunque sea una verdad absoluta día a día afirmada por todos, se plantea al ser humano la elección de callar o de hablar. De enmudecer o comunicar la verdad a sus prójimos. Súlim Granovsky ha elegido hablar, escribir, proclamar. Y desde ese momento se sumó a la larga fila de quienes jerarquizan la condición humana, de aquellos que han decidido diferenciarse de las bestias, de los monstruos, de los delincuentes.

      Súlim Granovsky es, pues, un Hombre. Y con su elección, su nombre y apellido honran no solamente a Eva, su esposa; y a sus hijos, Martín, Paula y Jorge; y a sus nietos, Julieta, Iván y Bárbara; sino que honran también a quienes, pensando más que leyendo las páginas que siguen, valoramos su compañerismo en el dolor.

      Después de recorrer este libro de Súlim Granovsky y reflexionar acerca de su significado profundo, me afirmo en el convencimiento de que quien sufre una congoja cuya causa se remonta a sus ancestros puede identificarse más en un sentimiento solidario con las vivencias de una nación que espera justicia, como es Armenia.

      UNA REFLEXIÓN PERSONAL

       DEUDA DE GRATITUD

      Soy un argentino hijo de padres ucranianos que emigraron a mi país en los primeros años del siglo XX. Mi madre, Paulina, habitante de Odessa, durante mi niñez me relataba sus vivencias juveniles. Por algunas de ellas, la imagino socialdemócrata, pues le dolía ver, desde su ventana, a los presos políticos del zarismo, que desfilaban arrastrando pesadas cadenas. En sus anécdotas aparecían siempre los pogromos de los cosacos del Zar, borrachos, obnubilados por un odio irracional, que invadían las viviendas de los judíos, despanzurraban los colchones (¿qué podrían encontrar fuera de miseria?), destruían los libros religiosos, asesinaban a los hombres y a los niños, violaban a las mujeres. Mi madre remarcaba que cuando en aquellos años se presagiaba la proximidad de la violencia, los armenios, heroicamente, escondían en sus casas a los vecinos judíos.

      Se entiende entonces por qué tengo una deuda de gratitud con el pueblo armenio, de la cual surge mi decisión de escribir sobre su historia, que se remonta a los tiempos precristianos, y en particular sobre sus sufrimientos, aun anteriores al Genocidio de 1915.

      Para la comprensión de los hechos, acudí a las fuentes de estudiosos como Vahakn Dadrian y Pascual Ohanian, entre otros. Haberlos leído y haber asimilado sus conocimientos me permitió volcarlos —interpretados o repetidos— con el ánimo de que quienes lean esta síntesis de trágicos acontecimientos de la humanidad los incorporen, los difundan y, si pueden, profundicen su estudio.

      El conocimiento de lo armenio, de su cultura milenaria, no se reduce a estudiar el exterminio de comienzos del siglo XX. Pero detenerse en la tragedia del pueblo armenio a manos del Imperio turco-otomano y el Estado turco lleva a la triste conclusión de que también ése ha sido un genocidio tardíamente reconocido como tal.

      PREFACIO

       GENOCIDIOS HUBO SIEMPRE

      Una visión fatalista diría que genocidios hubo siempre. Es verdad, pero no autoriza a admitir que seguirá siendo así inexorablemente, por los siglos de los siglos. Las persecuciones masivas tienen diversos fundamentos, algunos de conveniencia para ocultar otros fines. No es menos importante el costado económico de los conflictos que desencadenan guerras por la disputa de los mercados, el control de las materias primas estratégicas, el espacio vital —como lo reivindicaban los nazis—, la hegemonía religiosa o política, la visión contra natura de la superioridad étnica.

      Hubo genocidios ignorados, como el Holocausto Gitano, y genocidios silenciados, como el Holocausto Armenio. De algunos holocaustos, la Historia ignoró su dimensión. También la ignoraron los medios de comunicación. Y qué decir de los organismos multinacionales encargados de garantizar la paz mundial, en aquel tiempo la Sociedad de las Naciones. Tuvieron memoria liviana los testigos, a quienes posiblemente el terror de verse alcanzados por el terror los hizo mirar para otro lado.

      Podrían formularse muchos interrogantes en torno a los genocidios. Por ejemplo: los vecinos de los campos de concentración, ¿qué pensaban cuando veían descender de los vagones de carga a centenares de judíos, gitanos, discapacitados, débiles mentales, homosexuales, cuyas familias eran inmediatamente desmembradas por los nazis? Luego ¿veían u olían los humos de las cámaras de gas? Ajenos a la tragedia que estaba viviéndose muro de por medio, ¿levantaban sus copas sin remordimientos en las Navidades? Los turcos que miraban pasar las caravanas de la muerte de los armenios, que veían a los hombres ahorcados a la vera de los caminos, a los niños incendiados como teas, a las mujeres regaladas a los harenes, ¿no sentían el deseo humanitario de tender una mano, de alcanzar un trozo de pan o un vaso de agua? Evidentemente, no. Es probable que no lo hiciesen porque los genocidas extendían un manto de terror a su alrededor capaz de paralizar cualquier reacción humanitaria.

      Tomar posición ante semejante tragedia es un compromiso impostergable.

      Los exterminios siguen repitiéndose. Para que no se repitan es necesario crear una conciencia colectiva de respeto por la vida del prójimo, su principal derecho. Las leyes de un país sobre los derechos humanos se promulgan para ser cumplidas; las convenciones internacionales no se agotan sólo cuando los Estados las ratifican por puro formalismo: ha de existir el compromiso real de cumplir a rajatabla sus términos.

      En la Argentina se vivió un contrasentido jurídico cuando una de las convenciones de las Naciones Unidas sobre el genocidio fue ratificada por una junta militar de un gobierno de facto que, pese a la letra de la norma internacional que ratificó, igual persiguió a adversarios y abolió las libertades públicas.

      Si no media decisión política de cumplirla, la formalidad de una ratificación internacional carece de valor, salvo cuando la propia norma establece los mecanismos para obligar a los Estados.

      Tragedias como la documentada en el Nunca Más, que cerró un tiempo de terror en la Argentina, con 30.000 asesinados y desaparecidos, deben ser evitadas, proscriptas y sancionadas con todo el rigor de la Ley. Los gobiernos democráticos deben apelar al recurso internacional que abren las Convenciones de las Naciones Unidas. Los pueblos, sus representantes políticos y sociales de todo el mundo no deben dejar caer esas banderas.

      1. A MANERA DE INTRODUCCIÓN.

      EL EXTERMINIO ARMENIO

      Rafael Lemkin fue un jurista polaco-judío nacido en 1900 en una pequeña granja cerca de Wolkowysk. Espectador y estudioso de las violencias desatadas tanto contra las etnias como contra los grupos religiosos y sociales, en 1933 aborda esos problemas en foros internacionales. Emigra a los Estados Unidos de América cuando los nazis invaden Polonia y es nombrado profesor de la Duke University.

      En 1942 cumple funciones como analista en el Departamento de Guerra de Washington. En 1944 publica un libro sobre los crímenes nazis y crea el término “genocidio” (genos, “raza/clan”,

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