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Amen ni Dawn of Grace, no había nadie mirando. No se podía conseguir ayuda y todo era una mentira.

      La segunda vez que vi a Jack, tenía vendas en las manos. No recuerdo haber visto vendas la primera vez, pero las recuerdo de la segunda: cinta blanca y gasa. Sangre seca en las grietas. Llevaba una camiseta térmica gris. Su cabello estaba húmedo. Pienso en estas cosas, pero sobre todo en la expresión de sus ojos. No sé qué decir sobre esa mirada, excepto que incluso ahora puedo verla. No importa dónde esté yo. Puedo sentir la mirada por toda mi piel. Era un chico solo en una casa en medio del invierno y desde hacía mucho tiempo había dejado la niñez.

      Ésa es la mirada que recuerdo.

      Cuando hubo luz suficiente para ver, Jack se levantó y se puso botas y guantes. Ya llevaba su abrigo. Salió y se dirigió a la pila de leña, avanzó con dificultad a través del manto blanco que llegaba hasta sus rodillas, sacó el hacha de un tocón y la sacudió para quitarle la nieve. El invierno quemaba sus pulmones. Comenzó a toser y le resultó difícil parar. Debería haber usado un gorro. Tomó un tronco seco de la pila, lo puso en pie y lo golpeó con fuerza con el hacha para que la hoja se hundiera profundamente. La madera se astilló y las ampollas punzaron en sus manos. Se balanceó y cortó de nuevo. Partió una pila y llevó los trozos a la chimenea, adentro. Encendió el fuego, mientras su cabeza no paraba de dar vueltas. Matty todavía dormía bajo las mantas.

      Volvió a salir, sacó la pala del cobertizo y marcó un camino desde la puerta de la casa hasta el Caprice, después quitó la nieve alrededor de las llantas para que pudieran rodar. Luego, entró en la casa. El agua del fregadero de la cocina se reducía a un delgado hilo, frío como el hielo. Llenó una olla y la puso sobre el fuego para que se calentara.

      Encontró ropa limpia para Matty y lo despertó. Era hora de prepararse para ir a la escuela. Matty se quitó la ropa interior y se vistió frente a la chimenea mientras Jack tomaba una toalla de la cocina y la sumergía en la olla de agua humeante. Lavó la cara, el cuello y las orejas de Matty, y luego alisó su rebelde cabello. Se veía bastante bien.

      —Puedo hacerlo solo —dijo Matty.

      —Lo sé.

      Jack empezó a toser. Sentía el pecho constreñido y la nariz congestionada. Matty se sentó, mirándolo. Jack abrió una lata de frijoles y se la entregó junto con un tenedor para que comiera frente al fuego. Pensó que debía guardar la lata de duraznos. No sabía por qué.

      —¿Cuánto es seis por seis? —preguntó.

      Matty lo miró:

      —Treinta y seis.

      —Bien. Nueve por ocho.

      —Ya me sé todo eso —dijo, con una mirada de reproche en su rostro—. Me sé hasta el doce.

      —Bien. Catorce por tres.

      Matty cerró los ojos. Calculando.

      —Cuarenta y dos.

      Del otro lado de la ventana, el cielo se pintó de azul amargo, sin nubes. Jack se desnudó, se lavó con el paño y el agua de la olla, y luego volvió a vendarse las manos. Tomó unos jeans limpios y una camiseta térmica gris de la cómoda y se paró frente a la chimenea. Estaba abrochándose los jeans cuando escuchó algo en el patio delantero, algo que sonaba como un motor. Se metió la camiseta por la cabeza y le dijo a Matty:

      —Ve detrás del sofá.

      Matty no se movió. Se quedó mirando por la ventana. En su voz sólo había asombro:

      —Es una chica.

      Cuando Jack se asomó, vio a una chica saliendo de un auto azul.

      Y no era cualquier chica. Ava.

      —Mierda —susurró.

      Se agachó, sin apartar los ojos de la ventana. Ella se acercó a la casa, abriéndose paso a patadas a través de los montículos de nieve hasta llegar al camino que Jack había abierto con la pala. Él hizo un gesto para que Matty se agachara, pero su pequeño hermano se quedó allí, mirando hacia fuera.

      Matty sonrió y enseguida saludó con la mano.

      Los pasos de Ava crujieron sobre la nieve compacta y luego se detuvieron. Jack se hundió más todavía y esperó. En el profundo silencio. Todo estaba extrañamente en silencio. Entonces, ella llamó a la puerta.

      Jack se escondió detrás del sofá. Matty sonrió frente a la ventana.

      —Agáchate —siseó Jack.

      Lo siguiente que supo es que Matty tenía ya la puerta abierta. Jack se enderezó detrás del sofá, sonrojado, y caminó hacia la puerta. Ella estaba a no más de medio metro de él. Sus mejillas se veían enrojecidas por el frío. En su cabeza llevaba un gorro tejido, y su cabello se desparramaba debajo de él en un desastre. Su abrigo caía justo por encima de las rodillas y estaba hecho de lana gastada, de un verde enebro con botones de latón deslustrados. Parecía una reliquia de la Segunda Guerra Mundial. Vio estos detalles a través de una neblina. Olía a algo cálido: nuez moscada o jengibre.

      —Hola —dijo ella.

      —Hola.

      Ella tomó aliento.

      —Necesito mi libro —dijo—. Para la escuela, hoy.

      Sus ojos color avellana lo miraron. Jack no podía pensar. Trató de actuar de manera casual, pero su corazón latía con fuerza. Bajó la mirada. Las botas de combate de Ava estaban desabrochadas, y en los treinta centímetros entre los cordones y la parte inferior de su abrigo, podía ver sus piernas desnudas. Levantó la mirada. Ella lo estaba observando.

      —Tal vez ella debería entrar —dijo Matty. Se paró junto a Jack con las manos en los bolsillos.

      Jack cerró un poco la puerta. No. Demonios, no. Ella no podía entrar en esta ratonera.

      —No tengo tu libro.

      —Oh —ella dio un paso atrás—. Está bien.

      —Lo dejé en la escuela —dijo Jack.

      Ella lo miró durante un minuto y luego a Matty. Asintió con la cabeza.

      Con la leve brisa, un mechón de su cabello se levantó y voló sobre su mejilla, sus labios. Jack quiso acercarse. Acomodar el mechón detrás de su oreja. ¿Cómo se sentiría tocarla? Su mano estuvo a punto de levantarse. Agarró los costados de su abrigo.

      —Tenemos prisa —dijo él.

      Las mejillas de Ava se enrojecieron todavía más.

      Dio media vuelta, salió del porche y bajó por el estrecho sendero, con la espalda recta y el cabello revuelto ondeando detrás de ella, iluminado por el frío sol de la mañana. La nieve fresca brillaba a su alrededor. Cuando el camino terminó, subió al auto y lo puso en marcha, salió del camino y condujo hacia la carretera.

      Dejaron la sala hecha un desastre. Jack ayudó a Matty a ponerse el abrigo, le cerró la cremallera y tomó su mochila. Matty no lo miraba.

      —¿Qué? —preguntó Jack.

      Matty negó con la cabeza. Jack deslizó la mochila de Matty sobre sus hombros.

      —Podrías haberla dejado entrar —dijo Matty.

      Jack no respondió. Encontró el gorro y se lo puso a su hermano. Él seguía sin mirarlo.

      —¿Por qué no la dejaste entrar? —preguntó.

      —Ella me dijo que me mantuviera alejado.

      —¿Cuándo?

      —En la escuela.

      —¿Por qué?

      —No lo sé.

      Matty se quedó allí, reflexionando al respecto. Sacó los guantes de los bolsillos

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