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Actos de disposición del cuerpo humano. Édgar Cortés
Читать онлайн.Название Actos de disposición del cuerpo humano
Год выпуска 0
isbn 9789587905151
Автор произведения Édgar Cortés
Жанр Сделай Сам
Издательство Bookwire
Así, pues, a pesar del reproche a la actividad o al tipo de prestación y su objeto, hay causa lícita para retener lo pagado en caso de disposición voluntaria del cuerpo humano en el marco del meretricio. Sin embargo, no parece haber causa jurídica suficiente para considerar una licitud completa y no parece viable conceder eventualmente acciones judiciales por incumplimiento de quien presta el servicio sexual. Pero sí parece viable que esta persona que ha dispuesto del cuerpo tenga causa para retener lo pagado. Entonces, una es la relación entre el(la) trabajador(ra) sexual y el cliente, y otra es la relación entre dicho trabajador y, eventualmente si es del caso, el dueño del establecimiento en el que se desarrolla la actividad. Por esto mismo, y considerada la vulnerabilidad en que generalmente se encuentran las personas en el contexto de la prostitución, la situación de pobreza, de discriminación y abuso en todos los tiempos de la historia, su condición debe ser protegida por el derecho con mayor rigor no, solo desde el punto de vista de la dignidad humana y los derechos fundamentales, para evitar injusta explotación, trata de humanos y otros abusos, sino que también cabe preguntarse si también desde el punto de vista del derecho del trabajo, para que el fenómeno sea ordenado eficazmente por el derecho y cobijado por sus principios en aras de proteger la dignidad de las personas que voluntariamente han decidido disponer del propio cuerpo obligándose a cumplir “prestaciones sexuales” a cambio de dinero.
Para el jurista de hoy, afrontar el fenómeno del meretricio o prostitución obliga a una reflexión compleja que no debe perder de vista la multiplicidad de factores culturales y de aspectos históricos y sociológicos involucrados. Tampoco es posible dejar de ver la posición de la mujer en el fenómeno, notar que va de la mano de la discriminación y del rechazo al servicio de la secular hegemonía del patriarcado. No solo para el jurista, de alguna manera también para el historiador, el meretricio sigue siendo un “sujeto innoble”. De allí la importancia de asumir la reflexión del jurista desde el punto de vista histórico pero con una perspectiva diacrónica1 que permita la búsqueda de elementos o de matices que nos ayuden a comprender mejor ciertas realidades humanas, para que así el jurista pueda ordenarlas desde el derecho con mayor eficacia en relación con los fines de justicia, equidad y solidaridad.
De esta manera el estudio del fenómeno por parte del jurista debe ser también un estudio social que se mira y se explica en cada momento y espacio histórico determinados. Dos aspectos principales se muestran de inmediato: por un lado, el meretricio en el contexto más amplio de la pobreza, y por otro, como un punto de referencia conflictual en la orientación moral, en las instituciones jurídicas y en las relaciones sociales.
Se le ha denominado el “oficio más antiguo del mundo”. Fenómeno pertinaz en la historia, no hay duda, pero se debe observar en relación con los cambios en la cosmovisión y en la estructura social a lo largo del tiempo. El fenómeno en sí mismo tiene un significado concreto (que se identifica como el dato característico de una sociedad con estructuras familiares rígidas y dominantes, con predominio del patriarcado)2, y para el jurista historiador en la perspectiva actual es posible tomar una delimitada muestra en cada periodo histórico y observar las mutaciones internas del fenómeno. De esto que se piense mejor en “formas de prostitución”, y no en “prostitución”3.
Es así como históricamente se observa que el meretricio o prostitución tiene tres formas distintas en la historia antigua y moderna, o, como lo señala Dufour, se traduce en tres grados diferentes vinculados a tres épocas diferentes de la vida de los pueblos: 1. La prostitución hospitalaria; 2. La prostitución sagrada o religiosa; 3. La prostitución legal o política. Estas tres formas principales parecen siempre un ejercicio libre y voluntario de la disposición del cuerpo. La prostitución hospitalaria, la prostitución representa una permuta, un intercambio cortés con el extranjero, con un desconocido que de repente se convierte en el invitado, el amigo; en la religiosa, se compra con el precio del inmolado pudor los favores de la divinidad, y la consagración al sacerdote; la legal, establecida y practicada como todos los oficios, y como tal tiene sus derechos y sus deberes, sus accesorios, sus tiendas, sus prácticas, no le falta nada de lo que ofrecería el comercio más honesto. Dufour hace énfasis en la ventaja económica: “la prostitución vende y gana, su finalidad no es otra que el lucro y las ganancias”4.
En los tiempos remotos pudo ya existir la prostitución: la mujer, para obtener del hombre una parte de la caza, o de la pesca, sin duda aceptará abandonarse a un ardor que no desea y no comparte: por un caparazón de madreperla, por una pluma de pájaro con colores vivos, por una pieza de metal brillante, otorgará sin simpatía y sin placer los privilegios del amor a la brutalidad ciega, como nos ilustra de nuevo Dufour. Se piensa que esta “prostitución salvaje” es anterior a toda religión, a toda legislación y, por lo tanto, desde estos tiempos primitivos de la infancia de las naciones se podría pensar que la mujer no cede a la servidumbre, sino a su libre voluntad, a su elección. Cuando el vínculo social divide a las personas en familias, cuando la necesidad de amarse y ayudarse recíprocamente consolidó uniones estables y duraderas, el dogma de la hospitalidad engendró otra especie de prostitución, que debe ser anterior a las leyes del rey nemorensis religioso y moral5.
La hospitalidad no era otra cosa sino la aplicación del precepto, quizás innato en el corazón del hombre, y que deriva más bien de una posición egoísta, de la generosidad desinteresada de la vida. De hecho, en medio del bosque donde vivía, el hombre antiguo sentía la necesidad de encontrar siempre y en todas partes con su vecino un lugar en el fuego y en la mesa, cuando por sus cacerías o sus excursiones deambulan lejos de su cabaña, y de su cama de piel de bestias: por lo tanto, todavía con Dafour, era una condición de utilidad general que había hecho de la hospitalidad un dogma sagrado, una ley inviolable. El invitado de todos los pueblos antiguos era bienvenido con respeto y alegría; su llegada parecía ser un buen augurio; su presencia traía buena suerte al techo que lo había recibido6.
La prostitución sagrada es casi contemporánea de esta primera prostitución, que de alguna manera fue uno de los misterios del culto a la hospitalidad. El miedo, engendrado por las grandes emociones de la naturaleza, inspiró la religión en el corazón del hombre; pero tan pronto como el volcán, la tormenta, el rayo, el terremoto inventaron los dioses, la prostitución se ofreció a estos dioses terribles e implacables, mientras que los sacerdotes tomaron para sí una ofrenda de la cual los dioses que representaban no se podían aprovechar. Los hombres ignorantes y crédulos llevaban al altar lo más precioso que tenían, la leche de sus vacas y la carne de sus toros, el fruto y la cosecha de los campos, el producto de la caza y la pesca, las obras de sus manos; las mujeres se apresuraron a ofrecer su cuerpo a Dios, al ídolo o a su sacerdote; ídolo o sacerdote que recibía en holocausto sea la virginidad de la doncella soltera, sea el pudor de la mujer casada7.
La prostitución inevitablemente tenía que pasar de la religión a las costumbres y las leyes; por lo tanto, la prostitución legal fue la que se apoderó de la sociedad, y la sobornó en el corazón. Esta prostitución, que era mucho más peligrosa que la otra escondida en la sombra del altar y los bosques sagrados, se mostraba sin velo ante los ojos de todos, y no estaba cubierta con el pretexto engañoso de la necesidad pública: prostitución que tenía como hija la lascivia generadora de todo vicio y fealdad. Los legisladores entonces movidos por el peligro al que se enfrentaba la sociedad, tuvieron el coraje de tocar el mal y de restringirlo entre límites sabios; algunos gobernantes incluso trataron de suprimirlo, aniquilarlo y fracasaron, pero nadie se atrevió a perseguir la prostitución hasta los jardines infantiles inviolables, que la religión le abrió en