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href="#u995e803e-02cb-5ab2-bb40-abe2d6af6572">La consistencia (24-06-20)

       Lo controlable y lo no controlable (06-07-20)

       La planificación de las clases particulares (13-07-20)

       Detalles que hacen la diferencia (27-07-20)

       A mi madre.A mi padre.

      Arturo Núñez del Prado D.

      Nacido en Santiago de Chile en 1972, es Periodista y Profesor de Tenis.

      Su hoja de vida periodística, consigna pasos por diversos medios de comunicación.

      Como Profesor de Tenis, en tanto, se ha desempeñado en diferentes clubes y academias.

      Este libro es una compilación de sus primeras cincuenta columnas, publicadas entre octubre de 2018 y julio de 2020 en el portal www.tenischile.com, en las que vierte toda la experiencia acumulada durante largos años de periodismo y tenis.

      “Lo tiré!”

      (10-10-18)

      Hace algún tiempo presencié un buen partido, que dejé de ver cuando los jugadores empataban a un set. Todo auguraba una tercera manga de muy cerrado desenlace, pero que se resolvió más rápido de lo esperado.

      ¿Qué ocurrió? El perdedor, según confesión propia, tiró o botó el último parcial. En otras palabras, no lo jugó aplicado siempre al máximo.

      Muchos creen, erróneamente, que botar un partido tiene onda.

      Pero, no. ¡A no confundirse!

      No esforzarse al máximo sirve como excusa perfecta, para no saber qué habría pasado si uno lucha con todas sus fuerzas. Siempre será más fácil argumentar, ante una derrota, que no se puso todo el empeño posible. Resulta mucho más duro verse obligado a reconocer que el rival fue mejor, aun cuando se batalló dejándolo todo en la cancha. Y, claro, no es sencillo gestionar la frustración que eso genera.

      Tirar un partido, un set o solo un punto es ante todo, una falta de respeto hacia uno mismo, al oponente, al fair play, al torneo y al tenis mismo.

      Botar un match es, también, faltarles el respeto a los entrenadores, que se esfuerzan por hacer cada día mejores a sus pupilos, y una ofensa a los padres, que financian los altos costos que implica que sus hijos compitan.

      Nadie les exige que ganen, pero que al menos hagan siempre su mejor esfuerzo. ¡Es lo mínimo!

      No se trata de ser lapidarios con jugadores jóvenes. Tienen derecho a equivocarse, como todos. Eso no se discute. El error es parte del aprendizaje.

      Pero en el mundo actual, de límites difusos y discursos tibios, en que el relativismo impera en muchos ámbitos, hay que ser enérgicos para decir que lo que está mal, está mal aquí y en cualquier lado.

      Hay que saber ganar jugando mal, porque solo 5 o 10 días en el año se juega, realmente, cómo uno quiere.

      Tirar un partido no es de jugadores con onda. Luchar hasta el final, sí. Los que corren hasta la última pelota siempre serán triunfadores. ¡Aunque pierdan!

      El arte de preguntar

      (23-10-18)

      Más de una vez me tocó, luego de perder un partido, escuchar a mi entrenador. Su discurso giraba en torno a que yo no había puesto en práctica lo entrenado, durante el match. Sus palabras, también, iban dirigidas a los múltiples errores cometidos, que me llevaron a la derrota.

      De eso, han pasado al menos 25 años, pero es algo que sigo viendo en la relación entrenador-jugador, en el tenis.

      No digo que esté mal, pero claramente es una fórmula incompleta, ya que no se considera la opinión del deportista. Y no se trata solamente de decirle a un niño, o adolescente, que ahora es su turno para hablar sobre lo sucedido en la cancha, porque no va a saber qué decir, en la mayoría de los casos.

      En ese momento es cuando, los profesores debemos emplear la herramienta que da el título a esta columna, para guiar la conversación: el arte de preguntar.

      El problema es que no estamos acostumbrados a formular preguntas. No consultamos, muchas veces, porque damos por hecho que la respuesta del otro es obvia, y será la que suponemos.

      Y no es así. El otro es un ser distinto, que siente y piensa diferente, así que siempre será mejor preguntar en vez de suponer.

      Lo ideal es que las interrogantes planteadas a los alumnos no sean cerradas. O sea, que no den pie para una respuesta como solo un sí, o un no.

      Por ejemplo, ante la pregunta ¿jugaste bien hoy?, el tenista puede responder afirmativa o negativamente, y ahí finaliza el diálogo.

      En cambio, si formulo una pregunta de expansión, como ¿qué piensas del partido que jugaste hoy?, voy a obtener una respuesta con contenido, ya que obligo a la persona a explayarse, por lo que se producirá un diálogo enriquecedor.

      Otro ejemplo: si consulto, ¿por qué no hiciste lo planificado en el partido?, es difícil que el jugador se abra, porque las preguntas que comienzan con por qué son intimidantes, ya que tienen una carga negativa y llevan un juicio implícito.

      Ahora, si pregunto, ¿qué hizo que no pudieras jugar de acuerdo a lo planificado?, o ¿qué te impidió jugar de acuerdo a lo planificado?, resulta más probable que reciba una respuesta que aporte valiosos elementos, para una mejor performance del deportista durante el próximo partido.

      Una buena pregunta, puede ser un disparador, un catalizador. Es como un pase-gol, que puede desencadenar una reflexión muy valiosa en la persona, para que tome conciencia o se dé cuenta de algo que no había percibido.

      “En el colegio, siempre nos premiaron por tener la respuesta correcta, pero nunca por hacer una buena pregunta…”.

      ¡Cuánta verdad hay en esa afirmación!

      Transmitir conocimientos está muy bien, pero muchas veces basta con la pregunta adecuada, para que el otro descubra la respuesta.

      Una simple pregunta, planteada con humildad al jugador, como por ejemplo, ¿de qué manera piensas tú, que yo podría ayudarte más?, puede cambiarlo todo.

      ¿Cuántos de nosotros les hemos formulado esa pregunta a nuestros alumnos?

      No les creas, Garín

      (05-11-18)

      Durante tus vacaciones, Christian, de seguro mucha gente te va a palmotear la espalda, por tu espectacular rendimiento de fin de temporada.

      Te dirán, convencidos, que ahora tu derecho hace mucho daño, y que tu juego de pies ha mejorado una enormidad.

      Afirmarán, con mucho entusiasmo, que has madurado mucho, y alabarán tu alto nivel de concentración y garra, para dar vuelta partidos que parecían perdidos.

      No les creas, Garín. Por favor, no les creas.

      Otros, te dirán que jamás dudaron de tu potencial, que explotaras era solo cosa de tiempo, que solo había que ordenar tu juego y darle un patrón, para que subieras como la espuma en el ranking ATP.

      Más de alguno intentará aconsejarte, sobre qué hacer de aquí en adelante en cuánto al calendario, o qué detalles técnicos corregir para dar el salto al top 50.

      No les creas. Por favor, no les creas, Christian.

      ¿Por qué?

      Porque los halagos marean.

      Y porque

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