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      INTRODUCCIÓN

      A veces la vida diaria me invita a la profundidad: a acceder al interior de mí mismo y al interior de la realidad. En efecto, muchas vivencias que me pasan en el día a día también se me pasan: se me olvidan, no dejan rastro. Pero otras no se me pasan, porque dejan dentro un signo vivo: algo pequeño y cálido que resiste al olvido y se agita dentro de mí en forma de tristeza o de alegría persistentes. Esta agitación va retornando de vez en cuando, urgiéndome a tomar cartas en el asunto.

      En el caso de algunas de estas vivencias persistentes, tomar cartas en el asunto se ha concretado en describirlas, conectarlas con otras vivencias, buscar palabras de otros para nombrarlas. Es así como lentamente los signos vivos crecen, renovando mis relaciones con la gente, con el mundo y con la Realidad última –el Misterio de todo lo que vivimos–.

      En este proceso de crecimiento llega un momento en que presiento que el relato puede ayudar a la gente a vivir con más profundidad. Que les invitará a pacificar e iluminar sus relaciones con la comunidad humana, con el mundo, con una Presencia hacia la que apunta. La vivencia persistente se ha convertido en signo de una Presencia escondida en la vida. Entonces doy por terminado el relato y se lo mando a amigos y conocidos –por correo electrónico o a través de alguna red social–. Luego pongo atención a sus ecos.

      Este libro es un compendio de signos de una Presencia, instrumentos de mística diaria. Cada breve capítulo suele comenzar con la vivencia: un episodio de la vida de una persona, un lugar, un gesto, una práctica de espiritualidad, un problema práctico... Sigue una reflexión que busca conexiones con otras vivencias o con ideas provenientes de las ciencias humanas y sociales. En un tercer momento procuro conectar el núcleo de la vivencia con citas breves de tradiciones humanistas o religiosas, a fin de que ilumine varios campos de experiencia. El capítulo se cierra con preguntas: para que el signo invite a los lectores a un ejercicio de mística diaria que les inspire sus propias vivencias.

      Estos relatos han sido elaborados a lo largo de los años 2014 a 2018, en diálogo con amigos y conocidos, que los han leído y comentado amablemente. Y en diálogo con una Presencia a la que insisto en ofrecerme para que haga mi vida fecunda. Por ello, espero que el libro sea útil e inspirador para toda la gente que busca la profundidad de la vida: una mística diaria, al margen de las conclusiones intelectuales a las que hayan llegado en relación con la Realidad última, el Misterio o la Presencia como raíz última de lo que vivimos.

      He decidido respetar el orden cronológico de los textos enviados para no romper su hilo conductor: lo que me ha ido pasando y no se me ha pasado durante este tiempo. Es ilustrativo notar que «Mística diaria» es el título del capítulo 19. Pero, además, el capítulo 1 («Bereshit») remite a los lectores a la mañana, y el capítulo 70 («Puesta de sol») al atardecer. El libro, pues, se puede leer como un día de setenta momentos. Mística diaria o la gozosa densidad del tiempo.

      En todo caso, el orden temporal se complementa con un índice temático, a fin de que los lectores puedan profundizar en temas que abarcan más de un capítulo: amistad-bondad, atención profunda, comunicación, confianza, cultivo de la interioridad, decisiones, educación, experiencia de Dios, gratitud, inacción, justicia social, servicio, sufrimiento-muerte.

      Me queda finalmente dar las gracias a tantas personas cuyas vidas han constituido signos para mí; y a las mujeres y los hombres que se han hecho eco de estos signos.

      Sant Cugat del Vallès,

      abril de 2019

      1

      BERESHIT

      Cuando nos encontramos «en medio del camino de la vida» (Dante), podemos pasar por épocas en que, casi imperceptiblemente, la energía vital decae. Algunas expresiones que describen estas épocas son: «Pasan las ilusiones», «sensación cada vez más evidente de los límites de la propia energía», «la existencia adquiere el carácter de lo conocido», «en todo se hace perceptible la rutina», «cada vez aparece más la mezquindad de la vida», «cada vez se debilitan más las promesas de la juventud», «la persona sigue haciendo lo necesario solo de manera mecánica, porque tiene que vivir» (R. Guardini). Y esto ocurre tanto a quienes hacen pocas cosas como a los que hacen muchas; tanto a los que han fracasado como a los que han tenido éxito. Y es que, en el fondo, el sentido de la vida no lo concede el hacer cosas, sino «la fuerza de la experiencia perceptiva» (R. Guardini): es decir, la capacidad de percibir la vida con profundidad.

      Al descubrir síntomas de debilidad de la experiencia perceptiva, de pérdida de profundidad de la vida, puede ir bien plantearse una excursión interior guiada por Bereshit. Bereshit no es una marca comercial. Es la primera palabra de la Biblia hebrea y significa «al principio». «Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1). De hecho, el principio hacia el que nos dirigimos en nuestra excursión no se encuentra tiempo atrás, sino realidad adentro.

      Y para entrar realidad adentro, lo primero que sugiere Bereshit es que suspendamos la palabra. En efecto, la primera palabra de la Biblia comienza por la letra bet: la segunda del alfabeto hebreo, detrás de álef. Esto sugiere que la Realidad profunda se encuentra antes de las palabras; y que, si queremos hacer una excursión hacia dicha Realidad, no podremos acceder a ella con palabras. Al principio existe la admiración silenciosa por la maravilla de la vida. Después ya vendrán las palabras: es decir, el conocimiento, las razones, los proyectos, los deseos, las estrategias y las luchas. Pero, de entrada, al principio, debería haber el quedarse boquiabierto ante el mundo tal como es, ante mí y ante los demás tal como somos. Debería haber el gozo y la gratitud fundamentales ante la vida.

      Bereshit puede ser cada mañana. Al comenzar el día, antes de hablar, desarrollar ideas y proyectos, buscar razones y diseñar estrategias, puedo hacer silencio. Quizá he de empezar el día mirando serenamente el espacio que habito, maravillándome de la gente con quien vivo, agradeciendo el aire que respiro, la ducha que me vigoriza, el desayuno que me refuerza, la naturaleza que me rodea, el silencio de casa o el ruido de la calle... Y este principio silencioso desenmascarará después ciertos hábitos, ciertas rutinas, ciertos escepticismos, que se me han pegado. Sacudirá el agobio ante la mezquindad propia y ajena, y hará brotar la esperanza de la generosidad.

      Bereshit puede ser también cada principio. En cada nueva situación, en cada nueva actividad, el silencio y la maravilla pueden preceder a la acción, a las palabras, a las intenciones. El silencio y la maravilla nos prepararán para apreciar la amplitud infinita de la realidad que se me presenta, para descubrir posibilidades que se me escondían, para escuchar profundamente a los demás y para construir una respuesta común enriquecida con las aportaciones de todos.

      Y, finalmente, Bereshit no debería depender de mis estados de ánimo, de mi salud o del tiempo que hace. Bereshit en todo tiempo: «Tanto si me llena el gozo como si me vacía la tristeza», «en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de la vida». Porque la admiración inefable ante la vida se nos puede manifestar en cualquier situación y estado de ánimo: incluso en los aparentemente más desesperados. Esta es la gracia.

      * * *

      Mis palabras tienen un antepasado, mis actos tienen un soberano. Puesto que nadie comprende esto, nadie me comprende a mí. Si son pocos los que me comprenden, son raros los que me siguen. Es que el sabio, aunque se vista de estameña, esconde jade en su interior (Daodejing 70).

      Yo estaba allí el primer día,

      antes de que nada tuviera nombre.

      Ese día no había «yo» ni «nosotros».

      Todos los nombres y todo lo que es llamado

      llegaron después de mí.

      (RUMI, El primer día)

      El silencio es solo el marco o el contexto que posibilita todo lo demás. ¿Y qué es todo lo demás? Lo sorprendente es que no es nada, nada en absoluto: la vida misma que transcurre, nada en especial. Está claro que digo «nada»,

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