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la crema depilatoria, la máquina eléctrica de depilación casera, la “maquinita” de afeitar, ¡la pinza! Finalmente, la nunca bien ponderada depilación definitiva por láser, que después de 3500 aplicaciones nos deja el vellito tan suavecito que nos viene bien cualquiera de los otros sistemas. Pero eso sí, si no funcionó es porque desfallecimos en la 3449 oportunidad y no llegamos a la 3500 porque somos unas inconstantes, o bien no nos dio más nuestra billetera.

      Ahora proyectémonos a ese momento en la camilla de “torturas”. Vos, ella, yo, la que sea, con las piernas abiertas como flor en primavera (o en otras posiciones que vos conoces y no tengo que contarte) mientras nos dicen: “Tranquilita, tranquilita, respirá profundo”. Y entonces, sentimos ese dolor/tirón inexplicable que de tantas veces repetido, nos auto convencemos de que no es nada…

      Por eso cuando se da en rueda de mujeres el hablar del trauma de ir al ginecólogo y que te ponga el espéculo y te explore en tus zonas más profundas yo siempre pienso… Vamos chicas, si cada tres semanas nos depilamos sin que nadie nos lo exija. Ponemos la “señorita” y sus partes aledañas para que nos las tironeen sin decir ni “mu…”. ¡Y no se trata de nuestra salud, sólo de estética!

      Pero, volvamos al tema. Estamos allí, como vacas entregadas al matadero y después de que la flagelación llega a su fin, nos retiramos con la sensación del deber cumplido. Con todo enrojecido y varios gramos menos por la piel perdida. ¡Ahhh…! Sin embargo, ¡qué bien que nos sentimos ahora que estamos “limpitas”! No lo podemos negar: estamos prolijas y, además, ¡como Dios manda!

      Nunca falta una aventurera, una experimentada que nos pase la información de primera mano… Esa amiga que todas queremos tener. En mi caso, se llama Marcela, una periodista súper cool. Ella me adentró en las innovaciones de la depilación actual. Me dijo:

      - A que no sabés? Te podés hacer cosas re divertidas.

      Yo miraba atentamente y con mis oídos bien abiertos… Así que le pregunté:

      - Ah… ¿Sí? ¿Cómo cuáles?

      -Y… ¡Cosas divertidas!

      Como no daba más de la intriga, insistí:

      -Dale nena, ¡largá! No te hagas la difícil…

      -Hoy se usa hacerse figuritas, por ejemplo, corazones, arbolitos, signos de pregunta, ¡Hello Kitty!

      En estado casi catatónico le dije:

      - ¿Y arbolitos de Navidad?

      Entonces, Marcela, muy seria me contestó:

      - ¿Y para qué arbolitos de Navidad?

      -Para que cuando te vea desnuda, él se pueda reír con vos, pero con sentido.

      No sé si mi amiga se quedó muy feliz con mi humorada, pero lo cierto es que las mujeres somos capaces de hacernos, cada cosa… Y cada cosa sin retorno…

      Hablando de no haber retorno, hay mujeres que se decoloran el vello en “esas zonas” (ya se imaginan cuáles…) para evitar algunos de los terribles momentos ya detallados. De sólo pensar en ponerme una crema con amoníaco ahí, ¡se me erizan los pelos!

      La verdad es que en muchas oportunidades las mujeres hacemos “cosas de locos”. Y tengamos, por favor, amigas, mucho cuidado, porque más son las oportunidades en las que nos podemos lastimar, quemar o producir daños irreparables en nuestra piel, de las que estamos dispuestas a reconocer.

      Después de todo, ¿ellos no nos gustan con todos sus pelos? No, la verdad es que no, pero los toleramos.

      En definitiva, las mujeres seamos rubias, castañas, gordas, flacas, altas, bajas, niñas, jóvenes, adultas o viejas, ponemos un acento muy particular sobre nuestros aditamentos pilosos. De todos ellos, construimos casi una telenovela que vivenciamos, día a día, para sentirnos más hermosas, más deseables o ¿por qué no? más elegibles para nosotras mismas y para los otros.

      En la literatura de la historia del mundo se hacen largas narraciones sobre nuestros cabellos como complemento inigualable de la identidad femenina y nosotras, todas, somos fieles seguidoras de dicha creencia. Ponemos atención, intención, amor e inventiva en el cuidado de estos aspectos que definen nuestra identidad.

      Reflexionemos, ¿seríamos las maravillosas mujeres que somos si no le pusiéramos todo este foco y valor a nuestras preciadas y adorables cabelleras? ¡SEGURÍSIMO QUE NO!

       1 - Frase del lunfardo argentino que significa “no darse cuenta”

      Entre amigas

      A todas mis amigas, compañeras de ruta que han sabido estar al lado mío, les dedico este capítulo para reírnos, llorar y reflexionar juntas.

      Mi vida no sería lo que es si no estuviese sembrada de bellas e increíbles anécdotas junto a esas mujeres especiales que son mis amigas. Ellas se fueron sumando en el camino para nutrirme y hacerme ser quien soy.

      La amistad entre mujeres, ¡qué tema si los hay! Juntas nos acompañamos, nos sostenemos y hasta tomamos decisiones para nuestra vida. Todas, en mayor o menor medida, tenemos una, dos o tres amigas que son pilares de nuestra existencia, y otras, que forman parte de nuestros grupos de pertenencia y que hacen que nuestro día a día sea realmente más llevadero.

      Pensemos: ¿Hay algo más divertido que juntarse a tomar un té, un café o un mate y pasar revista a las actualidades de cada una para estar “en la cresta de la ola”? O, ¿quién no ha salido de una cita con ese hombre que tanto le gustaba y lo primero que ha hecho es tomar al teléfono para contárselo a esa amiga del alma, confidente y compinche como pocas? Claro que hay que contárselo al instante porque si lo posponemos hasta mañana, tal vez se nos escapen “esos” detalles.

      También sabemos que no hay nada mejor que pasar una tarde de compras con esa amiga divertida que puede convertir una escapada al shopping en una salida inigualable.

      Ante situaciones difíciles... ellas son comprometidas, incondicionales, “de fierro”. Muchas veces son las únicas que pueden contenernos y levantarnos del suelo emocional en el que caemos cuando no podemos con nuestras almas. Están ahí para socorrernos, prestarnos una mano, ropa, dinero y hasta el auto. O para transformar un verano en una experiencia única que llevaremos por siempre en el corazón, en gran parte, porque ellas estaban a nuestro lado.

      El inicio de esta historia

      ¿Alguna vez te preguntaste cómo nace la amistad entre las mujeres? Para mí siempre empieza en la niñez, en la plaza, en el patio de nuestra escuela o en la cuadra de nuestras casas, cuando salíamos a jugar y comenzábamos a relacionarnos con las otras nenas. Generalmente entrábamos en simpatía con una o dos más que con las otras, con quienes jugábamos siempre juntas. Con ellas nos sentíamos contentas y divertidas. Y, algo muy importante, más protegidas de las que tanto no nos gustaban.

      Solíamos hablar de temas “interesantes” como, la última muñeca que nos había regalado mamá o el vestidito rosa bordado en punto smock que nos había hecho la abuela y que íbamos a estrenar para el próximo cumple. También tomábamos juntas nuestras primeras decisiones como, qué le íbamos a pedir a papá para el próximo Día del Niño: ¿La bicicleta que tanto nos gustaba -y que la otra ya la tenía-, o los patines?

      Compartíamos nuestras galletitas, caramelos y pastillitas para demostrarnos cariño y compañerismo. Algo muy frecuente que solíamos hacer era caminar del brazo para sentirnos seguras y en grupo o hacíamos rondas sentadas en el piso para conversar a nuestras anchas.

      ¡Qué tiempos aquellos! Tan lejanos, tan cercanos… Tan formadores de las conductas futuras. Mientras hacíamos las primeras experiencias de amistad, también observábamos cómo

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