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podía creer que en el siglo en que vivían y después de tanto haber sido hablado el asunto aún existieran mujeres a las que les gustase ese tema, acaso no sabían que la vida real era otra cosa, «¿un príncipe que las rescate?», se preguntó irritada Lidia. Y al pensar en lo importante por un momento su mente se fugó a su hoja, a su descubrimiento tan preciado y se sintió ella una idiota de cómo se lo habían quitado de las manos, se preguntó a sí misma quién de las dos era más idiota, si Johanna o ella. Este último pensamiento fugaz la llevó a intentar escapar de ella misma y decidió ingresar a la casa sin otro aviso, tomó el picaporte y al encontrarse sin llave lo giró hasta sentir el clic que la invitaba a pasar.

      Siguió el sonido de la música en busca de Johanna y comenzó a caminar siguiéndolo hacia el fondo de la casa, al pasar por la entrada echó un ojo al living alfombrado de abundantes pelos largos rosa, las paredes recubiertas con empapelado de flores doradas y los sillones tapizados de un verde musgo que le daban un tono antiguo, «muy Johanna», pensó Lidia que continuó hasta llegar al fondo de la casa.

      — Buen día, Johanna— dijo seria Lidia al visualizar a la joven.

      — ¡¡Lidia!!, ¡decidiste venir a mis reuniones!— dijo Johanna mientras se levantaba de la mesita que rodeaba junto a sus amigas en la cual se veían las montañas de novelas, snacks y tragos que Lidia miró de reojo. Johanna alegre se acercó a ella y la recibió con un amistoso abrazo—. ¡Bienvenida!— dijo Johanna

      — No vengo a unirme por ahora, gracias, Johanna, de todas formas— dijo Lidia mientras se apartaba del abrazo de su vecina simulando cortesía, pero con algo de fastidio—. En realidad, vengo a pedir si no es mucha molestia que bajes el volumen de la música.

      Johanna y sus amigas pararon sus movimientos y la contemplaron por un momento en silencio hasta que una de ellas comenzó a reír y en cadena la acompañaron las otras.

      — Es en serio, no...— dijo dudosa Lidia sin comprender de qué se reían.

      — No es cualquier música, son canciones que seleccionamos cuidadosamente pensando en las novelas que leemos— dijo Johanna con orgullo—. Es para los videos de internet que armamos. Mi amiga Penny es influencer.

      Lidia la miró incrédula, «oficialmente esta muchacha ha perdido la cabeza», pensó, pero sabía que eran solo jovencitas veinteañeras, por lo cual decidió terminar pronto su pedido para poder irse.

      — Johanna, me harías un gran favor si bajaras un poco la música o hacer quizá tu reunión en el living para amortiguar el sonido con las paredes.

      Por lo general Lidia intentaba tener paciencia con su joven vecina, la veía como una niña inexperta, aunque con su corta edad ya había vivido quizás más en otros aspectos de la vida que ella. Mientras Lidia era una mujer de cuarenta y siete años, con casa propia en un exclusivo country de Buenos Aires y un buen trabajo, aunque nunca contó con una pareja estable como Johanna.

      A veces cuando veía salir de la casa tomados de la mano a la joven de veintiún años con Dick, un muchacho joven, muy buen mozo, de veinticuatro años, se preguntaba si alguna vez ella estaría así. Pero cuando recordaba su trabajo y sus gatos no necesitaba otra cosa y de manera automática y veloz evadió alguna posibilidad en su mente de una persona que la acompañase en su vida al menos hasta el momento; estaba confiada en que aún le quedaba mucho tiempo para conocer personas y ese no era precisamente el momento adecuado en su vida.

      Johanna de manera accesible cambió el sitio de reunión al living, pues era una joven amistosa y alegre que evitaba los problemas. Por lo general solía hacer sus reuniones en el patio trasero, donde tenía un precioso jardín con rosas variadas que le gustaba mostrar a sus amigas, las rosas rodeaban una moderna piscina con parrilla que casi nunca podía disfrutar porque Dick nunca estaba en la casa y aunque estuviese sabía que tampoco encendería el carbón para agasajarla, por lo cual aquella exclusiva parrilla se convirtió en un adorno más de la casa sin utilidad alguna. Esa misma casa que compró Dick con el dinero que le brindó su imagen corporal hacía tres años, producto de las telenovelas.

      Johanna esperaba con anhelo el día de visitas, ya que casi siempre se encontraba sola en la gran casona. El patio quedaba lindero al living de la casa de Lidia, por eso esta última solía oír todo lo que sucedía allí con su vecina, los momentos alegres de grandes fiestas y los no tantos.

      Lidia se marchaba logrando su cometido, disfrutar del silencio de su hogar, podría haberlo hecho, aunque sabía que eso no sucedería, debía telefonear explicando durante gran parte de la noche cómo obtuvo el escrito escocés y cómo fue que dejó que se le escapara de sus manos, necesitaba refuerzos, encontrar el respaldo de varios colegas para que la pudieran apoyar en su causa y así recuperar su tesoro perdido para poder continuar con la investigación y realizar su ferviente deseo de terminar lo que había comenzado viajando a Escocia.

      Telefoneó, como predijo que sería por largo tiempo, la noche llegó agotando su cuerpo y mente, aun así, siguió hablando a sus colegas buscando a quienes quisieran estar a su lado, pero también, como esperaba y sabía, ella cometió muchos errores en el proceso de conseguir la información rompiendo reglas al profanar una tumba... con información tan valiosa que debía haber sido al menos programada con colegas que pudieran estar a la altura de la situación, pues se puso a sí misma en un lugar complicado. Sabía perfectamente que ella estaba en falta y se lo hicieron saber todos del otro lado de la línea porque ninguno accedió a apoyarla para interceder en equipo a la junta que le quitó la hoja de las manos.

      Suspiró agotada, más que nada agotada de sus pensamientos por la preocupación de su trabajo, las visitas en la casa de su vecina ya habían terminado hacía rato, ahora que el sol no estaba oyó a lo lejos el motor de un auto que se aproximaba, se dirigió a la ventana a husmear y observó llegar en un espectacular auto de alta gama a Dick, lo miró bajando del coche vestido con ropas de grandes marcas y anteojos de sol como hacía siempre.

      — ¿Por qué usa anteojos de sol si es de noche?— dijo en voz alta Lidia sabiendo que él no la podía oír.

      Lo siguió con la mirada notando el caminar arrogante del hombre que se dirigía a la casa de su vecina aflojando el botón de su costosa camisa. Lidia pensó que no era momento de distraerse y volvió a coger el teléfono para continuar.

      Cuando estaba a punto de telefonear al último colega se detuvo, tragó de manera amarga saliva sabiendo que de nada serviría el apoyo de uno solo, lo que ella necesitaba eran varios respaldos, algo que no consiguió.

      Frustrada apagó la luz del velador donde estaba el teléfono, con gran pesar en su alma se dirigió a la habitación para dormir, esa noche la temperatura rozó los cuarenta y un grados, su cuerpo hinchado lo sintió como parte del peso de su alma que cargó la responsabilidad de su trabajo echado a perder.

      Mientras en la casa de Lidia ya no había luces encendidas, en la casa de su vecina se encendía una luz, Dick acababa de llegar y despertó a Johanna cuando arrimó la puerta. Alegre como siempre solía ser la joven bajó las escaleras como de costumbre, fue al encuentro de él recibiéndolo con una sonrisa, ambos se besaron de manera cariñosa, pues así era su rutina.

      Dick era un hombre deseable para cualquier mujer, alto, con un físico muy cuidado, la cabellera negra brillaba como el de una publicidad, imposible de pasar desapercibido, solía lucir una sonrisa seductora que en muchas ocasiones era un exceso para el gusto de Johanna.

      Se dirigieron a la cocina, allí la muchacha calentó la cena para los dos.

      — Está muy bien— le dijo Dick cuando probó el primer bocado.

      Llegaba de un largo día laboral por lo cual como siempre estaba hambriento, Johanna se sintió feliz con el cumplido. Cuando estaba a punto de entablar una conversación sonó el celular de él interrumpiéndola.

      Dick se disculpó atendiendo el teléfono, era un compañero de trabajo que le hablaba sobre unas entregas. Mientras hablaba por teléfono comía, Johanna siguió con su plato para que no se enfriara, mirando el bocado y cada tanto a Dick, lo observaba cómo hablaba deseando en su interior que la llamada terminara. Por un momento se

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