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terreno del amigo de Thompson una tumba no habitual, oculta, con una piedra como lápida escrita en quechua, para que nadie más que un entendido sepa, y bajo ella no hay restos óseos sino un antiguo cofre con una nota en idioma escocés, del lugar donde nació, del origen del mismísimo Thompson.

      — Thompson era escocés— dijo pensativo uno de los hombres a Rafael.

      Todos coparon la sala con un majestuoso silencio, algunas miradas quietas y pensativas, otras cómplices, se alertaban comunicándose entre ellas sin palabras. Reinaba la intriga, un posible descubrimiento que mantenía a todos con la duda de si podría ser real o solo se trataba de una farsa bien plantada, pero todos viejos antropólogos atrapados en la perplejidad se replanteaban internamente si esa mujer regordeta con quince kilos de más, bien vestida, de baja estatura y cabellos cortos estaba en lo cierto o no. Rafael se levantó de su sitio dirigiéndose a un mueble donde su asistente, como si le leyese su mente, a paso rápido avanzó para llegar primero, abrió una puerta con una llave y sacó una pequeña caja de vidrio donde Rafael, al llegar a su paso tranquilo, guardaría el descubrimiento dentro.

      Ansiosa Lidia intentó imponer su presencia en la sala y se decidió a ser la primera en quebrar el silencio de aquella perturbadora complicidad que se percibía en el aire.

      — Sé gaélico escocés y comprendo lo que dice allí— dijo Lidia, que fue luego interrumpida por Dora, quien sin perder tiempo arremetió en tono autoritario.

      — También comprendo algo de esa lengua, señora Rodríguez, soy la antropóloga viva más grande de Sudamérica, algo aprendí en estos años.

      Lidia se levantó de su sitio para acercarse a Rafael que permanecía de pie, sabía que ahora ya no debía perder más tiempo.

      — Si la Asociación me permite me gustaría viajar a Escocia para continuar la investigación, si ustedes me avalan podríamos hacer un gran proyecto para develar el misterio, hay mucha documentación en ese país sobre Diego Thompson que podría ser esencial.

      Rafael la estudió por un momento y cruzó una mirada cómplice con Dora.

      — La Asociación agradece su interés y el haber traído este hallazgo— dijo Rafael.

      Lidia se sintió orgullosa por esas palabras y percibió cómo su pecho se inflaba de emoción.

      — Pero entenderá, señora Rodríguez, que ahora pertenece a la nación y quedará bajo nuestro resguardo para ser estudiado como corresponde, como merece todo documento histórico con su debido tiempo y expertos en el tema; ante cualquier novedad la llamaremos— terminó de sentenciar Rafael, mientras Lidia comenzaba a sentir que el pecho lleno pasaba a exhalar súbitamente, similar a un globo que pinchan a un niño, se quedó helada con las últimas palabras que oyó de manera eterna en el salón.

      El latir del corazón tomó conciencia de que otra vez estaba allí latiendo asustado, defraudado. Sus regordetes e hinchados dedos comenzaron a hacerse sentir de manera molesta, y como si no fuera poco, comenzaron a sudar al compás de su respiración que era cada vez más acelerada; se preguntó por un instante mientras se sentía traicionada y dejada a un lado, si las personas que la rodeaban eran también conscientes de ello.

      Debía actuar rápido antes que el asistente que parecía leer las mentes abriese la puerta para acompañarla a la salida, pero en vez de encontrar palabras inteligentes y justas para defender su logro solo encontró una emoción que salió de su interior dispuesta en una ola que llega para romper en la orilla, lista para defenderse como víctima ante un ladrón en un arrebato, cuando le robaban nada más que el proyecto que siguió toda su vida. Con un impulso que no fue capaz de detener, las facciones pacíficas de su rostro se tornaron rojas de ira, sobresaliendo en su delicada piel un estímulo que ella hasta ese momento desconocía o había olvidado, y descargó con palabras en un tono furioso lo que sentía.

      — ¡No! ¿Acaso no me expliqué? ¡Es mi hallazgo! ¡Y quiero continuarlo yo! ¡Soy la persona más entendida en este tema, llegué a esta información!

      Se vio interrumpida por uno de los hombres de la sala que se dirigió de manera firme y plantada.

      — Señora Rodríguez, vamos a evaluar lo que sea mejor para el caso, ahora le incumbe al Estado— dijo el hombre en tono firme.

      Lidia, consternada y sin saber qué hacer, miró uno a uno a quienes la observaron fríos y la invitaron a abandonar su hallazgo con un gesto de mano cordial señalando la puerta.

      1 James Thompson, conocido como Diego Thompson, fue un educador y pastor bautista escocés, que recorrió Latinoamérica en el siglo XIX para promover el sistema de educación lancasteriano. En su labor como misionero, Thompson trajo la Biblia en la lengua de los pueblos americanos.

      2 En 1822 el general José de San Martín llamó a Thompson para que aplicara en Perú el mismo sistema de educación lancasteriano que promovía. El primer manuscrito que tradujo Thompson en quechua fue realmente perdido.

       2

      Hecha una furia se dirigía a su casa, todavía en el interior de su pecho sentía cómo la ola del mar iba y venía con sus emociones causándole gran asfixia, mientras manejaba el auto se preguntaba cómo fue tan idiota para no poder llevar adelante la situación.

      — Entenderá, señora Rodríguez, que ahora pertenece a la nación...— se recordó las palabras mientras refunfuñaba—. ¡Qué estúpida soy!, tenía que haber sido más dura— dijo Lidia mientras comenzaba a frenar la velocidad del auto por una caravana de otros tres autos que iban a paso lentísimo delante de ella.

      Se asomó por la ventana para poder ver un poco mejor, en un primer momento creyó que hubo un accidente, pero cuando vio que uno de los autos ingresó a la casa vecina de la suya frunció el labio algo molesta sabiendo de lo que se trataba.

      — Johanna— protestó Lidia—. Bingo— dijo mientras metía la cabeza en el auto, resignándose a que cada uno de los otros dos torpes autos estacionaran.

      Cuando finalmente llegó a su casa se tiró en el sillón donde la esperaban algunos de sus gatos maullando como niños, similar a cuando una madre llega al hogar en espera de caricias, los rozaba con la punta de los dedos en un ritual de ida y vuelta una y otra vez, mientras analizaba qué pasos seguir con su problema laboral una melodía a todo volumen comenzaba a ingresar a su pacífico y silencioso living.

      En un primer momento intentó ignorar el sonido como muchas otras tardes lo hizo, pero ese día estaba muy molesta y no estaba segura de poder tolerar las reuniones que hacía su joven vecina.

      Permaneció un momento más en su sitio acariciando a sus gatos e intentando pensar, pero la música y risas parecían ingresar en su interior y balancearse como las olas que aún llevaba dentro irritándola. Intentó por un momento ignorarlo y bajó las persianas del living, aunque fuese de día, el sonido parecía querer desafiarla una vez más y allí estaba copando todo su espacio y escabulléndose en el aire, metiéndose sin permiso en su íntimo interior nuevamente.

      Envalentonada por el desastroso día que tuvo se levantó de su elegante sillón y se dirigió a la casa de al lado. Golpeó la puerta de manera imponente sabiendo aún que no la oiría debido al alto volumen.

      Lidia se imaginó a la joven en torno a su estúpida mesa rodeada de sus amigas, esas que iban una vez a la semana allí para tener una especie de reunión y debate sobre novelas románticas, ya las veía aglomeradas en la mesa con la montaña de libros que siempre llevaban, de los cuales parloteaban sin parar recomendándose uno y otro, poniendo la música a todo volumen y riendo como tontas, pero lo más indignante era cómo tenían los snacks y porciones de pizza y bebidas en la misma mesa donde ponían sus libros. Esto último irritó más a Lidia que volvió a golpear con más vigor la puerta.

      Aguardó un instante más, aunque sabía que nadie iba a responder, estarían muy ocupadas intercambiando puntos de vista sobre un príncipe azul, «qué estúpidas

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