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si quieres te presento al tipo de un kiosco, que a la mañana me paga un café cuando le ayudo ordenar los diarios, seguro que si le solicito podrás desayunar conmigo y si le inspiras confianza quizá a la tarde él te deje a que me ayudes a vocear los diarios. –

      Se refería a otro puesto. (Ajeno al que ya me había ayudado).

      Lo hablado estuvo dando vueltas en mi cabeza, el aislamiento es mala compañía.

      Acepté...Esa noche quizás cenaría algo más que un sándwich, la hambruna la saciaría en la pizzería

      La soledad, el recelo por las horas a pasar y por el deseo de ingerir algo más que agua del bebedero, en un confiado impulso le dije... –si bueno–

      Esa mañana fui observado por el nuevo kiosquero(Al atardecer seguiría con el otro), voceando en la escalera de la estación vendí diarios, cobrando por ello un sándwich de milanesa.

      ¿Fue predicción del futuro... Ser vendedor?

      También pude ahorrar “con conocimiento del ocasional patrón” algunas monedas, por propinas “mendigadas” en los vueltos.

      Entre otras cosas por tres días consecutivos fui mendigo y canillita; como leerán más adelante; linyera y muchos años después sería presidiario.

      Por las mañanas voceaba el Clarín y Crónica y la tarde– noche el vespertino La Razón.

      Raúl, mi ocasional amigo paraba en Constitución, esperando conseguir una labor permanente, la que fuera. Este santiagueño no se daría por vencido.

      Durante cuatro noches, animado por mi nueva amistad, pernotamos como ocupas linyeras, en trenes de pasajeros detenidos en la estación Constitución.

      Con otros desconocidos, dormíamos tendido sobre asientos de ¡primera clase!, en vagones, que estaban detenidos a un costado de los andenes.

      Temprano, a primera hora de la mañana, teníamos que abandonar el nocturno refugio y volver a cruzar las vías, para escapar de la vigilancia ferroviaria.

      Acompañado por Raúl, asistíamos a un baño público de calle Caseros.

      Uno más de aquellos que en esas épocas existieron en la Capital; nos bañábamos por turno en higiénica rutina. Por seguridad cada uno vigilaba las vestimentas del otro. Porque en esa época también existían “amigos de lo ajeno”.

      Después de las duchas me disponía ir a cumplir el horario prometido para retornar el puesto, y vocear los diarios de la tarde.

      Con estos quehaceres ahorré lo necesario pagar las meriendas diarias. Tiempo después pude sufragar, previa recomendación, un humilde alojamiento–, regida por exigente alemana, que nos imponía marcial orden.

      La habitación era para tres jóvenes, ellos como yo, aves de paso.

      A veces trataba de evitar la ducha de la pensión, optando por los baños públicos, en el alojamiento se regía con un horario controlado por turnos.

      Solamente podíamos usarla día por medio, en invierno debíamos, calentarla con una cubeta de alcohol.

      Para la limpieza de las ropas se usaba un piletón de cemento y una destartalada tabla de madera para el fregado, luego de bien estrujadas, se colgaban en un lugar dispuesto, las hacía planchar bajo el colchón de la cama. Cada usuario tenía que proveerse sus jabones.

      Las sábanas se cambiarían solo una vez por mes. Sí alguna necesitara ser repuesta, el lavado se cobraba aparte.

      Continué con mi temporario trabajo de canillita, a la mañana acondicionando el quiosco y en la noche voceando los diarios de la tarde. La Razón.

      Por días fui canillita, linyera ocupa y mendigo.

      Lamento no recordar el nombre del kiosquero de la tarde, él fue una bisagra en mi vida. Se ofreció como garantía para ser aceptado temporariamente por la propietaria del alojamiento.

      También fue quien me notificó que en la calle Independencia, a una cuadra de la avenida Jujuy, existía una oficina del estado, en la que a los recién inmigrados, se les posibilitaba trabajo; (era plena campaña de Perón, quien “políticamente” obligaba a los empresarios aceptar a sus “recomendados”).

      Me acerque al organismo oficial, y llené una planilla, con mis datos personales.

      Me enviaron a la calle Chacabuco n°241 casi esquina Alsina con una orden firmada y sellada por la secretaría estatal.

      Me presenté a Don Carlos Giberti.

      Con él cumplí mi primer empleo formal, donde desempeñé durante tres años tareas como vendedor de mostrador, despachando especias y frutas secas... en “Casa Tesoro”.

      Esa importante empresa se especializaba en condimentos importados para restaurantes y familias, principalmente de costumbres europeas.

      “(Allí me alimenté nutriéndome con abundantes higos secos, nueces, almendras, y otros frutos secos. (A vista gorda del empleador). Hasta que cobré el primer sueldo.”

      Con aquellos alimentos consumidos gratuitamente, las changas convenidas, lavando los domingos, los pisos del local, y con la ayuda del quiosco, me permitieron ahorrar lo suficiente para pagar la cama de la pensión y sufragar mis comidas. Pude también proveerme nuevas vestimentas.

      Años después, en el mil novecientos cincuenta y uno al regresar del servicio militar, le solicité volver a mi puesto de vendedor.

      Don Carlos, reconoció, con afecto, que era conveniente aceptarme, diciendo: –Es mejor ser reconocido, aunque te comas todas las frutas–

      Dado de baja”, Al retirarme del ejército me calificaron como subteniente de reserva.

      El capitán de la compañía pensando en que tenía capacidad de mando, me llamó a su despacho para promover mi ingreso al Colegio Militar de Palomar. Deseché su propuesta por falta de vocación.

      ¿ Destino?... MALVINAS

      El dos de abril del mil novecientos ochenta y dos, viajaba por negocios camino a la cuidad de La Plata, a mitad de camino, escucho emocionado que habíamos recuperado a nuestras queridas Malvinas.

      Días más tarde, me dirijo al comando en jefe del ejército argentino y me presento como voluntario para defender a mi patria, no me aceptaron por tener más de cincuenta año de edad.

      Pasado algunos años para mi sorpresa y honor recibí un diploma agradeciendo mi voluntariado.

      Se lo entregué a mi nieto Agustín, que es quien atesora mis recuerdos, un collar con un diente mío, la brocha de afeitar y navaja que usara mi padre, y entre otras cosas mis diplomas literarios y mi plato de cuando fui presidente de Rotary Club de Castelar.

      Por lo anterior casi fui militar, no, por acompañar a un gobierno defacto, solamente me presenté como voluntario por amor a la patria.

      Cuando regresaron no supimos recibir a nuestros héroes soldados...fuimos insensibles

      Los he visto vestidos de fajina, deambular por los trenes de pasajeros pidiendo ayuda

      Para enfatizar su dolor escribí este poema en su honor

      PAÍS CALLADO

      Volví a vos tierra lejana, a tus piedras y a tus islas.

      Desde niño te imaginaba... ¿acaso aguardabas mi barco de papel?

      ...

      Volví al clarear, en un día de frío silente,

      Para rescatarte, hermana encadenada.

      Corrí bajo el alucinante fuego de la metralla,

      Y marcar mis huellas, entre las huellas,

      De los que yendo a honrarte...van a morir.

      ¡Mírame!

      Soy quien regresa después de la batalla

      Y te pregunta país

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