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José consagrado totalmente a Jesús y a María es todopoderoso por gracia. Como María y con María, con la que está desposado virginalmente. Al igual que decimos que la Virgen es la Señora del Sagrado Corazón, tesorera de las gracias del Corazón de Jesús, entonces podemos pensar que San José, unido siempre a María, es también mediador de las gracias. Él ha sido puesto como padre de la Sagrada familia y, por tanto, padre espiritual de la Iglesia.

      Los Papas le han confiado la Iglesia llamándole Patriarca del pueblo de Dios.

      Los patriarcas son los padres y protectores del pueblo de Israel. Nosotros queremos consagrarnos a San José, es decir, ponernos bajo su patrocinio y protección. Queremos pedirle que, como Santa Teresa, sea nuestro Padre y Señor; o como escribió San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal el 19 de marzo de 1614: «San José, es el santo de nuestro corazón, el padre de mi vida y de mi amor».

      La consagración es siempre a Cristo, como enseña San Luis María Grignon de Montfort. El bautismo es lo que nos consagra a Cristo y nos hace de Cristo, pero María y José por su función de padres, nos ayudan a llegar a Cristo y a consagrarnos más perfectamente a Él.

      Así nosotros en este mes queremos prepararnos para consagrarle nuestros corazones, nuestras familias, nuestra vocación y todo lo que nosotros podamos confiarle: trabajos, parroquias, ciudades… Algunos países han nombrado a San José como su patrono: Austria, Bélgica, Canadá (1624), China (1678), Corea, Croacia, Vietnam, Perú y México (1557).

      En las apariciones de Fátima, el 13 de septiembre de 1917, La Virgen anunció a los tres pastorcitos que al mes siguiente vendría San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Y así fue. El 13 de octubre, el día del gran milagro del sol, narra Lucía en sus Memorias:

      San José bendiciendo al mundo, haciendo bien al mundo, al lado de María y con Jesús en brazos. Así lo está haciendo continuamente. Y así lo va a hacer con nosotros este mes.

      Me contaban las carmelitas descalzas la eficacia de una novena de 30 días a San José, y el milagro que le hizo al Padre Gonzalo Mazarrasa al que llamé para enterarme. Resulta que le comentaron, que había que pedir algo imposible y que al final del mes se realizaría. Él no sabía que pedir y se lo confió a San José.

      Él le dijo:

      –Lo que tú quieras.

      Realizó la oración y al finalizar el mes, le llama su madre y le dice:

      –Ya podemos dar gracias a Dios. Tu hermano ha salvado la vida de milagro. (Su hermano es piloto de avión e iba en el vuelo de Aviaco para aterrizar en Granada).

      Todavía si uno pone en Internet «avión milagro» sale la noticia que reza así:

      Todos, querido lector, vamos en esta vida en un vuelo.

      Recemos a San José para que nos proteja. Procura en este día rezar el Santo Rosario y dedicar un momento de silencio a la oración. Medita hoy en San José, bendiciendo al mundo. Pídele que te acoja como especial protector y que te prepare en este mes para consagrarte a él y por él, a Jesús y añade la petición que quieras hacerle en este mes por muy imposible que te parezca.

      San José, esposo de la Virgen María, Padre y custodio de la Sagrada familia, celestial patriarca del Pueblo de Dios. ruega por nosotros.

      Que Dios te bendiga querido lector y hasta mañana, si Dios quiere.

      1. León XIII, Quamquam pluries, (Roma, 15 de agosto de 1889).

      2. F. Canals, «San José, patriarca del pueblo de Dios», Cristiandad (1974): 517-518.

      3. San Pío XI, Festividad de San José, (19 de marzo de 1935).

      4. Lucía de Fátima, Memorias de Lucía, (Madrid: Ed. Sol de Fátima, 1974), 152.

      5. La increíble historia del «avión del milagro» que recordó «El Hormiguero»: ABC, (7 de septiembre de 2016), https://www.abc.es/viajar/noticias/abci-increible-historia-avion-milagro-recordo-hormiguero-201609071213_noticia.html

      Día 2

       San José, el justo

      Muy querido lector:

      Dentro de 29 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos, podemos ser más perfectamente consagrados a Jesucristo.

      Vamos a meditar hoy el pasaje del Evangelio en que se nos dice que José era justo, en el Evangelio de San Mateo 1,19.

      Esta virtud, siempre ha significado dar a cada uno lo suyo, el respeto de los derechos del otro, pero además en la Palabra de Dios el significado es más amplio y profundo; ya que conlleva el absoluto respeto a los derechos de Dios.

      El Libro de Ezequiel dice:

      El que sea justo, no alce los ojos a los ídolos, no oprima a nadie, devuelva al deudor su deuda, no robe, dé pan al hambriento y vestido al desnudo, camine en mis mandatos y guarde mis leyes obrando rectamente […] Ese es justo, vivirá, dice Yahveh. (Ez 18,5-9).

      Santa Teresita del Niño Jesús, decía que le gustaba mucho el atributo de Dios de la justicia, porque como es justo, sabe que lo que nos corresponde en justicia a nuestra debilidad es Misericordia.

      Eso es lo que dice el Salmo 116: «Yahveh es compasivo y justo, nuestro Dios es misericordioso. Yahveh guarda a los sencillos, estaba yo debilitado y me salvó» (Sal 116, 5-6).

      El Padre Caffarel en un precioso libro llamado No temas recibir a María tu esposa, comenta así esta justicia de José:

      Nos hallamos lejos de un respeto formal de la ley, de un legalismo sin alma. José es «justo» porque se esfuerza incesantemente por encontrar el amor en la ley. Su justicia es, pues, una constante actitud de silencio y de escucha delante de Dios, una voluntad incondicional de vivir según Dios; y por esta razón se convertirá posteriormente en el gran modelo de las almas contemplativas.

      En el texto de la Sabiduría 8, 2 la sabiduría es aquí entendida como el don de Dios más alto, que hace que uno vea todo con los ojos de Dios y ame todo con el corazón de Dios.

      En definitiva, se refiere a la santidad. Justicia y santidad se identifican. Vemos a San José recitando ese texto: «La amé y la busqué desde mi juventud, procuré enamorarme de ella enamorado de su belleza» (Sab 8,2).

      San

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