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Eso estaría bien, lo que haya de verdad en él sobrevivirá en cualquier caso. Pero me gustaría verlo hacer lo otro, si no le representa demasiado esfuerzo.

      26 DE ENERO DE 1924

      La noche anterior usted había tenido un sueño en el cual yo estaba disfrazada e iba a trabajar en El libro rojo, y usted había estado pensando acerca de ello ese día y especialmente durante la hora de la Dra. Wharton que precede a la mía (agradable para ella, debo decir)… Como usted había dicho, había tomado la decisión de entregarme todo su material inconsciente representado por El libro rojo, etc., para ver que opinaría yo sobre él, como una observadora forastera e imparcial. Pensó que la mía era una crítica buena e imparcial. Toni, dijo usted, estaba profundamente involucrada en él y, además, no se tomaba ningún interés en la cosa misma, ni en lograr una forma utilizable. Ella estaba perdida en ‘aleteos de aves’, según usted. En cuanto a usted, decía que siempre había sabido qué hacer con sus ideas, pero que aquí estaba desconcertado. Cuando se aproximó a ellas se vio, por así decirlo, enmarañado y ya no pudo estar seguro de nada. Usted estaba convencido de que algunas de ellas eran de gran importancia, pero no podía hallar la forma apropiada −tal como estaban ahora, decía, podrían haber salido de un manicomio−. Conque, dijo, yo iba a copiar los contenidos de El libro rojo; una vez, antes, ya lo había copiado, pero desde entonces había agregado una gran cantidad de material, así que quería hacerlo de nuevo, de modo que me explicaría las cosas a medida que avanzara, ya que usted lo entendía casi en su totalidad, dijo. De esta manera, podríamos llegar a discutir muchas cosas que nunca surgirían en mi análisis y yo podría entender sus ideas desde su fundamento. Usted me dijo, entonces, algo más acerca de su actitud hacia El libro rojo. Dijo que algunas partes de él herían su sentido del ajuste de las cosas terriblemente, y que se había reducido a ponerlas por escrito tal cual como habían surgido, pero que había comenzado en base al principio de ‘voluntariedad’, esto es, de no realizar correcciones, por lo que se encontraba apegado a él. Algunas de las imágenes eran absolutamente infantiles, pero así habían sido previstas. Había varias figuras hablando: Elías, el padre Filemón, etc., pero todas parecías ser fases de lo que, pensó, debería llamarse ‘el maestro’. Estaba seguro que este último era el mismo que había inspirado a Buda, Mani, Cristo, Mahoma; todos aquellos de los que se podía decir que habían estado en comunión con Dios. (183) Pero los otros se habían identificado con él. Usted se negaba absolutamente a hacerlo. No podía hacerlo, dijo, debía permanecer como el psicólogo −la persona que entendía el proceso−. Le dije, entonces, que lo que había que hacer era permitirle al mundo entender también el proceso, sin tener el concepto de que tenían al Maestro enjaulado como si estuviese a su entera disposición. Tenían que pensar en él como en una columna de fuego perpetuamente en movimiento y fuera del alcance humano por siempre. Sí, usted dijo que era algo por el estilo. Quizás no podía hacerse aún. A medida que usted hablaba me fui volviendo más y más consciente de la inconmensurabilidad de las ideas que lo habitaban. Dijo que tenían la sombra de la eternidad sobre ellas, y pude percibir la verdad de ello. (184)

      El 30 de enero, señaló que Jung había hecho mención de un sueño que ella le había contado:

      Que eso era una preparación para El libro rojo, ya que El libro rojo hablaba de la batalla entre el mundo de la realidad y el mundo del espíritu. Dijo que en esa batalla había estado muy cerca de ser desgarrado en pedazos, pero que se las había ingeniado para mantener sus pies sobre la tierra y lograr un efecto sobre la realidad. Esa, para usted, era la prueba para cualquier idea, dijo, y dijo que no tenía respeto por ninguna idea, por alada que estuviera, que tuviese que existir fuera, en el espacio, y no fuese capaz de dejar una huella en la realidad. (185)

      Existe un fragmento de borrador de carta, sin fecha, dirigida a una persona no identificada, en la que Cary Baynes expresa su punto de vista acerca de la importancia del Liber Novus, y la necesidad de su publicación:

      Quedo absolutamente atónita, por ejemplo, al leer El libro rojo y ver todo lo que se dijo allí acerca del ‘Recto Sendero’ para nosotros hoy en día, y encontrar cómo Toni lo ha mantenido fuera de su sistema. Ella no tiene un sitio inconsciente en su psique aún cuando haya digerido de El libro rojo incluso más de lo que yo he leído, que creo no fue ni una tercera o cuarta parte. Y otra cosa difícil de entender es por qué ella no tuvo interés en ver que él lo publicara. Hay gente en mi país que lo leería de principio a fin sin apenas detenerse a respirar, de modo que se vuelven a contemplar y a clarificar los acontecimientos actuales, asombrando a todos los que están intentando hallar la clave de la vida… Jung puso en él todo el vigor y el color de su discurso, toda la franqueza y la simplicidad que surgen cuando, como en Cornualles, el fuego arde en él. (186)

      Por supuesto, podría ser como él dice: si lo publica tal como está, quedaría para siempre fuera de combate en el mundo de la ciencia racional, pero debe haber una forma de evitar esto, alguna forma de protegerse a sí mismo contra la estupidez, de modo que la gente que quiere el libro no tenga por qué esperar el tiempo que le insumiría a la mayoría prepararse para él. Siempre supe que él debería ser capaz de poner por escrito el fuego con el que habla −y aquí está−. Sus libros publicados son manipulados para el público en general, o más bien ellos están escritos a partir de su cabeza y éste a partir de su corazón. (187)

      Esta discusión retrata vívidamente las profundidades de las deliberaciones de Jung concernientes a la publicación del Liber Novus, su sentido de la centralidad al comprender la génesis de su trabajo, y su temor de que el trabajo pudiera ser incomprendido. La impresión que el estilo de su obra causaría en un público desprevenido preocupaba fuertemente a Jung. Más tarde, recordó a Aniela Jaffé que la obra aún necesitaba una forma adecuada bajo la cual pudiera ser lanzada al mundo, porque sonaba como una profecía, cosa que no le gustaba. (188)

      Parecía haber alguna discusión respecto de estos temas en el círculo de Jung. El 29 de mayo de 1924, Cary Baynes señaló una discusión con Peter Baynes en la cual él sostenía que el Liber Novus sólo podía ser entendido por alguien que hubiese conocido a Jung. Por el contrario, ella pensaba que el libro

      era el registro del paso del universo a través del alma de un hombre y, al igual que una persona que se para cerca del mar y escucha esa música tan extraña y terrible y no puede explicar por qué le duele el corazón, o por qué un grito de exaltación quiere irrumpir desde su garganta, del mismo modo sucedería con El libro rojo, y ese hombre sería arrancado sobre sí mismo poderosamente por su grandeza, y llevado hacia alturas en las cuales nunca antes había estado. (189)

      Existen indicios adicionales de que Jung hizo circular copias del Liber Novus entre gente de confianza y que el material era discutido junto con las posibilidades de su publicación. Uno de esos confidentes fue Wolfgang Stockmayer. Jung conoció a Stockmayer en 1907. En su obituario inédito, Jung se refería a él como el primer alemán interesado en su trabajo. Recordó que Stockmayer fue un amigo verdadero. Viajaron juntos por Italia y Suiza, y raramente pasó un año en el que no se hayan encontrado. Jung comentó:

      Se distinguía a través de su gran interés y su igualmente gran comprensión de los procesos psíquicos patológicos. También encontré con él una recepción comprensiva para mi punto de vista más amplio, lo que ha sido de importancia en mis posteriores obras psicológicas comparativas. (190)

      Stockmayer acompañó a Jung en ‘la valiosa penetración de nuestra psicología’ en la filosofía clásica china, las especulaciones místicas de la India y el yoga tántrico. (191)

      El 22 de diciembre de 1924, Stockmayer le escribió a Jung:

      A menudo anhelo El libro rojo, y quisiera tener una transcripción de lo que está disponible; y no pude lograrlo cuando lo tuve, como están las cosas. Recientemente estuve fantaseando acerca de una clase de diario de ‘documentos’ en una forma suelta para los materiales provenientes de la ‘forja de lo inconsciente’, con palabras y colores. (192)

      Parece que Jung le envió algún material. El 30 de abril de 1925 Stockmayer le escribió a Jung:

      Mientras tanto hemos avanzado con Escrutinios y tengo la misma impresión que con la gran errancia [de imágenes]. (193) Ciertamente vale la pena para ello intentar una selección del

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