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cuando, luego de la quiebra de la editorial, el editor le ofrece pagarle sus derechos en libros. Se imagina entonces como un panadero “a quien se le ofreciera pagarle en pan su trabajo” (Antología 72). Las condiciones de base del trabajo literario, enfatiza Rojas, no son excepcionales, son las condiciones materiales de cualquier oficio. Así, por ejemplo, cuando en 1960 se pregunta cómo llegó de sus primeros escritos (desastrosos, a su parecer) a ser incluido cinco años después en la antología de los Diez, la respuesta es clara y sucinta: “Escribiendo sin descanso y leyendo durante días enteros” (El árbol 41). Es decir, en el ejercicio concreto de esa cultura en las dos dimensiones de su práctica: el aprendizaje y la realización individual.

      Así como no es excepcional tampoco es aislado el oficio que describe Rojas. En su mundo un sujeto siempre llama a otro, un relato inevitablemente se encadena con otro. Jaime Concha, leyendo “Imágenes de Buenos Aires - Barrio Boedo” en su ensayo “Los primeros cuentos de Manuel Rojas”, lo presenta de la siguiente forma:

      ‘Nazco, pero no tiene importancia’: esta frase, que se destaca en relieve, capta bien el espíritu de estas reminiscencias, determinando emblemáticamente, para todo el proyecto autobiográfico de Rojas, la presencia de un yo nunca central ni jerárquico ni excluyente (219).

      No parece posible para Rojas imaginar una actividad creativa que no esté imbricada en un complejo tejido de relaciones humanas, de vidas y, por supuesto, de historias. La primera persona que alude Concha no solo existe siempre en relación con otros, sino pareciera que solo se hace posible su existencia en la medida que dichas relaciones ocurren. La historia de la influencia de su amigo, el poeta José Domingo Gómez Rojas, es también central en relato de su formación como escritor y, como la experiencia de los concursos, es relatado en los ensayos de 1960 y 1970, y evocado en el libro de 1962. Según cuenta Rojas, es su compañero Gómez Rojas quien tempranamente lo insta a dedicarse a la literatura. En el relato, sin reducir la importancia que tiene para él al suceso, Rojas considera necesario (en las dos ocasiones que lo narra) apuntar que no se trata de una experiencia excepcional, y especialmente a propósito de su persona. Esto porque el poeta, según cuenta, “tenía la manía o la virtud de aconsejar a sus amigos que se dedicaran a trabajos artísticos, tuvieran o no tuvieran disposiciones para ello o deseos de hacerlo” (Hablo 11). Es un evento decisivo y es decidora la manera en que se lo presenta. De igual manera que el trabajo necesita ingresar al dominio público y no mantenerse en una relación exclusiva del escritor con su obra, la práctica de la creación literaria, en la representación que Rojas hace de ella, no solo está intervenida por ese tejido humano colectivo, sino que se forma y desarrolla allí mismo.

      Quizás el lugar donde esto es más evidente son los comentarios que hace de su obra en “Hablo de mis cuentos” y la Antología autobiográfica. Estos comentarios no son, ni se quieren, explicativos6; su función es, en cambio, la de enriquecer y densificar su obra añadiéndole de forma explícita otra dimensión: la de la práctica vital que los enmarca. Una parte importante de este encuadre tiene que ver con las reflexiones del “orfebre” que nos presenta Álvarez: qué buscaba, cómo intentó hacerlo, de qué recursos disponía y qué otros fueron surgiendo, qué confirmaciones y qué críticas aparecen con la distancia del tiempo. Otra parte es la reconstrucción de aquella red de vínculos interpersonales: el origen variado y heterogéneo de las mismas historias, y también las personas (amigos, familia) que acompañaron la escritura de los textos. La práctica creativa, parece indicarnos Rojas, no se puede entender sino como una actividad que siempre y necesariamente está vinculada a otros, en la lectura, la conversación, las andanzas, los relatos compartidos y re-narrados una y otra vez. Sobre este punto los ejemplos abundan: desde la función de la mujer de los duraznos en su iniciación a la lectura hasta el largo tributo a Máximo Jeria en la Antología autobiográfica (101-103), o, en “Hablo de mis cuentos” la rememoración del Negro Nieves quien, como destaca Rojas, “entre tantos otros amigos, contribuyó con una parte de su vida a mi carrera literaria” (18).

      La multiplicación de las subjetividades que tienen participación en la obra de Rojas, su inclusión en el comentario que él mismo desarrolla de ella, mantiene un vínculo estrecho con esa otra dimensión, la del conocimiento técnico de su obra. No se trata sino de una particularización del tipo de trabajo que le interesa destacar, se trata, justamente, de la cultura personal que acompaña toda su actividad creativa.

      * * *

      El legado de Manuel Rojas es, como su figura, resistente a las definiciones y a la pura cuantificación. Se trata de un cuerpo robusto de cuentos, poemas, novelas y ensayos de diverso orden. Un acervo desde el que pueden leerse las más importantes transformaciones de casi un siglo de literatura en Chile. Al mismo tiempo, en su obra y a través de ella, se descubren décadas de un trabajo intenso, de lucha y de placer, que legan más que un número exacto de páginas. Una forma de crear, por cierto, y también una forma de entender y relacionarse activamente con la historia, los espacios y los sujetos que habitan todo oficio. Especialmente en un contexto como el nuestro, en el que con demasiada frecuencia la productividad en el trabajo se mide en su más mezquina expresión cuantitativa, me parece que el legado artesanal de Rojas es de una importancia, también, vital.

      Biliografía

      Álvarez, Ignacio. “La escritura en tiempo presente: Manuel Rojas corrige sus cuentos (1926-1970)”. XXXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (IILI), en julio 2012, Cádiz, España. Disponible en http://www.manuelrojas.cl/wp-content/uploads/Sobreobra/PublicacionesPDF/Ignacio-Alvarez-Manuel-Rojas-La-Escritura-En-Tiempo-Presente.pdf

      Concha, Jaime. “El otro tiempo perdido”. Leer a contraluz. Estudios sobre literatura chilena. De Blest Gana a Varas y Bolaño. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2011: 223-244.

      ___. “Los primeros cuentos de Manuel Rojas”. Leer a contraluz. Estudios sobre literatura chilena. De Blest Gana a Varas y Bolaño. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2011: 201-222.

      Rojas, Manuel. “Algo sobre mi experiencia literaria”. El árbol siempre verde. Santiago: Zig-Zag, 1960.

      ___. Antología autobiográfica. Santiago: Lom, 2008.

      ___. “Orfebres”. Un joven en la batalla. Textos publicados en el periódico anarquista La Batalla. 1912-1915. Comp. Jorge Guerra. Santiago: Lom, 2012.

      ___. “La creación en el trabajo”. De la poesía a la revolución. Santiago: Lom, 2015.

      ___. “Hablo de mis cuentos”. Cuentos. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2016.

      El mundo y el libro: tres escenas del descubrimiento de la lectura en las Imágenes de infancia y adolescencia de Manuel Rojas7

      Ignacio Álvarez

      En este trabajo intentaré, en principio, una lectura más o menos suspicaz de tres fragmentos contenidos en Imágenes de infancia y adolescencia (1931-2015), el libro póstumo de Manuel Rojas que reúne sus memorias de niñez y juventud.8 Se trata de tres fragmentos que parecen aislados pero que en realidad están muy conectados temáticamente: en ellos se representa —y puesto que recurren: se repite y se varía— la escena de un Manuel Rojas niño o joven que descubre la literatura por medio de la lectura.

      Se trata, entonces, de pensar la codificación del hallazgo de lo literario a través de tres escenas de lectura, una expresión que progresivamente ha ido adquiriendo consistencia y densidad para la crítica literaria latinoamericana. Una escena de lectura, como señala Ricardo Piglia, es una “representación imaginaria del arte de leer la ficción” (24) que visibiliza “cuestiones de colocación de los escritores, de sus modelos, de sus disputas estéticas e ideológicas, así como [coopera] en trazar los horizontes morales, sociales, culturales que circundan la lectura” (Zanetti 14). Las escenas de lectura son dispositivos textuales que permiten a los escritores elaborar, consciente o inconscientemente, los problemas de su propia producción literaria.

      En estas tres escenas voy comentar preferentemente el vínculo entre

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