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en un recinto cerrado cierta clase de ácaro muy pequeñito con dos o más especies de Drosophila, los primeros han sido capaces de trasladar un transposón de una especie a otra, y de esta manera han modificado, en un solo paso evolutivo, las características heredables de las especies implicadas. En fecha reciente se descubrió que un transposón, llamado mariner, descubierto en la Drosophila, saltó al genoma de los primates, los seres humanos incluidos, y produce una enfermedad neurológica debilitante.

      En el experimento anterior nos encontramos en presencia de un rasgo adquirido y heredable; esto es, frente a un caso más de lamarckismo. Igualmente, creen los biólogos que el traslado de material genético (Rennie, 1993) puede lograrse también con el concurso del eficiente acarreo llevado a cabo por los virus, lo que constituye una nueva fuente de enriquecimiento genético no contemplada hasta el momento, muy diferente de las tres tradicionales: mutaciones, entrecruzamiento y combinación genética. Sospecha el autor de la investigación que este nuevo sistema para producir diversidad genética ha venido trabajando desde muy antiguo y que puede ser el responsable directo de un número alto de casos de creación de nuevas especies y de saltos evolutivos importantes. Pero lo que sí es más que una sospecha es que el adn es una estructura de gran dinamismo y riqueza de propiedades, la mayoría todavía por descubrir.

      Y a propósito de lamarckismo, es conveniente señalar sus diferencias esenciales con el darwinismo. En su lucha diaria con el entorno, los organismos sufren modificaciones que, de modo general, están orientadas hacia una mejor adaptación y que, según Lamarck, de alguna manera se vuelven heredables. Así que, acorde con esta teoría, los cambios fenotípicos actuarían sobre el genotipo en las direcciones apropiadas para convertirse en heredables. Nos encontramos aquí con la inextinguible esperanza humana de que el universo tiene una finalidad, una dirección. Arrogancia cósmica, la llama Stephen Jay Gould.

      La jirafa estira su cuello, decían los lamarckistas, para alcanzar los brotes más tiernos de las acacias, y esta acción repetida de forma continuada termina por dejar su huella permanente en el cuello y, simultáneamente, en los genes que regulan la longitud de las vértebras cervicales. La ballena deja de masticar el alimento y con ello pierde sus dientes, y de manera similar el topo pierde sus ojos y la serpiente sus extremidades. El individuo evoluciona, y con él, la especie. Aclaremos que a partir de los conocimientos actuales en genética, la posibilidad de transmitir una característica somática adquirida, al menos en los organismos superiores, es bien difícil, salvo casos muy excepcionales. La dificultad estriba en que la característica adquirida modifique el genoma en la dirección y en el punto apropiados. En consecuencia, cada conquista particular tiende a perderse con la muerte del individuo.

      En el darwinismo el orden de los factores está invertido, característica que lo diferencia esencialmente del lamarckismo: primero ocurren los cambios genotípicos, adaptativos o no, que derivan en modificaciones fenotípicas completamente erráticas (primero ocurren los cambios en los genes que regulan la longitud del cuello y, como consecuencia visible, se estira el cuello del animal en unos casos, en otros se acorta). El individuo particular puede cambiar con el paso del tiempo, pero nunca evoluciona él; lo hace siempre la especie. La selección natural escoge los fenotipos exitosos (las jirafas de cuello largo dejan mayor número de descendientes) e, indirectamente, los genotipos asociados a ellos (las jirafas portadoras de genes para cuello largo se vuelven mayoría en la población).

      En el lamarckismo, la unidad evolutiva es el individuo; en el darwinismo lo es el grupo, o la especie. En el primero, la especie evoluciona gracias a los individuos; en el segundo, la especie va transformando su composición genética y, con esta, las características individuales de sus miembros. En el primero, el papel del medio es generar las diferencias; en el segundo, efectuar la selección, pues las diferencias son productos espontáneos del azar. En el darwinismo, el sexo es fundamental para generar variabilidad; en el lamarckismo sobra, pues esta la genera el ambiente. La evolución darwiniana es un proceso vertical: se genera al pasar de padres a hijos. El lamarckismo es horizontal y vertical: todos los individuos de una generación, sometidos a las mismas exigencias, evolucionan al unísono; luego transmiten las conquistas a sus hijos.

      La evolución hecha realidad

      El denominado melanismo industrial, además de aportar una prueba clarísima a favor del modelo evolutivo propuesto, lo ilustra muy bien y de forma elemental. La mariposa del abedul, muy común en las grandes ciudades de Gran Bretaña, era originalmente de color gris claro, lo que le permitía pasar inadvertida cuando posaba sobre los troncos de los árboles, que también eran de color claro en aquella limpia época preindustrial (véase figura 2.2). En 1849 se descubrieron por primera vez algunos ejemplares aislados de la misma especie, aunque de color oscuro, característica atribuida a la mutación de un solo gen. Estos primeros ejemplares oscuros, bautizados con el nombre de carbonaria, fueron en su momento cotizadísimos entre los coleccionistas de mariposas.

      Figura 2.2 Mariposa del abedul

      En la imagen se puede apreciar el aspecto que presentan la forma melánica u oscura y la normal o clara de la mariposa del abedul.

      Fuente: Sherman y Sherman (1989).

      Al iniciarse la industrialización y a causa del hollín y de la contaminación ambiental, los líquenes, responsables directos de la coloración gris clara de los troncos, se fueron extinguiendo poco a poco. Las cortezas de los árboles comenzaron a adquirir al mismo tiempo un tono cada vez más oscuro, de tal suerte que las mariposas de color claro, antes invisibles, empezaron a destacarse sobre el fondo y a incrementar de tal manera su vulnerabilidad frente a los predadores habituales, los pájaros insectívoros (de suerte negra, puede hablarse). A medida que esto ocurría, la variedad oscura resultaba cada vez más favorecida por la polución, hasta que su eficacia reproductiva igualó y superó la correspondiente a la variedad clara y, de manera lenta y progresiva, comenzó a sustituirla.

      En 1895, el 95 % de la población de mariposas pertenecía a la variedad de color oscuro, y en tres años más llegaba al 99 %. Los ejemplares de color claro empezaron a ser perseguidos con avidez por los coleccionistas de fin de siglo. La oferta exagerada desvalorizó las carbonarias. Después de siglo y medio de industrialización, la variedad clara fue casi completamente remplazada por la oscura; sin embargo, hoy, después de la intensa campaña para eliminar la polución, las cortezas de los árboles de las grandes ciudades industriales inglesas están retornando a su color original, y con ellas también las mariposas, pues la mutación que determina el color conmuta espontáneamente entre claro y oscuro.

      Cómo se hace máxima la eficacia biológica

      ¿Cómo podría obtenerse una alta eficacia reproductiva, si, como parece, hay cierta contradicción entre las capacidades de supervivencia y reproducción, por un lado, y el altruismo, por el otro? La respuesta es que para cada nicho particular existe al menos una mezcla apropiada de los tres componentes, combinación que produce la máxima eficacia reproductiva. Y, por lo común, las especies son conducidas de modo automático por el proceso evolutivo hacia ese punto óptimo. En los animales de vida solitaria priman los dos componentes egoístas; el tercero, prácticamente no cuenta, excepción hecha de las hembras que, como regla casi general, tienen que cuidar sus crías. En cambio, para las especies con organización social más compleja, el tercer componente se convierte en un factor importantísimo de eficacia biológica, pues lo perdido por el altruismo se ve recompensado por la seguridad y otras ventajas conferidas por la vida en grupo.

      El altruismo familiar es común en el mundo animal. En una manada de papiones, los machos se encargan de enfrentar al leopardo y proteger el grupo familiar, sin importarles demasiado su propia vida. Las abejas y termitas han llegado al extremo máximo del altruismo: las obreras trabajan para el bien común y, en ellas, el segundo componente o capacidad reproductiva es nulo. El material genético pasa a las generaciones siguientes por conducto de una de sus hermanas que será la próxima reina. Recordemos que las abejas de una misma colmena, fruto de una rareza reproductiva, son más que hermanas, superhermanas, dado que comparten en promedio tres cuartas partes de sus cromosomas.

      En numerosas especies vivas, al tiempo que se magnifica el componente reproductivo, se reduce de

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